El drama de la clefa en Cochabamba

La vida de niños, mujeres y hombres atrapados por la clefa y los muchos planes de rehabilitación, que no tuvieron éxito hasta ahora.

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Un drama que nos afecta a todos



Informe Especial del periódico Opinión

Jorge M. Delgado Saravia

En Bolivia, y particularmente en Cochabamba, tres generaciones de personas consumidoras de clefa forman parte de la población urbana. El consumo de inhalantes, al menos hasta donde ha sido estudiado, es un problema que radica en las ciudades, donde diversos factores contribuyen a la descomposición de los núcleos familiares, condenando a los menores a trajinar las calles, sometidos a todos los peligros que el abandono y la pobreza pueden ofrecer a niños, niñas y adolescentes que por su condición específica se convierten en núcleos marginales o marginados.

Tres generaciones de personas atrapadas en el monstruoso y fatal poder que la clefa ejerce sobre sus vidas. Un pegamento de tal potencia que las narices de los inhalantes difícilmente pueden despegarse, de los pequeños contenedores en los que el Tolueno (principal componente del pegamento) los sumerge en un océano de desgracias en el que ellos parecen navegar libremente, sobreviviendo a tempestades de toda índole, desarrollando pequeñas tribus en las que consumidores y consumidoras, menores y adultos jóvenes, frecuentemente acompañados por perros, deambulan por las calles, a veces sembrando miedo, otras delinquiendo, otras veces mendigando y muchas otras, despertando lástima y solidaridad.

Aunque son conocidos y reconocidos comúnmente bajo el denominativo de «cleferos», el vocabulario y la terminología de origen asistencialista y humanitario sociológico, ha establecido que la palabra «clefero» es un factor que fortalece la discriminación social a este grupo humano y que acentúa las condiciones de marginalidad en las que su vida se desenvuelve. Algo así como si la palabra «miseria» estaría proscrita en la Real Academia de la Lengua Española, como una iniciativa para combatir la pobreza en el mundo de habla hispana.

Sin embargo, esta marginalidad específica padece muchos rasgos también específicos que no pueden ser pasados de largo. El principal componente del problema social del consumo de clefa es la marginalidad de su población.

Los «consumidores de inhalantes», son discriminados intensamente. Todos marginamos a los «cleferos». Para estos niños, niñas y adolescentes consumidores de inhalantes, la condición de «clefero» como nombre genérico y categoría social representa un factor de identidad gregaria en el que ellos mismos se reconocen como tales, a tal punto que han llegado a desarrollar cierto orgullo tribal por el hecho de ser temidos en las calles. Los denominados «cleferos» están conscientes de ese poder y lo ejercen cotidianamente, intimidando a quienes ven en ellos una amenaza a su seguridad.

La fama que los precede los estigmatiza como menores y jóvenes violentos, protagonistas de actos delictivos como hurtos, robos, atracos y otros.

Empero, según testimonios de algunos de ellos, la condición de «cleferos», significa para ellos una situación de «status» debido a que, como menores, el hecho de vivir en la calle, emancipados dramáticamente de sus entornos familiares, la mayoría de las veces precarios, los identifica como poseedores de cierto poder, pese a ser menores. Al ser temidos y marginados logran ejercer una autonomía de vida que los convierte rápidamente en soberanos de su libre albedrío, una situación absolutamente jerárquica en relación a otros menores que viven en condiciones «normales» en las que son sometidos a los cánones establecidos de autoridad y dependencia de los mayores.

Otra forma de abandono y segregación que padecen es el que proviene, como efecto contrario o perverso, de las acciones de asistencialismo y cobertura humanitaria provenientes de instituciones, públicas, privadas, no gubernamentales y religiosas.

Sucede, y esto es una conclusión de uno de los tantos estudios realizados sobre el tema, que en Cochabamba existen 76 hogares, centros y/o guarderías; 31 instituciones no gubernamentales y religiosas, además de cinco programas pertenecientes a la red de atención a niños y adolescentes.

Nacer en la calle

Las probabilidades de que los recién nacidos lleguen al primer año de vida son mínimas, debido a las enfermedades a las que están expuestos por la mala alimentación, el contacto con las drogas y su permanencia en las calles.

«Los bebés sobreviven con tecito o cafecito, pero la mayoría no llega a los dos o tres meses de vida; mueren afectados por enfermedades como la neumonía o la diarrea, afecciones éstas que se dan en las calles», explicó Claudia Gonzales, directora de la Fundación de niños Alalay.

Los menores no reciben la atención médica necesaria y los padres no conocen las vacunas que los protegerían de afecciones.

Gonzales añadió que existen niñas y adolescentes que deben cambiar de parejas constantemente para sentirse protegidas dentro del grupo. En muchos casos, «sus padres las envían a prostituirse para obtener dinero. Son vulnerables a contraer enfermedades de transmisión sexual».

Familias enteras conformadas en las calles bajo el manto de la adicción a la clefa, el thinner y el alcohol deambulan por las venas de las ciudades de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. Más que simples grupos, son comunidades móviles que manejan códigos propios entre sus miembros.

Cleferos, en La Paz; polillas, en Cochabamba y palomillos, en Santa Cruz, «son grupos nómadas, familias grandes que se estacionan en un lugar, pero cuando perciben que hay peligro, van moviéndose de un lado a otro. Siempre están juntos para protegerse: son comunidades y forman sus propias ciudadelas».

TRIBUS URBANAS

En la ciudad de Cochabamba, existen en la calle más de 20 lugares donde pernoctar y/o cohabitar (unos a la intemperie y los menos bajo techo). Entre ellos, los siguientes:

* Coronilla; con 115 miembros y 12 espacios o ubicaciones (entre las más conocidas están: la de Celestino, Piña, El siete, etc.).

* Puente Cala Cala; con unos 23 miembros.

* Puente Huayna Kapac; con unos 18 miembros.

* El mercado 25 de mayo; con unos 12 miembros.

A estas zonas se debe añadir a los jóvenes que vivían y/o deambulaban en: La avenida Aroma, «La Coca Cola», Cerro verde, Juan de Dios, El Cristo de la Concordia, Las Palmeras, La Terminal (sólo por el día), la Costanera, Plaza Bush, Plaza Principal (alrededores), Laguna Alalay, La plazuela San Sebastián, Maryknoll (Ciclovía), «El avión», la avenida Oquendo, la avenida América y Quillacollo.