El rostro boliviano de la crisis mundial

Jorge Altamira

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foto pablo piovano Lo ocurrido en Bolivia la última semana del año ya pasado no es para nada baladí. Encierra los elementos fundamentales del desarrollo de la crisis mundial en la etapa que se viene. El aumento descomunal de los precios del crudo y de la gasolina -decidido por Evo Morales- es una expresión final de la incapacidad de los llamados países emergentes para seguir bancando la explosión de los precios de las materias primas, incluso no agrícolas, por medio de subsidios. La presión financiera sobre Bolivia ha sido de tal intensidad que el aumento no necesitó la complacencia de un gobierno neoliberal, sino que bastó la resignación de uno ortodoxamente indigenista. Echa una sombra sobre Argentina, donde las subvenciones a las tarifas de gas, electricidad y transporte se comen una parte considerable del presupuesto y una parte aún mayor del equipamiento instalado y de las reservas comprobadas. CFK se anticipó a Morales en la liberación del precio del petróleo, con el resultado de que la nafta se ha ido a 1,30 dólares el litro. Tanto en Bolivia como en Argentina, los aumentos fueron acompañados por una revalorización del poder adquisitivo de las monedas nacionales frente al dólar, con la finalidad de mejorar los precios en términos internacionales y atenuar su monto en la divisa local. Pero esta revaluación desprotege a la industria nacional de la competencia extranjera, lo cual se percibe ya en la avalancha de importaciones. La sospecha de que la revaluación del peso boliviano adquiriría una mayor magnitud provocó una corrida bancaria inédita y absurda: la conversión de dólares a pesos cuando los precios en pesos se iban por las nubes. Pero, incluso en China, los precios de los combustibles se encuentran subsidiados, en un contexto inflacionario descomunal de los precios de los alimentos (aumentan alrededor del 20% al año). Lo ocurrido en el campo político es aún más significativo: no solamente se ha visto a un gobierno ‘nac & pop’ meter nafta a un ajuste, sino por sobre todo producir una rebelión popular -una acción ‘destituyente’ de masas que viene del ‘campo popular’. Los empresarios y las petroleras, en cambio, y los partidos de la derecha apoyaron al gobierno indigenista. El primero que se avivó de lo que ocurría fue Hugo Chávez, que salió volando de Brasilia a Caracas, dejando plantada a Dilma Roussef, para anunciar que desistía por siempre jamás de aplicar un nuevo aumento del IVA. El líder bolivariano -que venía de devaluar el bolívar que se usa para la importación de medicinas y alimentos- dejó de lado sus propias pesadillas por el déficit fiscal ante el temor de que él también fuera asaltado por la ira popular. En América Latina se ha producido, definitivamente, un giro de enorme magnitud.

Quienes se froten las manos de satisfacción por los sinsabores de los regímenes populistas debieran tomar precauciones, porque el centro de la tormenta se encuentra en Brasil. El gobierno de Lula gastó, en 2010, cincuenta mil millones de dólares para evitar la revalorización del real, el que, a pesar de eso, en dos años se apreció en un 40% y dejó a Brasil sin superávit comercial y con un enorme déficit de cuenta corriente. Lo notable es que este déficit tiene lugar cuando las exportaciones brasileñas se cotizan a los precios más altos de la historia. La inflación en Brasil se encuentra, a pesar de las importaciones y de la apreciación del real, en ascenso. O sea que mientras el real se encarece frente a otras monedas -lo que resulta en una avalancha de importaciones- pierde valor interno como consecuencia de la inflación. Desde el punto de vista del comercio exterior, Brasil necesita una devaluación que reequilibre su comercio exterior, pero en el plano financiero ocurre lo contrario, ya que los dólares no dejan de entrar. La situación en Venezuela es mucho peor, porque con una inflación del 25/30% solamente una nueva devaluación impedirá el crecimiento de las importaciones, pero una nueva devaluación podría ser un paso fatal para el gobierno de Chávez. Pero del otro lado del mostrador, es el pinochetista Piñera el que pone las barbas en remojo: también a fines de año, Chile anunció que gastaría doce mil millones de dólares, en 2011, para evitar la apreciación del peso, porque las importaciones están arruinando a la industria nacional. Hace dos meses, sin embargo, en una conferencia para banqueros, el presidente del Banco Central de Chile fue un poco más lejos, pues dijo que Chile necesitaba acumular reservas para prevenir las consecuencias de un derrumbe de las deudas públicas en Europa. El tema se reduce a esto: todos los analistas pronostican un inminente derrumbe del precio del cobre, el principal producto de exportación trasandino, luego de haber tocado picos sin precedentes, lo que sería consecuencia de la crisis europea, pero, por sobre todo, de la retracción de China. En resumen, toda América Latina, con la excepción de México, está tomando medidas para evitar la apreciación de sus monedas y convertirse en tacho de basura de las exportaciones sin salida de los países centrales. Se trata de una política devaluatoria que alimenta la inflación, o sea la carestía; liquida los planes y subsidios sociales y desarrolla las condiciones de una rebelión popular. La primera manifestación de este proceso que se da en América Latina nació en Asia: fueron las huelgas en China, a mediados del año pasado, que ahora sabemos que abarcó a cien mil empresas industriales (Labor Notes, Detroit, diciembre de 2010).



