“Sacarle el agua al pez”

Susana Seleme Antelo

seleme Con ese título, Sergio Ramírez, escritor nicaragüense, hace una descarnada reflexión sobre las dramáticas secuelas sociopolíticas y de “eterna balacera” -ya no de eterna primavera- que vive no solo Guatemala sino toda Centro América, víctima del crimen organizado por ser paso natural del tráfico de drogas hacia Estados Unidos. Y lanza una afirmación que distintas voces de escritores e intelectuales del mundo han hecho pública, hace tiempo, frente a las consecuencias de un negocio clandestino de carteles y mafias sin Dios ni ley: despenalizar las drogas.

Ramírez afirma que despenalizarlas “significaría sacarle el agua al pez venenoso que es el narcotráfico, la empresa financiera y comercial global más poderosa que ha conocido la historia de la humanidad, con innumerables tentáculos y absoluto desprecio a la vida” Ninguno de los países centroamericanos, sostiene “puede asegurar que va a librarse para siempre de la violencia desmedida que el tráfico de las drogas trae consigo, y de sus consecuencias letales, asesinatos, corrupción gubernamental, lavado de dinero (blog Boomeran(g).



Razones no le faltan a Ramírez, es más, las tiene y de sobra. Sin embargo, yo vengo insistiendo desde esta columna y desde donde tengo ocasión de hacerlo, que hablar solo de narcotráfico es querer tapar el sol con un dedo y reducir el problema de la droga a su comercialización y venta ilegal, mayorista o minorista, sin ir a los orígenes. Seguiré insistiendo, aunque estuviera arando en el mar, que reducir la producción de droga -en Bolivia cocaína- al tráfico ilegal, excluye del análisis la madre del cordero: su producción capitalista que la define como mercancía cuya realización tiene lugar en el mercado de las drogas ilegales, donde se generan sus exorbitantes beneficios a nivel mundial y menores a nivel local.

“Sacarle el agua al pez para que muera de asfixia” como apunta Ramírez, en Bolivia significa controlar-disminuir las plantaciones de hoja coca para uso ‘ancestral’ como dicen los cocaleros, y erradicar la coca excedentaria, materia prima de la droga. Ahí empieza la economía política de la cocaína.

Los elementos que componen la producción de cocaína son: i) capital-dinero para la compra de instrumentos de trabajo, hoy por hoy lavadoras y secadoras de ropa, amén de las tradicionales mantas de plástico para el secado de la hoja; compra de materia prima –la hoja de coca- y compra de mano de obra asalariada, aunque sea temporal, que antes ‘pisaba’ la hoja mezclada con los precursores para su decantación; ii) compra de insumos varios, algunos de carácter industrial como los precursores y derivados petroquímicos para su procesamiento y elaboración; iii) almacenamiento y empaque; iv) transporte por múltiples y camufladas vías; v) distribución; vi) y consumo.

Esa es la economía política de la cocaína. Su cadena productiva coloca a esa droga en el campo de la producción capitalista de mercancías, como cualquiera otra mercancía: dinero-mercancía-dinero incrementado, propia del complejo industrial-financiero global, sujeto al mercado, también global, de la oferta y demanda. En el caso de la cocaína, es una mercancía sujeta a la magia del mercado ilegal, a su vergonzoso entramado de compra–venta de droga, millones y millones de ganancias a costa de cientos de miles de adictos, miles de muertos por drogadicción o por ‘ajuste de cuentas’. Ampararse en la demanda para seguir produciendo, es parte del millonario e hipócrita entramado de la economía política de la cocaína.

El ‘acullico’ y sus bemoles

En Bolivia, amén del consumo de la droga como pasta base en cigarrillos, o refinada como clorhidrato para aspirado, existe el ‘acullico’: masticado de la hoja con bicarbonato y ceniza que al contacto con los ácidos salivales aceleran su decantación. Ese hábito -aquí llamado cultura ancestral- es lo que el presidente Evo Morales va a defender ante la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) la próxima semana, en Viena.

Su actuación será otro ridículo diplomático, ya una tradición de la política exterior del ‘evismo’, según el ex canciller Armando Loyaza: “sucedió en las cumbres climáticas de Copenhague y Cancún, donde la demagogia seudo-ecológica -no respaldada con acciones reales dentro de Bolivia- acabó dejando al gobierno boliviano en el completo aislamiento. Ahora, la estrategia de la ‘reserva sobre el acullico a plantear en la Convención de Viena posiblemente termine con idéntico final”.

Ir a explicar las bondades del acullico, caerá en saco roto: no podrá argumentar que la coca es más beneficiosa que la leche para los niños, osadía que corresponde al actual Canciller David Choquehuanca. Lo menos que tendrá que explicar en Viena es por qué Bolivia se retiró de la Convención de 1961 contra el tráfico de drogas. Morales tendrá que responder, además, sobre el incremento de la frontera agrícola de la coca, de 12 mil hectáreas permitidas a más de 35 mil hectáreas, en sus seis años de gobierno, a costa de parques, reservas naturales y pueblos indígenas.

¿Exigencias de la economía política de la cocaína que, como tal, responde a la producción capitalista y a las leyes del mercado de la oferta y la demanda, mal que le pese al rabioso anticapitalismo de Morales? Pero él no se inmuta y es presidente del hoy Estado Pluri, y al mismo tiempo presidente de las poderosas 6 Federaciones de Cocaleros del Trópico de Cochabamba, cuya producción va totalmente a la producción de cocaína, pues esa hoja no es apta para consumo humano, sino materia prima de la mercancía cocaína.

El tema del ‘acullico’, tiene mucha cola que cortar. Decir que es sagrada y ancestral es una doble hipocresía. Lo de sagrada viene porque solo la practicaba la nobleza del imperio incaico, que como todo imperio que se mantuvo sobre la base de la conquista, la dominación, la represión y exclusión. Lo de ancestral es un invento no de la era Morales, es cierto, y sospecho que ha sido de los propios campesinos cocaleros y sus dirigentes para tener licencias de cultivo sin control alguno.

Me asiste la certeza, por otro lado, de que el ‘acullico’ es un atentado –este sí ancestral- a los sectores laborales ya que mientras más coca mastican, menos necesitan comer, beber y dormir para reproducir su fuerza de trabajo. Ya podía el MAS haber combatido la práctica ‘colonialista’ y explotadora del acullico en la fuerza de trabajo boliviana, pues fue la práctica de los ‘odiados’ conquistadores para subordinar y dominar a las masas indígenas, hace más de 500 años. ¿No debió el Estado Pluri-ficciones combatir esa práctica ‘colonialista’, explotadora de trabajadores, para ser coherente con su rabioso anticolonialismo?

Para asfixiar al narcotráfico hay que asfixiar primero la economía política de la cocaína y su materia prima: en Bolivia la hoja de coca excedentaria.