El gran fracaso

Paul Krugman

Otra vez esa época: la reunión anual de la Asociación Estadounidense de Economía y afiliadas, una especie de feria medieval que funge como mercado para organismos (doctores recién egresados en busca de empleo), libros e ideas. Y este año, como en reuniones pasadas, hay un tema que domina las discusiones: la crisis económica en curso.
No es así como se suponía que deberían ser las cosas. Si se hubiera encuestado hace tres años a los economistas que asistieron a la reunión, de seguro que la mayoría habría pronosticado que para ahora estaríamos hablando de cómo había terminado la gran crisis y no por qué todavía continúa.

Entonces, ¿qué salió mal? La respuesta, principalmente, es el triunfo de las malas ideas.
Es tentador argumentar que los fracasos económicos de los últimos años demuestran que los economistas no tienen las respuestas. De hecho, la verdad es peor: realmente, la economía estándar ofreció buenas respuestas, pero los dirigentes políticos –y demasiados economistas– eligieron olvidar o ignorar lo que debieron haber sabido.



La historia, en este momento, es bastante directa. La crisis financiera llevó, a través de diversos canales, a una caída drástica en el gasto privado: la inversión doméstica se desplomó a medida que reventó la burbuja de la vivienda; los consumidores empezaron a ahorrar más conforme se evaporó la riqueza ilusoria creada por la burbuja, mientras persistía la deuda hipotecaria. Y esta caída en el gasto privado llevó, inevitablemente, a una recesión mundial.

Ya que la economía no se parece a un hogar. Una familia puede decidir gastar menos y tratar de ganar más. Sin embargo, en la economía en su conjunto, el gasto y los ingresos van juntos: mi gasto es su ingreso; su gasto es mi ingreso. Si todos tratan de recortar el gasto al mismo tiempo, se desploman los ingresos y aumenta el desempleo.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Un impacto financiero más reducido, como la quiebra del punto com a finales de 1990, se puede abordar reduciendo las tasas de interés. Sin embargo, la crisis del 2008 fue mucho mayor, e, incluso, la reducción de las tasas hasta cero no fue para nada suficiente.

En ese momento, los gobiernos necesitaron intervenir gastando para apoyar a sus economías, mientras que el sector privado recuperaba su balance. Y, hasta cierto punto, sí sucedió: los ingresos cayeron drásticamente en la crisis, pero el gasto aumentó en realidad conforme se expandieron programas como el seguro por desempleo y entró en vigor el estímulo. Aumentaron los déficits presupuestarios, lo cual, en realidad, fue bueno, probablemente la razón más importante por la cual no tuvimos una completa repetición de la Gran Depresión.

Sin embargo, todo salió mal en el 2010. La crisis en Grecia se tomó, equivocadamente, como un signo de que sería mejor que todos los gobiernos recortaran de inmediato el gasto y los déficits.

La austeridad se convirtió en la orden del día, y supuestos expertos que debieron ser sensatos aclamaron al proceso, mientras que se ignoraron las advertencias de algunos economistas (pero no los suficientes) en cuanto a que la austeridad arruinaría a la recuperación. Por ejemplo, el presidente del Banco Central Europeo afirmó con confianza que “la idea de que las medidas de austeridad podrían disparar el estancamiento es incorrecta”. Bueno, alguien estaba equivocado, está bien.

De los ensayos presentados en esta reunión, probablemente la mayor inspiración provino del de Olivier Blanchard y Daniel Leigh, del Fondo Monetario Internacional. Formalmente, el ensayo solo representa los puntos de vista de los autores; pero Blanchard, el principal economista del FMI, no es un investigador común, y se ha tomado ampliamente como un signo de que el Fondo volvió a plantearse la política económica.

Ya que el ensayo no solo concluye que la austeridad tiene un efecto depresor en las economías débiles, sino que el efecto adverso es mucho más fuerte de lo que antes se creía. El giro prematuro hacia la austeridad, resulta ser, fue un terrible error.

He visto algunos reportajes en los que se describe al ensayo como una admisión del FMI de que no sabe lo que está haciendo. Eso es no entender; de hecho, el Fondo fue menos entusiasta de la austeridad que otros de los grandes actores. Al grado en el que dice que estuvo equivocado, también dice que todos los demás (excepto esos economistas escépticos) se equivocaron todavía más. Y merece que se le reconozca su disposición a replantear su posición a la luz de la evidencia.

Las noticias realmente malas son cuán pocos de los otros actores hacen lo mismo. Los dirigentes europeos, habiendo creado un sufrimiento en el mismo rango de una depresión en los países deudores, sin restablecer la confianza financiera, todavía insisten en que la respuesta es todavía más dolor. El actual gobierno británico, que eliminó a una recuperación prometedora al recurrir a la austeridad, se niega completamente a considerar la posibilidad de que haya cometido un error.

Y aquí, en Estados Unidos, los republicanos insisten en que usarán la confrontación por el techo de endeudamiento –una acción profundamente ilegítima en sí misma– para demandar recortes al gasto, lo que nos llevaría de vuelta a la recesión.

La verdad es que acabamos de experimentar un colosal fracaso de la política económica; y son demasiados los responsables de ese fracaso los que conservan el poder y se niegan a aprender de la experiencia.

Fuente: El Universo, por Paul Krugman, periodista norteamericano.