El país que despierta

Los atropellos no sólo molestan al país estigmatizado y señalado como enemigo. Hay otra parte del país que comienza a  reaccionar.

ElNuevoDia Editorial El Día

Evo Morales cree que el país existe a partir de él y sus alcances son los que él define. El Presidente ha decidido que Bolivia son los movimientos sociales, es decir los sindicatos que le ayudan a gobernar, lo que significa imponer la ley del garrote. Más allá de esas organizaciones existen campesinos, indígenas y originarios sobre los que tanto se machaca, pero son simplemente categorías simbólicas por un lado y por otro, grupos de arreo para cercos, bloqueos, desfiles y para cualquier otro menester que disponga el régimen.



Sería impreciso afirmar que “el país de Evo” se limita sólo a los movimientos sociales ya que éstos disponen de hábiles articuladores, nacionales y extranjeros. No por nada, el proyecto político del MAS ha llegado a semejante sitial y lo ha conseguido, gracias a los votos, a la fuerza de un discurso populista y al adecuado manejo de la represión. El Gobierno parece satisfecho con la síntesis tan apretada que ha hecho de la bolivianidad, al punto que la ha bautizado con el presuntuoso mote de “plurinacional” para integrar esa cosmovisión.

Del otro lado está el país autonomista, con casi la mitad de la población, pero que aún así no pasa de ser una “minoría” que, a juicio de los gobernantes, debe limitarse a “ver, oír y callar”. Como esto no se ha conseguido, el Gobierno ahora ya no disimula su intención de “aplastar”, no sin antes arrebatarles el poder económico, tal como lo ha reconocido el Presidente cuando admitió que el poder político no es suficiente.

Existe un tercer país que ha comenzado a surgir en los últimos meses. Es un país que Evo Morales creía dormido, mejor dicho, adormecido por las ideas de cambio, atemorizado por tantas amenazas, pero en definitiva, ignorado por un proyecto que tiene intereses bien concretos, pero fundamentalmente, la necesidad de conservar el poder indefinidamente y a como dé lugar.

Hablamos de los indígenas del norte de La Paz que se oponen a que Evo Morales juegue a proteger los recursos naturales, pero que sin dudar ni un segundo le entrega las selvas amazónicas a una petrolera venezolana. Hablamos de los originarios del oriente boliviano, que sí quieren autonomía, pero no la que han diseñado las ONGs que operan detrás de los movimientos sociales, que sólo buscan un pretexto para expandir su poder, depredar la naturaleza y sentar las bases de un sistema ajeno a los chiquitanos, mojeños o guarayos. Hablamos de los siringueros y recolectores de castaña de Pando, que están viendo cómo los cocaleros llevados por Quintana, invaden los bosques que les han dado sustento durante siglos. Todos estos sectores han comenzado a despertar y a protestar por los atropellos del país de Evo.

Hay también otro grupo humano que parece más rabioso aún y que lleva 130 años acumulando malestar por la peor humillación que sufrió Bolivia en su historia. Este grupo es más grande que los anteriores y está más extendido en el país. Está furioso porque Evo Morales se olvidó del mar que nos arrebató Chile. Ese país hizo el lunes una demostración muy desagradable, molesto por el acuerdo que estaba a punto de firmarse sobre las aguas del Silala. ¿Qué va  hacer el Presidente? ¿También va a aplastar a ese país?