Seguridad imaginaria

Flavio Machicado Terán – Pagína Siete

Poner comida sobre la mesa, ésa es la cuestión. El nuevo grito de guerra, por ende, es seguridad alimentaria, una consigna que nutre la terquedad ideológica y paranoia colectiva. Naciones sin grandes extensiones de tierras fértiles comen bien, porque en lugar de declarar su hostilidad al intercambio comercial, crean condiciones para incrementar su productividad. Suiza, país enclaustrado y Japón, isla sobrepoblada, importan casi el 50% de sus calorías. Naciones que producen valor agregado y desarrollan ventajas comparativas (a veces con cacao importado), no necesitan invertir en plantaciones de maíz.

Un pueblo que come todo tipo de cuentos traga fácil la retórica de autosuficiencia. Atormentados por los peligros extranjeros, algunos no entienden que lo importante es crear condiciones para la productividad e iniciativa privada. En México, por ejemplo, se importa el 30% del maíz, alimento básico de su canasta familiar. La tierra del nopal está a punto de superar la economía brasileña. No obstante, se cuestiona a los aztecas por no producir el 100% del componente básico del taco. México crea más empleos produciendo bienes con valor agregado. El retorno marginal decreciente del maíz hace más atractivo importar parte de la demanda. Entonces, ¿por qué asumir un costo de oportunidad en algo que otros producen más eficientemente? El bienestar se mide en empleos, no índices de autosuficiencia en maíz.



Tener una ventaja comparativa es como la relación entre zapatero, albañil y profesor, cada uno especializado en su arte. En el mercado de bienes y servicios intercambian lo que producen (calzado, casa o conocimiento) con los demás miembros de la comunidad. Pero si una familia debe aprender a edificar su propia morada, vestir y educar a sus hijos – sin necesidad de los demás – invierte pobremente sus recursos, al igual que campesinos en idílicas praderas medievales o escasas comunas que todavía moran en el altiplano.

La fantasía de la autosuficiencia se basa en la premisa “¿qué pasa si el otro se niega a venderme?”. El escenario apocalíptico tal vez sea válido para un mundo de escasa civilización, donde tribus reemplacen naciones, para someter sangrientamente al dominado en un juego de “suma cero”. Una dosis de paranoia siempre es buena, ya que “todo puede suceder”. Otra dosis de mentalidad tribal es inescapable y tal vez incluso saludable. Pero una regresión a la economía autárquica de ancestros originarios tal vez sea prematura.

Japón restringe la importación de arroz, no por lógica económica, sino por costumbres que veneran la tradición por encima del resultado. Al igual que México, Japón puede darse el lujo, porque exporta bienes con valor agregado. México no necesita ser autosuficiente en maíz; lo que necesita es desarrollar una economía competitiva que permita al Estado importarlo, para que el pueblo coma tortillas a precio subvencionado.

La autosuficiencia es un falso debate. El peligro está en repetir el error de 1952, fragmentando la tierra para castigar al terrateniente. La seguridad alimentaria proviene de economías de escala, tecnología e inversión en la agroindustria; un apetito por seguridad jurídica y tenencia de tierra hipotecable que no está siendo saciado. Crear condiciones para producir más y mejores bienes y servicios es otra fórmula usada por pueblos sin hidrocarburos para derrochar; una receta que hace a México cada vez más competitivo, permite subvencionar el maíz y crea los empleos que ponen sobre la mesa carbohidratos importados.

Flavio Machicado Terán es economista.