España y la crisis

Carlos Alberto MontanerEspaña afronta una crisis a tres bandas. La más evidente es la económica. Esa es la madre del cordero. La crisis económica tiene elementos financieros y fiscales, y se expresa en un altísimo nivel de desempleo, especialmente entre los jóvenes, todo consecuencia de la debilidad tradicional del tejido productivo nacional: poca innovación y escasa productividad. La sociedad española, sencillamente, no produce lo suficiente para dar trabajo y costear el Estado de Bienestar y la enorme burocracia generada por diecisiete gobiernos regionales. Es obvio: si se quiere vivir como los alemanes y los suecos hay que producir y administrar como ellos. De lo contrario, las cuentas nunca salen.A esa crisis le sigue el viejo fantasma del separatismo vasco y catalán, especialmente el catalán, exacerbado en épocas de vacas flacas. Con un territorio de 32.000 kilómetros cuadrados, siete millones y medio de habitantes, una lengua, una historia y una cultura propias, muchos catalanes se sienten parte de una entidad nacional diferente a la española. ¿Son la mayoría? Es difícil saberlo. Depende de la provincia y hasta del pueblo donde se mida la intensidad del sentimiento nacionalista. También es casi imposible medir un fenómeno subjetivo como es la importancia con que cada uno de ellos asume la identidad catalana, y en qué medida la contraponen a la española. (Cuatro de mis tías abuelas, originarias de Lloret del Mar, unas bellas mujeres, vivieron y murieron solteras en La Habana, suspirando porque nunca encontraron catalanes con los cuales casarse).El cuadro vasco es diferente. Con un pequeño territorio de 7.200 kilómetros cuadrados –la reivindicación de las provincias vascas francesas es una fantasía infantil–, poco más de 2.250.000 habitantes, una lengua, el euskera, endiabladamente difícil de aprender, que solo habla menos de un tercio de la población, y muy escasas manifestaciones culturales, es más improbable que los vascos logren crear un estado independiente, objetivo que, además, según las encuestas, no comparte la mitad de los habitantes de la región. No obstante, Euskadi es la zona de España más industriosa, la que más riqueza per cápita genera, y la que ha logrado, junto a Navarra (mitad vasca) la mejor calidad de vida en toda la Península, como puede comprobar cualquiera que tenga la dicha de visitar San Sebastián o Vitoria.El tercer factor de inestabilidad es la fragilidad institucional, y muy especialmente el modelo de Estado. A lo largo de los últimos dos siglos la dinastía real de los Borbones ha provocado tres terribles guerras civiles «carlistas», ha desaparecido tres veces (y otras tantas ha sido milagrosamente restaurada), y en dos oportunidades los españoles han ensayado, sin ningún éxito y con desenlaces sangrientos, el modo republicano de gobierno.El rey Juan Carlos es muy popular en el país, y la mayor parte de los españoles le atribuye, con razón, un papel muy relevante en la transición a la democracia, pero probablemente él es más respetado que la institución monárquica, aunque su hijo Felipe y la princesa Letizia son también muy queridos y admirados.En todo caso, la relación de los españoles con su casa real no parece ser tan fuerte como la que se observa en Inglaterra, Holanda o los países escandinavos. En fecha tan reciente como 1975, la víspera de la muerte de Franco, a Juan Carlos le llamaban «el breve», porque muchos españoles pensaban que duraría muy poco en el trono.La conclusión de este sucinto análisis es obvia: España, como la conocemos, con sus gobiernos autonómicos y su monarquía, solo puede sobrevivir en democracia si logra un mínimo razonable de prosperidad económica, movilidad social y progreso material, en el que la mayor parte de la población y las distintas regiones encuentren que tiene sentido participar en un modelo de Estado y de una forma de gobierno que las beneficia y que están a su servicio. Pero todo eso implica ampliar, fortalecer y modernizar el tejido empresarial. Si no se produce esa transformación, la crisis puede desembocar en un desastre permanente. Ese es el dilema.El País – Montevideo