Mercadillo de peones

La crisis hace resurgir la contratación de trabajadores en plena calle

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– Cuando tener papeles ya no sirve de nada 



OTROS TIEMPOS "Antes era más fácil encontrar trabajo, aunque no tuvieras documentos en regla"

LA SELECCIÓN "Como si fuéramos caballos, los patrones eligen…, mejor ser gordito que flaco"

LUIS BENVENUTY  – Sant Adrià de Besòs

LA VANGUARDIA

Uno se entretiene con un crucigrama. Media docena se juega la calderilla a las cartas. "A las ocho se llevaron a dos a sacar runa por treinta euros al día". Hace poco más de un año habrían cobrado unos sesenta. Alrededor de cuarenta inmigrantes sudamericanos, muchos de ellos sin papeles, están diseminados por la adrianense avenida Eduard Maristany, frente a la nave de La Plataforma de la Construcción, una superficie comercial donde profesionales del ladrillo se abastecen de materiales. Son las nueve de la mañana y al menos ha dejado de llover. La crisis está revitalizando el mercado negro de peones, y rebajando las pagas, los sobres.

El boliviano Pedro Martínez lleva tres semanas levantándose a las seis de la mañana para regresar a su casa a la hora de comer con los bolsillos vacíos. "Si no fuera por mis hijos, que son mayores, trabajan, me ayudan, me animan… Aquí puedes encontrar faenas para un día o dos, y con suerte para un par de semanas o hasta un mes, pero también te puedes pasar un mes sin que nadie te contrate. Antes de la crisis era más fácil encontrar trabajo sin papeles que ahora con papeles". Los sudamericanos dicen que la mayor parte de los trabajos que aquí se consiguen son irregulares, sin contrato, sin seguro.

"Los papeles ya no sirven de nada. Sólo te los pide la pecera, la policía, cuando hace redadas". Los agentes de paisano aparecen cada semana, cada mes, "depende…". Pero firmar la orden de expulsión que a efectos prácticos imposibilita la regularización ya no importa como antes. "Yo ya la tengoy me da igual – dice otro boliviano-,sólo quiero dinero para mi pasaje de vuelta. Muchos regresaron ya a sus países y más se lo están pensando. Si vienes aquí todos los días te da para pagar el alquiler de la habitación, pero llega un momento en el que te preguntas si merece la pena estar tan lejos de casa sin poder enviar a los tuyos una ayuda".

"Antes de la crisis venías acá sólo de recién llegado – retoma Pedro mientras los demás asienten-,tu móvil circulaba entre los patrones y te llamaban cuando había trabajo. Yo no tenía papeles y vivía bien, ahora los tengo y todo es peor. Los patrones ya no gastan en teléfono ni en anuncios en diarios… Si quieres trabajo has de venir acá, antes pagaban 80 al día por encofrar. Hoy, la mitad".

Las faenas están sobre todo en el área metropolitana, en pequeñas obras, en reformas de casas, de cocinas y baños. "Estuve una semana en Valencia sacando escombros y durmiendo encima de ellos. No me pagaron y no pude hacer nada", añade un ecuatoriano. La mayoría de los profesionales que salen de la gran superficie comercial declina hacer declaraciones. Sólo uno comenta que "se paga lo que se puede", que "lo estoy pasando mal, que a veces me quedo sin cobrar…". Pero, la realidad nunca es ni blanca ni negra y contratar a un trabajador sin papeles en plena calle sin darle de alta en la Seguridad Social es una práctica tan ilegal como habitual.

Hace treinta y tantos años la plaza Urquinaona era punto de encuentro de contratistas necesitados de mano de obra barata y andaluces en busca de jornal. Los trabajadores de ahora llegaron de mucho más lejos. "Los patrones salen de comprar sus materiales y se acercan, dicen lo que necesitan – explica Pedro-,que si un paleta y dos carpinteros, lo que sea… y nosotros nos ponemos, como si fuéramos caballos, y lo patrones eligen…, mejor ser gordito que flaco. El sobre no se negocia. Si te quejas, dicen que no les gusta tu actitud. Es lo que hay. Si ya trabajaste bien y se acuerdan tienes más posibilidades". Al menos, gorditos y flacos se llevan bien entre ellos. "Los caballos no se pelean".

