Réquiem por una revista difunta

Antonio Elorza

elorza Una serie de revistas culturales jalonan la historia de la Cuba contemporánea. Casi todas de corta duración, como recuerda el prólogo del último número de Encuentro de la cultura cubana, que acaba de ver la luz, después de 14 años y más de medio centenar de entregas, esforzándose en construir desde Madrid un puente hasta la isla, por encima de la dictadura. En cierto sentido, Encuentro es el punto de llegada lógico de la trayectoria de brillantes frustraciones que en los primeros años del castrismo iniciara Lunes de Revolución, bajo la guía de Guillermo Cabrera Infante. Entonces se trataba de cumplir las expectativas libertarias de la Revolución, superando el ambiente autoritario que iba consolidándose en el orden político.

Fue una apertura truncada por la iniciativa comunista en la célebre reunión de la Biblioteca Nacional donde el jesuítico Fidel zanjó el dilema entre libertad o represión intelectual con aquello de que dentro de la Revolución todo, pero nada fuera de ella. La cultura quedó en consecuencia burocratizada y después del juicio a Heberto Padilla, sometida al canon estaliniano. Ahora bien, eso no significa que el régimen sofocase del todo el impulso cultural, en la medida que la intelectualidad cubana había asumido una revolución en la cual apenas había participado. Así que los intelectuales, explica Iván de la Nuez, ―aprovecharon las posibilidades abiertas por la Revolución, pero pactaron una subordinación que entregó a las estructuras políticas las transmisiones del proyecto cultural‖. Solo que el agotamiento del modelo socialista se hizo visible desde 1989, dentro y fuera de Cuba, aquí de forma aguda con el desplome del periodo especial; la exigencia de un vuelco político y cultural se hizo inexcusable para personalidades que habían sido activas en el interior de las estructuras del régimen. Esta es la característica singular de Encuentro, desde que empieza a gestarse en Madrid a mediados de los noventa: su promotor, Jesús Díaz, y muchos de sus principales colaboradores fueron hombres que hasta poco antes habían estado encuadrados, voluntariamente o por imperativo burocrático -como su último director, Antonio José Ponte-, en las instituciones culturales castristas.



Tal vez esto sea también lo que les permitió superar el dualismo habitual en las polémicas entre los intelectuales cubanos. Fidel Castro dijo una vez que la Revolución no debía convertirse en un Saturno que devora a sus hijos. Pero lo cierto es que devoró a muchos y otros solo lo evitaron con el exilio, como su eficaz colaborador Carlos Franqui, el ex director de Revolución recientemente desaparecido sin cumplir su sueño de sobrevivir siquiera un día a Fidel; como su amiga personal Martha Frayde, durante décadas luchadora desde Madrid por los derechos humanos en la isla; como el gran historiador Manuel Moreno Fraginals, antiguo colaborador del Che. La diferencia en los noventa es que al perder Cuba su condición de revolución subsidiada, la continuidad implicaba miseria irreversible. Desde el mismo interior del régimen emergía una propensión hacia el cambio. A Raúl Castro se le atribuye el impulso para las reformas económicas tras el maleconazo. La machacada disidencia interior, con Elizardo Sánchez a la cabeza, proponía una reconciliación por la democracia, interpelando a Fidel para encabezarla.

En este clima se materializa en Madrid el proyecto de Jesús Díaz, brillante novelista, maestro en la técnica del guión cinematográfico y antes mezcla de ortodoxia comunista y apertura cultural. Por eso pronto es desplazado de la dirección de El Caimán Barbudo, que funda en 1966 ―consciente de que los dogmas no han hecho siempre sino frenar el desarrollo de la cultura‖, y tampoco dura mucho Pensamiento Crítico (1967-1971). Su ortodoxia perdura, pero en 1992 no puede más y denuncia desde las páginas de este diario la tragedia de un pueblo atenazado entre el ―bloqueo‖ (sic) y ―la consigna criminal de socialismo o muerte‖. El ministro Hart le declara traidor. Díaz sabe que su juicio es compartido por muchos en la isla.

La novedad de Encuentro de la cultura cubana residió en la novedad del destinatario, que no fueron solo exiliados o disidentes, sino también quienes dentro del espacio revolucionario podían contribuir al cambio. De ahí su voluntad, pronto limitada por las presiones del régimen, de que en la revista colaborasen por igual cubanos de dentro y de fuera de Cuba, dentro de un amplio espectro que iba desde Carlos Alberto Montaner hasta la reproducción de un informe de Raúl Castro. La ayuda económica del Gobierno de Felipe González hizo posible su aparición en 1996. En torno a Jesús Díaz, un núcleo muy reducido: Anabel Rodríguez, transitoriamente Pío Serrano, Rafael Rojas desde México… Balance: un producto de alta calidad, donde entre múltiples colaboraciones destacaron los análisis económicos de Carmelo Mesa-Lago, los ensayos político-culturales de Rojas, las complejas reflexiones de Marifeli Pérez-Stable.

La muerte de Jesús Díaz en 2002 y el hachazo a la disidencia de 2003 dañaron al fondo político del proyecto, pero su calidad se mantuvo hasta que la crisis ha acabado con Encuentro. Su primer número estuvo dedicado a Titón Gutiérrez Alea y, como en Guantanamera, las muertes se suceden sin que la agonía del castrismo llegue a su término.

El País – Madrid