Locamente enamorados

Carmen Beatriz Ruiz

CARMENBEATRIZ Cada diciembre nos encuentra en plena agitación, cuando se tiene que terminar la programación anual, con las carreras para apagar incendios, cumplir pendientes, rendir cuentas, atender imprevistos y encaminarse a los seguidos y nutridos festejos con conciencia del deber cumplido. Pero, si hay algo más difícil que el clima de la última quincena de diciembre es la primera de enero del nuevo año, cuando se tiene que reencontrar el ánimo para la rutina, esa bruja chinchosa que a ratos nos ayuda y otros nos tortura.

Como es costumbre, este recién estrenado año 2012 seguramente usted y mucha gente se habrán propuesto nuevas metas o estarán en pleno proceso de organización de su agenda en la que, ¡ay! ya descubrieron que tiene que comenzar nomás con los rezagos del pasado diciembre, cuando el ajetreo de regalos y compromisos obligó a dejar para el nuevo año lo que ya no se pudo hacer en el que se fue, tan rápidamente envejecido. Si usted es (como yo) de las personas que comienza cada enero con promesas y planes, quiero contarle que hice mi lista particular de gente enamorada, de ésas y ésos que siguen corriendo en busca de sus pasiones, ésos que, locamente enamorados, persiguen sus sueños.



Gente como uno, que se vuelve extraordinaria por efecto del amor. Personas enamoradas de su libertad de decir lo que piensan, aún a costa de malquerencias y venganzas; apasionadas porque el mundo tenga datos, noticias y opiniones vengan de donde vengan; felices con el hecho simple de poder elegir autoridades y quizá aspirando a ser elegidas; ilusionadas de construir instituciones que funcionen y se respeten; esperanzadas porque haya transparencia, para que los horrores que nos golpearon no se repitan, para que tengamos memoria y que los dolores de ésta no nos hagan olvidar la posibilidad de construir lo que está por venir.

Personas que no dejan de sorprenderse con lo que los seres humanos somos capaces de producir (libros, lechugas, aviones, leyes, películas) y no dejan de sufrir por lo que somos capaces de destruir (ciudades, bibliotecas, bosques, confianzas); locamente enamoradas de las erráticas convivencias de la diversidad y la libertad.

Hay mucha de esa gente en el mundo y en nuestro país. Algunos son famosos y aparecen en los periódicos, como el recientemente fallecido checoslovaco Vaclav Havel, como la birmana Aung San Suu Kyi, como la joven cubana Yoani Sánchez, y miles más. Pero la mayoría no aparecen ni aparecerán en los diarios, son anónimos y se reinventan cada día, buscando trabajo, pintando retratos y paisajes, cuidando a los enfermos, desafiando al poder y la desesperanza con nuevas canciones, alimentando a su familia y reproduciendo con su trabajo invisible la vida de cada jornada.

Locamente enamorados y, por eso, hambrientos. Si “el hambre es deseo” y “el hambriento es un ser que busca”, entonces el amor por la libertad, por la democracia y por la justicia son el hambre que nos da “el sentido de la búsqueda”. Por hambre, dice Amélie Nothomb, “yo entiendo esa falta espantosa de todo el ser, ese vacío atenazador, esa aspiración no tanto a la utópica plenitud como a la simple realidad: allí donde no hay nada, imploro que exista algo”. Ese tipo de hambre “es la escalera que conduce al amor. Los grandes enamorados fueron educados en la escuela del hambre”, afirma la escritora francesa. Como ella, en este 2012 que promete/amenaza turbulencias, yo les deseo más hambre de amor.

La Razón – La Paz