Moneda basura

La descripción anterior es la consecuencia de la gigantesca emisión de moneda de parte de la banca central norteamericana con el fin de rescatar al capital financiero. En los últimos cuatro años, esta emisión ha provocado un crecimiento de las reservas de los países emergentes del 50%, o sea una emisión de monedas locales por el mismo monto, que al ser absorbidas aumentan la deuda pública, cuasi fiscal, de los bancos centrales. Pero el principal objetivo de esa emisión, la última de 600 mil millones de dólares en un lapso de doce meses -que se suma a las anteriores por un total 1,4 billones- no ha obtenido su objetivo fundamental de reactivar la compra de la deuda pública norteamericana, bajar los intereses de esta deuda y, por esta vía, facilitar la refinanciación de la deuda hipotecaria de Estados Unidos, el principal rubro del default de este país. Los precios de la vivienda han vuelto a caer y, como consecuencia, la imposibilidad de refinanciar esas deudas, las que superan ampliamente el valor de las propiedades. La incapacidad de esta enorme emisión para sostener la cotización de la deuda pública norteamericana es una manifestación del default potencial de esa deuda, que hoy supera largamente al PBI. Como una derivación de esta situación, muchos analistas aseguran la inminencia de la declaración del default de numerosos municipios de Estados Unidos, cuyos estados ya no tienen condiciones de socorrerlos debido a su propia incapacidad para financiarse. La carga hipotecaria, que con más de cinco billones de dólares y el 40% del PBI de Estados Unidos es impagable, sigue en pie como una traba definitiva para la reactivación norteamericana. Los activos incobrables (préstamos e inversiones) del conjunto del sistema bancario no han sido depurados; el ‘dólar barato’ no ha servido para depurarla; en su lugar ha alimentado la especulación en la bolsa, con las materias primas y en los países emergentes -una ‘burbuja’ sobre tantas otras, cuyo estallido inevitable llevará la crisis mundial a una instancia explosiva. En la prensa internacional se manifiesta claramente el temor a un derrumbe próximo de las materias primas no agrícolas, en especial el cobre, lo cual arrastrará a gran parte del capital financiero comprometido con la especulación en estos mercados. A estos peligros, la banca central norteamericana ha respondido de una manera muy significativa: emitirá todos los dólares necesarios que exijan los próximos derrumbes -o sea que forzará a una reestructuración mundial violenta por medio de la devaluación del dólar.

China

La última vez que China aumentó las tasas de interés para frenar la especulación interna, la reacción mundial fue nuevamente una caída generalizada de valores financieros. Este hecho marca la estrecha relación de la crisis mundial respecto de China. Pero la reactivación de la economía china está asociada a un fuerte proceso especulativo, el cual ha disparado los precios de la propiedad inmobiliaria y de los productos de primera necesidad. Los bancos, que financiaron este proceso, están acumulando de nuevo activos incobrables por sumas mayores que en episodios pasados de la crisis. En especial en fondos que están afuera de las cuentas bancarias y que se financian recurriendo al endeudamiento. Como consecuencia de esto, China ha acumulado capacidad excedente en todas sus industrias. Para uno de los mayores especialistas en la economía china, Michel Pettis, sin el auxilio de los estímulos financieros, el crecimiento chino caería del 11 al 3% -una virtual declaración de bancarrota industrial. Este contexto ha impulsado un torrente de inversiones extranjeras: muchas directas, por unos cien mil millones de dólares anuales, y especulativas las más, que ejercen una presión revaluacionista sobre la moneda china, algo que China no puede permitirse, pero que se manifiesta igual a través de la inflación interna. Pero otro estudioso chino, en un artículo en Financial Times, estima que la combinación de inflación interna y modesta revaluación externa, apreciaría la moneda china en un 40% en cinco años, lo cual la sacaría del mercado mundial de numerosos productos. O sea que China está afectada por la devaluación del dólar en una escala incluso superior a la de los países latinoamericanos, sea por la inflación financiera que ha desatado como por el encarecimiento de las materias primas y, por lo tanto, el costo de producción de sus industrias.

Es claro que una paralización de la reactivación de China, o en su defecto una explosión financiera como consecuencia de la especulación que sostiene esa reactivación junto a un agravamiento de las condiciones de refinanciación de la deuda pública e hipotecaria norteamericana tendrían una consecuencia final sobre las operaciones de rescate en Europa. Las economías nacionales están siendo sacudidas por una guerra económica mundial, que deja en un segundo plano las proyecciones económicas que los ‘gurúes’ de diversa estirpe se esfuerzan por repartir sin la menor responsabilidad. De nuevo, Bolivia es una señal de la nueva etapa.

Prensa Obrera