Historia a la carta

La bandera de este país es y será siempre una sola, la tricolor, aunque inunden el territorio de wiphalas.

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Carlos D. Mesa Gisbert*



Totalmente enceguecidos por el éxito y la certeza del poder que les ha dado el voto popular, nuestros gobernantes repiten penosamente experiencias del pasado que no por casualidad coinciden con momentos anteriores de fuerte autoritarismo. Escojo dos ejemplos. La revolución francesa pretendió borrar el pasado tan radicalmente, que en medio de la orgía de sangre de la guillotina, cambió hasta el calendario juliano. Hoy, el calendario “revolucionario” de diez meses, es una anécdota y los luises que gobernaron Francia antes de 1789 son figuras fundamentales del pasado europeo. La revolución no pudo hacerlos desaparecer. Adolf Hitler inauguró el tercer reich, el de los “mil años” que duró apenas algo más de una década. El pasado fue también borrado entonces, la historia reescrita y los símbolos cambiados en medio del más grande genocidio que haya conocido la historia de la humanidad. Hoy, el tiempo inmediatamente anterior a Hitler es parte central de la historia contemporánea alemana y es, en muchos sentidos, la raíz de la democracia construida por ese país después de la segunda guerra.

Parece que el gobierno del Presidente Morales y en particular su ilustrado Vicepresidente, no se dan cuenta de que aunque saquen todas las estatuas, entierren todas las medallas, cambien el escudo y hagan desaparecer de sus pechos la bandera tricolor, cuando su tiempo termine, y terminará —de eso no tengan la menor duda—, la historia se impondrá sobre las imposturas.

Que el gobierno quiera revalorizar figuras indígenas relevantes de nuestro pasado, es no sólo comprensible sino necesario, eso enriquece la visión sobre nosotros mismos, pero lo que es inaceptable e indignante es el “canje de figuritas”. La acción de caricatura de sustituir la banda presidencial subordinando y humillando la bandera nacional a una combinación que, para alguien no informado, puede parecer el uso de un híbrido diseño arlequinado. Otro dislate es la sustitución de las medallas vicepresidenciales (porque son dos) que llevan las imágenes de Bolívar y Sucre, primer Presidente y primer Vicepresidente de la República, respectivamente, por una nueva medalla con las figuras de Katari y Sisa que, más allá de lo que hicieron en la historia, es obvio que nada tuvieron ni tienen que ver con el cargo vicepresidencial.

Pero el acto mayúsculo de barbarie anti histórica es el retiro del busto de Víctor Paz Estenssoro del palacio Legislativo. El propio vicepresidente García Linera calificó a Paz E. en 2000 como uno de los cinco presidentes más significativos de la historia de Bolivia. Paz figura con luces y sombras como todo gobernante es, fuera de cualquier duda, una de las dos personalidades mayores de la historia republicana del país, de talla continental por añadidura. Fue un parlamentario destacado, autor de la interpelación al gobierno de Peñaranda denunciando la masacre de Catavi. ¿Creen nuestros gobernantes que destruyendo su busto lo harán desaparecer de la historia? ¿Creen que la Revolución del 52 se esfumará para que la actual “revolución” tome primacía como único proceso de cambio a favor de los excluidos? Lenin sigue siendo Lenin —a quien tanto admiran algunos ideólogos de este proceso, por muchas estatuas suyas que hayan sido arrastradas por las calles de Moscú.

Debiera darles vergüenza a quienes a sabiendas pretenden borrar la historia. La bandera de este país es y será siempre una sola, la tricolor, aunque inunden el territorio de wiphalas. Bolívar y Sucre seguirán siendo figuras singulares de la creación de la patria y Paz Estenssoro seguirá siendo, junto a Andrés Santa Cruz, el más grande estadista que produjo Bolivia en su historia independiente.

El calendario universal comienza en enero y termina en diciembre, con o sin revolución francesa, con o sin solsticio de invierno.

*Carlos Mesa G. es ex presidente de la República e historiador. (La Prensa)