¿El fin de izquierdas y derechas?

Juan Claudio Lechín

JuanClaudioLechinWeiseFoto_thumb_thumb1 Por todas partes se escucha decir que “izquierda” y “derecha” son conceptos ya superados cuando, hasta hace poco, estas categorías del pensamiento permitían ordenar el mundo y daban pertenencia política. Nacieron en la revolución francesa. Los jacobinos —liberales radicales y promotores de una mayor soberanía popular—, se sentaban al lado izquierdo de la Asamblea y los conservadores y monárquicos a la derecha.

En el siglo XX, los términos sufrieron un ajuste y la “izquierda” propugnó lo popular, lo democrático y la revolución socialista, mientras que la “derecha” se oponía a estos cambios. En esa adecuación conceptual, la “izquierda” se volvió una categoría virtuosa e ideal; y la “derecha” lo contrario. Sin que medie premeditación alguna, la división tomó la equivalencia religiosa de santos contra herejes.



Como el ajuste no correspondía a ninguna premisa claramente establecida, terminaron compartiendo el mismo bando derechista elites contrarias como la oligarquía conservadora y la burguesía modernizadora. En la izquierda sucedió el mismo sancocho. El stalinismo dictatorial quedó en el mismo lado ideológico que los libertarios y la socialdemocracia. El fascismo comenzó siendo de izquierda pero luego se lo consideró de derecha por enfrentarse al comunismo. Paradójicamente, Hitler y Stalin, ambos absolutistas, crueles y asesinos, aparecieron en bandos ideológicamente opuestos. No muchos parecieron percatarse de este sinsentido.

Con la caída del muro de Berlín, con Cuba como país-cárcel, Chávez y Morales como dictadores en ciernes y otras decepciones revolucionarias, la izquierda perdió su carisma juvenil y esperanzador; mientras que la derecha liberal empezó a cosechar simpatías debido a su mejor desempeño económico y al ejercicio de la democracia representativa. Y así, lo bueno trocó a malo y viceversa, y los términos “izquierda” y “derecha” entraron en crisis y dejaron de significar.

Cada cierto tiempo, las sociedades purgan las ideas que antes abrazaban con fervor, pero en lugar de buscar nuevas claridades se entregan a festejar el luto por las viejas premisas, con la esperanza de curarse, negándolas. Al igual que en la decepción amorosa, hay necesidad de ultrajar la memoria amada para librarse de ella, y entregarse a una especie de promiscuidad conceptual donde todo vale y nada cuenta; celebrada ruidosamente para que no los crean viudos de amores pasados sino precursores del futuro. Terminada esta catarsis de vacío, el ser humano debe volver a llenar, a creer, a categorizar y a nombrar, y para ello debe volver a lo básico, a la raíz.

Y en lo básico, mucho antes de la revolución francesa, siempre hubo una fracción que defendió los intereses del pueblo, como Espartaco o Francisco de Suárez, y otra fracción que defendió a las élites, como las aristocracias. No importando el nuevo nombre que vayan a tener mañana, ambas tendencias, como siempre, seguirán existiendo simultáneamente. Del equilibrio que consiga generar el enfrentamiento entre pueblo y elite (las eternas izquierda y derecha), dependerá la perdurabilidad del sistema político y su éxito. Pero si un avivado bando ideológico arrincona al otro y toma “todo para mí y nada para ti”, ambos terminarán derrotados. Esa parece ser la enseñanza.

El Comercio – Lima