El séptimo gobernador del MAS

LINO CONDORI El gobierno finalmente procedió a destituir (“suspender”) a Mario Cossío en Tarija, sustituyéndolo por el asambleísta Lino Condori, quien pasa a convertirse en el séptimo gobernador del MAS. Formalmente, éste fue elegido por sus pares de la Asamblea Departamental en la noche del miércoles, aunque días atrás Evo Morales había barajado su nombre, lo que a todas luces demuestra que se trata de un dedazo presidencial. Si la autonomía ya se había convertido en una ficción, desde el momento en que los gobernadores de Santa Cruz, Tarija y Beni se mostraron incapaces de aplicar los respectivos Estatutos Autonómicos (con algún avance parcial en el tercer caso), con la caída de las autoridades departamentales electas se da un crudo proceso de sinceramiento, dejando claro que la realidad centralista sigue rigiendo -más despótica que nunca- en el país. Ahora vienen los rugidos a destiempo de quienes no movieron un dedo para defender a sus pares de Pando, Cochabamba y La Paz, y que parecen darse cuenta repentinamente de la existencia de una “seudoautonomía disfrazada”. Lo cierto es que la destitución de anoche (antidemocrática y por completo repudiable) y las que vendrán en un futuro próximo son la culminación de un ciclo político de derrota, generado por los graves errores estratégicos de quienes fracturaron la unidad opositora del Conalde. Poco y ningún margen de reacción es el que queda, después de haber entrado dócilmente en la trampa. En lugar de la actuación en bloque se eligió la salvación individual por algunos meses o años, y ahora se pagan las consecuencias. Por supuesto, habrá quienes aún apuesten por esa vía, aunque den algunos ladridos poco creíbles para guardar las apariencias, con la patética esperanza de no ser destituidos “porque el MAS necesita que quede algún opositor”, como se comenta por estos días en el entorno de Rubén Costas. Como la democracia la hacen los ciudadanos y no los caudillos, lo importante de toda esta debacle será extraer las lecciones necesarias, evitando volver a caer en manos de quienes, a fuerza de pactos y mediocridades, se convirtieron en mariscales de la derrota.

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