La verdadera crisis nacional

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 La nación está en crisis. No es una de las crisis económicas de las que un país no puede librarse. Es otra, más profunda. Afecta al alma nacional; es parecida a la que, mutatis mutandis, llevó a don Miguel de Unamuno a exclamar: “Me duele España, por los costados llagados”. A muchos nos duele la patria boliviana.

Nadie supuso que enero de 2006 iba a ser el inicio de la ruptura de las tradiciones republicanas, del derrumbe de las instituciones nacionales y de la deformación de la democracia. Se dirá que fue para justificar el cambio; que para avanzar hay que superar y destruir las bases fundacionales de la República. Es más: que había que abjurar de la historia nacional, porque ésta es un impedimento para esa transformación –sectaria ella– que supuestamente va a asegurar la justicia y la igualdad. Todo esto sin pausa, sin freno…



La libertad, una de las condiciones intrínsecas del ser humano, está a prueba; la iniciativa privada, esencial para el desarrollo, está sujeta a los humores y rencores de los poderosos; la administración de la justicia está siendo politizada por la vía de unas elecciones con curiosas reglas impuestas para asegurar el resultado deseado por el poder, que prevé una instancia burocrática sumisa en la aplicación de sus designios.

A todo esto se agrega la persecución contra quienes tienen notoriedad pública como opositores o, simplemente, como disidentes. Y para justificarlo se usa un monocorde discurso sectario, excluyente e intolerante: “Conmigo o contra mí”. Hay una acción destructiva contra los partidos políticos, esenciales para la democracia, y se esgrime el argumento de que la mayoría –circunstancial, por supuesto– da ‘patente de corso’ para imponer, para destruir, para justificar caprichos y para disimular tropelías.

En ese afán de dominación –vale la pena insistir en ello– se deforma la historia, con la vana intención de no aceptar las enseñanzas del pasado y se ignoran ejemplos actuales. No se quiere admitir que la economía de mercado libre es el denominador común de las naciones prósperas. Se favorece, en cambio, un Estado hipertrofiado para extender el alcance del poder público para controlar la vida de los ciudadanos. Para ello, se apela a la sacralización de mitos y de leyendas que están lejos de servir de sustento a un Estado moderno y pujante.

En ese accionar sectario se deja de lado tareas inaplazables, como garantizar la auténtica participación política de todos los sectores, sin el predominio de unos grupos sobre otros y reconocer que la democracia no es compatible con la corrupción ni con las persecuciones ni con las restricciones a las libertades individuales y los derechos humanos; que, más bien, es la manera de asegurar la realización plena de los ciudadanos.

No se repara en que lo que sube, siempre baja. Es la ley de la gravedad que, aplicada a la vida en la sociedad, significa el permanente recambio de opciones, en una eterna búsqueda de la auténtica justicia y libertad, sin profetas políticos ni mandones endiosados. Si no se aceptan estas realidades, lo venidero será difícil.

Los enfrentamientos estériles y fratricidas solo traen pobreza y sufrimiento.

Finalmente, se debe comprender que la esencia de la bolivianidad nace de nuestra diversidad. En verdad, esa diversidad de pueblos, tradiciones y costumbres puede erigirse en la fuente de vitalidad nacional. Negar esto es rechazar el ideal de consolidar una patria unida y eterna.

El Deber – Santa Cruz