Evo Morales: del “decretazo” al “derogazo”

Emilio J. Cárdenas*

CÁRDENAS Sin dar la cara, lo que es toda una cobardía -seguramente porque sabía bien lo que su “gobierno” intentaba hacer- Evo Morales salió tácticamente de viaje en la pasada Navidad. Voló a La Meca (perdón, quise decir a Caracas) delegando la realización del duro anuncio navideño pergeñado en la persona de su Vicepresidente, un hombre de conocida “cara de piedra”, un verdadero “todo terreno” de la política, el ex guerrillero Álvaro García Linera (además, su servicial mentor ideológico). Muy suelto de cuerpo, el ex “intelectual” de izquierda anunció ante las cámaras de televisión y el asombro de su pueblo una verdadera “mega-suba” repentina del precio de todos los combustibles que, en algunos casos, llegó a duplicarlos (de la noche a la mañana).

Como era de esperar, la gente salió, legítimamente enfurecida, a las calles. Autoconvocada. Enloquecida. Todo se desbordó en el acto.



Ante el silencio de la solícita Confederación Obrera Boliviana (la “COB”), los gremios, sin esperar un solo instante, salieron “movilizados” a las calles, en masiva protesta. Quemaron sugestivamente -porque muestra que la gente sabe bien quienes son los responsables verdaderos del desastre económico-social que ya es Bolivia- muñecos con el aspecto conocido del caribeño Hugo Chávez y atacaron el monumento al “héroe” de la izquierda radical, el argentino Ernesto “Che” Guevara. En La Paz y en El Alto por igual. También en Cochabamba.

Al unísono, decenas de miles de personas salieron a la calle desbordando -con ira compartida- todos y cada uno de los diques institucionales de contención. La tormenta se había desatado, en sólo instante.

Porque todos quienes salieron a protestar comprendieron lo que les había ocurrido: Morales y los suyos los habían empobrecido ferozmente. Una anunciada “alza” de salarios, presuntamente “compensadora” (del 20%) en nada compensaba la magnitud de la catástrofe que, de pronto, había encogido ferozmente sus bolsillos. Los anuncios de protesta se sucedieron. Inesperadamente, Morales enfrentaba su propia medicina. La que utilizó por décadas para someter y debilitar a su propio país y llegar a concentrar todo el poder en sus manos: huelgas de hambre; marchas de mineros sobre la Capital, con sus cartuchos de dinamita amenazantes; piquetes y cortes de rutas; huelga general declarada por tiempo indeterminado. La furia era imparable. Y se había desatado.

Reconociendo el enorme costo político de su bravata, Morales regresó a toda velocidad desde Caracas y dio inmediata marcha atrás. Ante las ahora atónitas cámaras de la televisión local – que por algunos minutos dejó de lado su habitual prédica marxista constante- Morales, flanqueado por el imperturbable García Linera y por su Canciller, anunció, suelto de cuerpo pero con expresión tensa, que acababa de derogar (abrogar) el odiado decreto 748. El que había materializado la gigantesca suba de combustibles dispuesta por el mismo gobierno en procura de parar una sangría al Tesoro boliviano, del orden de los 650 millones de dólares anuales, que es lo que cuestan los subsidios a las naftas y al diesel. Justificando su papelonesca “marcha atrás”. Aclaró que lo hacía para “obedecer al pueblo”, reconociendo que el decreto abrogado “no era oportuno”.

La pregunta que queda flotando es: ¿lo será alguna vez? ¿Tendrá Evo Morales que morir políticamente consumiendo lentamente su propio veneno, como si fuera un filósofo griego, pese a que su aspecto delata que no lo es?

¿Ha quedado Morales herido de muerte? En cualquier país más o menos normal, la respuesta sería presumiblemente, sí. Pero ahora adquiere valor el resultado del largo y perverso accionar previo de Evo Morales, difamando y demonizando a todos los líderes de la oposición, de manera de debilitarlos, desdibujando su imagen para que no puedan aparecer como opción, aún cuando el gobierno bolivariano hubiera demostrado palmariamente su incompetencia total para gobernar, como acaba de suceder en Bolivia.

Ocurre que el escenario político boliviano está lleno de Morales y vacío de otras opciones. Por eso, más allá de su inocultable torpeza, Morales podría sobrevivir, al menos por un rato.

Pero está malherido. Quizás, de muerte. Su incapacidad está a la vista de todos y un país, tarde o temprano, suele dejar de lado a los incapaces. Aunque no necesariamente en el totalitarismo, camino en el que Bolivia está avanzada. Porque el pueblo no tiene la libertad de hacerlo.

Por esto, Morales puede llegar a caer víctima de su propia perversidad. Aquella con la que sagazmente en su momento paralizó -y luego infectó profundamente- a su país. La que sirve para ahogarlo por la fuerza ejercida desde las calles. La que es lo opuesto al diálogo y a la tolerancia o a la búsqueda de consensos horizontales, erradicados todos por Morales.

El tiempo dirá, pero “el horno” en que Morales ha transformado conscientemente a Bolivia “no está para bollos”. Es obvio. Pero Morales ya no es lo que hasta ayer era. Políticamente ha demostrado su falta de condiciones para liderar el cambio verdadero, el de la madurez, que Bolivia tanto necesita.

*Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.