El traspié de Brasil en Irán

Andrés Oppenheimer

oppenheimer La autoproclamada victoria diplomática de Brasil en Irán ha llevado a muchos comentaristas a especular con que el gigante sudamericano se ha convertido en el nuevo protagonista clave de la diplomacia mundial. Pero probablemente se equivocaron, o hablaron demasiado pronto.

En lugar de un triunfo diplomático, el anuncio hecho por el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, el 17 del actual, de que Brasil y Turquía habían sellado un acuerdo con Irán para resolver el conflicto mundial sobre el programa nuclear iraní podría pasar a la historia como un caso típico de megalomanía diplomática.



También podría plantear cada vez más preguntas sobre por qué Lula está tratando de resolver los mayores problemas del mundo –como el del programa nuclear de Irán o, semanas antes, el conflicto palestino-israelí– mientras no levanta un dedo para mediar en disputas que están mucho más cerca de casa, en América latina.

Según el pacto, Irán accedió a enviar a Turquía 1200 kilos de uranio con bajo nivel de enriquecimiento y recibir a cambio, alrededor de un año más tarde, cerca de 120 kilos de uranio enriquecido procedentes de Rusia y Francia para fines pacíficos.

El acuerdo fue similar a otro ofrecido por Estados Unidos, Rusia, China y Europa en octubre pasado, que Irán primero aceptó y luego declinó. Funcionarios brasileños y turcos dijeron que Irán hizo esta vez concesiones significativas, porque hasta ahora era renuente a enviar su uranio al exterior y sólo aceptaba cambiarlo por uranio enriquecido en el extranjero si la transacción se realizaba de manera simultánea.

Pero sólo horas después de que Lula cantara victoria la secretaria de Estado Hillary Clinton anunció que había sellado un acuerdo con Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y Alemania para imponer sanciones a Irán.

Los expertos en proliferación nuclear ven con escepticismo el acuerdo de Brasil, Turquía e Irán porque las circunstancias han cambiado desde octubre: Irán ha estado enriqueciendo uranio a toda velocidad, lo que significa que la actual oferta cubre un porcentaje mucho menor de sus reservas de uranio que el de octubre.

"No creo que haya sido una victoria diplomática”, me dijo Sharon Squassoni, una experta en proliferación nuclear del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales y ex funcionaria del gobierno de Clinton. "Más bien fue una maniobra de Irán para tratar de evitar nuevas sanciones internacionales. Desde ese punto de vista, les salió mal."

Mi opinión: no tiene nada de malo que una potencia emergente como Brasil asuma riesgos políticos para tratar de resolver las grandes crisis internacionales, aun cuando Lula tiene un triste historial de apoyo a algunos de los dictadores más brutales del mundo, y en esta oportunidad le haya dado una legitimidad no merecida al régimen de Ahmadinejad con su visita a Teherán. Sería bueno que Brasil alguna vez también asumiera riesgos políticos en defensa de la democracia y los derechos humanos.

Pero, además de eso, ¿por qué Brasil no intenta mediar en el conflicto colombiano-venezolano sobre los guerrilleros colombianos que han recibido apoyo de Venezuela? ¿O en la disputa entre la Argentina y Uruguay por la papelera instalada en la frontera entre ambos países? ¿O en la larga disputa territorial entre Chile y Perú? ¿O en la pelea de Ecuador con Colombia por el ataque del ejército colombiano en 2008 a una base guerrillera de las FARC en Ecuador?

Probablemente Brasil considere que los asuntos latinoamericanos están por debajo de su estatura internacional, o tal vez tema que si trata de mediar en los conflictos de la región todos sus vecinos le pedirán ayuda económica que no desea asumir.

Pero no se puede ser un observador pasivo en el vecindario y pretender ser un protagonista clave en la diplomacia mundial. Si Brasil quiere tener un papel central en los grandes problemas mundiales, quizá tenga que empezar haciéndolo en su propia región, con las responsabilidades que eso conlleva.

La Nación – Buenos Aires