Una película de 1968 evoca las peonadas de albañiles esperando trabajo en la plaza Urquinaona

Brazos de alquiler

JAUME V. AROCA  – Barcelona

TESTIMONIO ‘La Vanguardia’, en 1967, daba cuenta de un intenso mercado negro de trabajo

INMIGRACIÓN Los contingentes de mano de obra llegaban imparables a la ciudad

La cámara barre el centro de la plaza Urquinaona. Debe ser el invierno de 1967. El interés del cineasta, que graba esas imágenes clandestinamente, se centra en los grupos de trabajadores que esperan en la boca del metro que da a Roger de Lluria.

Según las crónicas que en aquellos mismos años firma en La Vanguardia el periodista Joaquín Hospital Rodés estos tipos ociosos sobre los que se concentra la imagen deben ser empleados de la construcción en paro que esperan que algún contratista que quiera alquilarles.

Cuenta el redactor de La Vanguardia que en los años sesenta, había en la ciudad diversos mercados de mano de obra de "préstamo". Del mismo modo que los paletas esperaban en la plaza de Urquinaona, los camareros alquilaban su fuerza de trabajo en la calle Unió y, en Marqués de Argentera, se vendían por horas los chóferes.

Es el relato de la Barcelona precaria de aquellos años en los que grandes contingentes de mano de obra desembarcaban en la ciudad en busca de otro futuro. Entre el final de la Guerra Civil y la Transición, cinco millones de personas cambiaron de lugar de residencia en España. Un millón y medio recaló en Barcelona y su periferia metropolitana transformándola en la ciudad continua que es hoy. El régimen franquista nunca supo dar una respuesta justa a este fenómeno que le desbordó. No lo logró en Barcelona, pero tampoco en Madrid o Bilbao donde el fenómeno fue parejo.

A principios de los años cincuenta en Barcelona – pero también en la capital de España-trató de contener la masiva llegada de campesinos. El principal hito de esas políticas es la circular del Gobernador de Barcelona, Felipe Acedo de octubre de 1952 donde se prohibe el acceso a la ciudad de todo aquel que no disponga de vivienda y trabajo estable.

Cinco años más tarde, el ministro de la Vivienda, José Luis de Arrese promoverá las leyes de Urgencia Social cuyo objetivo político será proveer de vivienda a todos cuantos ya viven en aquel momento arracimados en los barrios de chabolas de Madrid y Barcelona. Pero simultaneamente esta ley trata de cerrar el paso a los que pretendan llegar en el futuro.

Ninguna de estas medidas logrará contener el éxodo. Persuadido de que es una batalla inútil y consciente de que, en realidad, estos enormes contingentes de mano de obra constituyen una fuerza colosal para dar cumplimiento a sus nuevos planes económicos, el régimen llegará a incentivar estos trasvases humanos. Organizará a partir de 1960 las llamadas operaciones migratorias, tanto entre territorios del interior del país como fuera de él.

Las fábricas de Barcelona contratarán en pueblos de Cádiz, Málaga, Cáceres o Almería a los peones que precisen para sus nuevos proyectos. Algunas llegarán a habilitar dormitorios y comedores en sus propias instalaciones, imitando lo que hacen las compañías alemanas y francesas cuando atraen contingentes obreros españoles.

Pero tampoco estas operaciones van a lograr poner orden al aluvión humano que se cierne sobre las capitales económicas españolas. El resultado será la precariedad laboral que denuncia Luccheti en su filme, los barrios de chabolas, el colapso urbano y la carestía de todo tipo de equipamiento social que no se resolverá hasta los años noventa.

La Barcelona del siglo XXI apenas guarda memoria de todos estos acontecimientos, aunque seguramente nada en ella se explica sin evocarlos.