Malintzin: un diálogo con el silencio

Emilio Martínez

MALINTZIN2011 Un relato cosmogónico sobre el nacimiento del Sol, donde se revela que “en el principio era el Silencio”, abre la puesta en escena de “Malintzin” y plantea las claves para este ejercicio de reconstrucción dramática de un personaje central en la historia del mestizaje americano.

Porque a lo largo de este unipersonal, de manera paradójica el monólogo de la actriz Paula López dialoga con un persistente silencio (histórico o metafísico) al que nombra e invoca.



Malinalli Tenépatl, alias Malintzin, no es todavía la Malinche ni Doña Marina, sino una voz primordial que anuncia la ley terrible de los imperios precolombinos: “sangre y corazones para el sacrificio”, en el momento más logrado de la obra en lo que al diseño de luces se refiere, que tiñen la escena de rojo fuego.

Con la dirección del uruguayo Agustín Separovich y la producción de Guillermo Sicodowska, “Malintzin” da vida a esta princesa de Chiapas, luego esclava de los mayas de Tabasco, luego traductora de los españoles durante el derrumbe del dominio azteca, en una sólida investigación que tiene el acierto de evitar, en buena medida, los tópicos de la leyenda negra.

López, que ya había explorado los rincones del alma de México en “Viva la vida”, donde encarnó a Frida Kahlo, se atreve ahora con La Chingada, La Lengua, metáfora de la traducción y sus límites, de la comprensión entre culturas y sus fronteras, hechas palpables en la compleja recepción de la fe cristiana.

En El laberinto de la soledad”, el maestro Octavio Paz decía que “La historia tiene la realidad atroz de una pesadilla; la grandeza del hombre consiste en hacer obras hermosas y durables con la sustancia real de esa pesadilla. O dicho de otro modo: transfigurar la pesadilla en visión, liberarnos, así sea por un instante, de la realidad disforme por medio de la creación”.

“Malintzin” lo ha logrado.