Almas: un adiós con juegos y lágrimas

Las familias despidieron a sus seres queridos. La jornada en los cementerios fue de relativa tranquilidad. Comida, frutas, refrescos y hasta bebidas alcohólicas sirven para el “despacho”

El “alma” de Orlando Medrano (izq.), que en realidad es un amigo del fallecido, protagoniza una pelea con los dolientes, que, palmas en mano, le piden que regrese al cementerio, ayer en La Maica.  - James Daniel  Los Tiempos

El “alma” de Orlando Medrano (izq.), que en realidad es un amigo del fallecido, protagoniza una pelea con los dolientes, que, palmas en mano, le piden que regrese al cementerio, ayer en La Maica. – James Daniel Los Tiempos

Los dolientes hicieron emotivas representaciones que causaron llanto en familiares



Los Tiempos. Poco antes del medio día de ayer y cuando muchos familiares y amigos ya habían llegado a la casa, la suegra de Orlando Medrano, fallecido hace menos de cinco meses, comienza a recoger frutas, dulces, panes, platos de comida y un sinfín de alimentos ofrendados al alma, en un sendo mast’aku de unos siete metros de largo.

Gloria Chávez, la viuda, también va de un lado a otro, ayudando a disponer todo, nerviosa porque sabe que al llegar las 12, tendrá un encuentro con el alma de su difunto esposo, fallecido a los 21 años.

De pronto y en medio de la expectación de los invitados, entra el alma de Orlando, lleva encima un lienzo negro en el
que está escrito su nombre, gafas oscuras, una bolsita de coca y un grueso látigo.

Al que saluda primero es a su suegro, Sabino Chávez, quien lo recibe sonriente y contento. El alma lo levanta en vilo, dándole un apretón que le hace emitir un quejido.

“¡¿Dónde está, dónde está mi mujer?!”, reclama Orlando en quechua, sin dejar de gemir lastimeramente. Al ver a Gloria, la besa, la abraza y la coge del brazo para pasear la casa con ella.

Uno a uno va saludando a sus amigos, vecinos, tíos, cuñados, sin perder ocasión de hacerles sentir la dureza de su látigo. Todos bromean con el alma, responden a sus preguntas y lo abrazan efusivamente, aunque saben que es un amigo del difunto que se disfrazó para tomar su lugar.

Entre risas y llanto, su esposa le cuenta cosas de la casa. Él pide ver su tractor, con el que trabajaba en la zona lechera de K’aspichaca, al sur de la ciudad. Sube, lo enciende y sienta a su mujer al lado, feliz porque conserva la máquina.

Orlando baja del tractor y busca a su suegra, al verlo, ella no puede evitar derramar lágrimas, mezcla de alegría y tristeza. Sin soltar a Gloria, Orlando le pregunta cómo se porta.

“Bien está hijo, con nosotros siempre está, juntos salimos a trabajar con su papá más”, dice la suegra, dando fe del buen comportamiento de la viuda, mientras enjuga sus lágrimas con el ruedo de su mandil.

¡Dónde está mi concuñado!, grita el alma de pronto, el aludido se acerca con un  balde de chicha y le ofrece una tutuma (a estas alturas, el alma ya bebió varios vasos de cerveza). Antes de beber, le advierte “cuidado estés echando ojo a mi mujer”, lo que provoca las risas de todos.

“¡A ver, música!”, ordena. Él, lleva a su mujer al medio de todos y comienza a bailar, instándola a seguir sus pasos, ella lo imita, entre avergonzada y apenada. De cuando en cuando, al “ver” a su marido, sonríe y lagrimea. El alma sigue divirtiéndose y bailando, no quiere irse.

Uno de los parientes exclama riendo: “esta alma ya tiene que irse, atrasada está, se le van a cerrar las puertas”. Es entonces cuando los familiares azotados, especialmente los más jóvenes, alistan las palmas con las que estaba armada la mesa para fustigar a Orlando, mientras la suegra le da frutas y una canastita con t’antawawas “para el camino”.

El alma sale de la casa y aunque trata de quedarse a fuerza de latigazos, los jóvenes lo golpean y no le queda más remedio que huir rumbo al cementerio.

La viuda y su familia se quedan con el sabor agridulce de sentir que, de alguna manera, Orlando estuvo una vez más en casa.
Así se despidieron las almas en el Alma kacharpaya del Día de Difuntos.