Carlos Dabdoub*
Parafraseando al presidente Paz Estenssoro, diría: la patria se nos muere, pero a manos de una ‘nueva clase’. Nadie puede desconocer los tentáculos del narcotráfico y sus consecuencias. Todos aceptan la actitud permisiva del Estado boliviano y de la dirigencia institucional cruceña. Ellos conocen el problema, identifican al culpable, pero casi nadie hace algo. La reacción más fácil es esperar el milagro, que nunca llega, o echar la culpa al de arriba, sin aceptar con honestidad la responsabilidad que tiene cada ciudadano y, más aún, las propias autoridades. Sin duda, en el aumento desmesurado del narcotráfico confluyen muchos factores determinantes; este ha crecido en terreno fértil, abonado por la desvergüenza, el ‘nomeimportismo’, la inmoralidad, la corrupción y la ambición desmedida de hacer fortuna a como dé lugar, en medio de una sociedad embriagada por el consumismo fomentado por los medios de prensa. Ya no se pregunta sobre la hoja de vida de las personas, lo que interesa saber es cuánto dinero tiene, sin importar su origen.
Con tibia satisfacción veo que las reacciones empiezan a aparecer. Por ejemplo, hay periodistas o artículos de opinión que se pronuncian sobre este asunto. Sin embargo, falta que la sociedad civil organizada se pronuncie con firmeza. ¿Qué le pasa a la institucionalidad cruceña? Para que se anime un poco su fibra ‘camba’, hagan de cuenta que estamos en un Carnaval, pero con grabados contrapuestos, pues en este caso las comparsas están integradas por una juventud drogadicta y sin futuro, y el son de la banda musical no son taquiraris, sino lúgubres responsos que escuchan familias asoladas por sus hijos, padres, víctimas del vicio o parientes ejecutados. ¿Queremos pasar de una región apacible, amigable y solidaria a una comunidad narcotizada, cautiva del terror, de la violencia, la indiferencia y la ostentación del dinero? En vez de gastar horas en organizar coronaciones y viajes de promociones en los colegios, ¿por qué padres de familia y maestros no invierten su tiempo alertando a sus estudiantes sobre esta crisis existencial? Al respecto, hay una regla de oro que nunca falló: un país productor de droga termina siendo consumidor.
Antes que pelear para ser elegidos directores de instituciones sociales o de otro tipo, que generalmente termina en inauguración y clausura -porque después de ser elegidos usualmente solo buscan salir en portadas-, preocúpense por cómo llegar a los barrios suburbanos para apoyar en la prevención de jóvenes y niños. ¿Dónde están los ecologistas que mansamente aceptan que nuestras reservas naturales sean exterminadas? Aquí tenemos instituciones que fungen ser defensoras de todo y de nada.
Lo dije y lo mantengo. Llegó la hora de la gente, del ciudadano de a pie. La sociedad civil tiene tareas que cumplir y debe exigir un cónclave departamental para debatir sobre este azote que nos carcome. No esperemos una convocatoria nacional. Seamos autonomistas por lo menos en esto. Recuerden, la historia del fracaso se resume en dos palabras: demasiado tarde.
* Médico y ex presidente del Comité pro Santa Cruz