Otro fin de la historia

Recuerdos del presente – Humberto Vacaflor Ganam

Samuel Huntington dijo que al caer el muro de Berlín en 1989 no había ocurrido el fin de la historia, como proponía Francis Fukuyama, sino que el mundo iba a vivir la guerra entre civilizaciones, entre culturas. El mundo había pasado de las guerras entre reinos a las guerras entre naciones y a la guerra entre ideologías, para llegar a la guerra entre civilizaciones.

Vista desde ese enfoque de la historia, la muerte de Osama Bin Laden podría significar por lo menos el debilitamiento de la guerra entre civilizaciones. Sobre todo si se toma en cuenta que la ejecución del más famoso ingeniero especializado en demoliciones que ha conocido el mundo se produce cuando se derrumban los regímenes autócratas de la geografía musulmana, derrotados por la democracia armada con los chips de la tecnología de la comunicación y la información.



Si vamos a aferrarnos a que el mundo tiene que seguir viviendo en guerra, habrá que preguntarse, siguiendo el ejercicio de Huntington, ¿qué guerra viene ahora?

Desde hace por lo menos veinte años los ojos perspicaces de dos mujeres, Susan Strange y Claire Sterling, observaron que el mundo está asistiendo a la consolidación de un nuevo orden mundial, el orden de las mafias, que son capaces de controlar gobiernos enteros, o partes importantes de ellos.

Con irreverencia, algunos autores dicen que estamos asistiendo al enfrentamiento entre dos poderes anárquicos: el poder de los Estados y el poder de las mafias que controlan las actividades ilegales. Son dos realidades paralelas que a veces se tocan, cuando una de las partes ha cometido algún error. En algunos países conviven de manera más o menos pacífica, en otros el poder ilegal disputa territorios al poder legal, como ocurre en Colombia o Perú, donde las mafias del poder coca-cocaína controlan regiones enteras de sus geografías.

En Bolivia conviven ahora dos realidades, la legal y la ilegal. Anárquicas las dos, como dice la definición de Strange.

Los segmentos de poder que controla cada una de esas propuestas muestran que la realidad ilegal está en ventaja.

La lucha entre lo legal y lo ilegal produce noticias todos los días. La última fue la captura, por parte de indígenas contrabandistas, de dos policías que, a su vez, fueron acusados de ser extorsionadores, es decir también ilegales.

Cuando los cocaleros ilegales han logrado el poder que tienen ahora en la política formal, grupos que controlan otras actividades ilegales se envalentonan. Los indígenas que asaltan empresas mineras tienen la misma motivación que las bandas de saqueadores de madera que arrasan los bosques, los cocaleros que avanzan sobre los parques naturales o los contrabandistas que emboscan a los comandos de aduaneros.

La Bolivia ilegal seduce a muchos de los militantes de la Bolivia legal, incluso a sus comandantes. Un general de la policía, a cargo de la lucha contra el narcotráfico, fue la última deserción de la Bolivia legal, cuando se convirtió en narcotraficante.

La Bolivia ilegal ejecutó esta semana, con 45 balazos, a una mujer en Yacuiba.

Para los bolivianos, la opción es cada vez más clara.