¿Estamos en puertas de una nueva Cruzada?

Álvaro Riveros Tejada

Riveros Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla y máximo líder de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa que comprende a más de 300 millones de cristianos en todo el mundo, estuvo en Roma por primera vez en casi diez siglos, para asistir a la asunción del Papa Francisco, en una visita sin precedentes. Para su feligresía, él es considerado sucesor de Andrés el Apóstol, hermano de Simón Pedro, del cual, a su vez, el Papa de Roma es considerado su sucesor.

Dicho encuentro se produjo en el marco de una reunión con todas las delegaciones de iglesias cristianas que participaron de tal evento, donde también participaron representantes de las comunidades judías, con quienes se comprometió a proseguir el diálogo ecuménico en aras de la unidad, iniciado con el Concilio Vaticano II. En tal oportunidad el Sumo Pontífice afirmó: "Deseo asegurar mi firme voluntad de proseguir con el diálogo ecuménico y, siguiendo la misma línea que en los anteriores, es urgente que todos los cristianos seamos una sola cosa, para testimoniar el Evangelio de manera libre, alegre y valiente. Ese Será nuestro mejor servicio (la unidad) en un mundo de divisiones y rivalidades".



A su vez, el Patriarca Bartolomé I manifestó que la primera preocupación de los cristianos tiene que ser la unidad, para poder dar un testimonio creíble, e invitó al Santo Padre a un viaje a Tierra Santa, para celebrar juntos el 2014, un oficio en honor de los pioneros del diálogo entre católicos y ortodoxos, rindiendo así un justo homenaje al histórico encuentro de enero de 1964 en Jerusalén, entre Pablo VI y el patriarca Atenágoras, que marcó un hito en la reconciliación entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas.

Dicha cumbre cristiana no tendría mayor relevancia si no se considera su génesis histórica iniciada en el año 1054, cuando se produjo el gran cisma de las iglesias de Occidente y Oriente, originado en gran parte por la fidelidad de los primeros al papado de Roma, donde la autoridad eclesiástica suprema correspondía al Obispo de Roma, quien es legitimado como sucesor del apóstol Pedro por boca del mismo Cristo, mientras que la autoridad de los de Oriente, residía en un episcopado integrado por todos los obispos, cuyo Patriarca es considerado sucesor de Andrés el Apóstol, hermano de Simón Pedro. Además, el hecho de que la comunidad bizantina del sur de Italia se negara a rendir homenaje al Papa León IX, ocasionó una fuerte discusión entre ambas Iglesias, generando un conflicto que finalizó con la excomunión de la Iglesia Oriental que, a su vez, respondió de la misma forma, decretando el cisma definitivo. Pese a que ha habido varios intentos de reunión, lo cierto es que ésta nunca se produjo, hasta el encuentro mencionado.

Estos acontecimientos suscitados a lo interno de la iglesia católica, desde hace dos mil años, y que encierran mucho de anecdótico, como fue el cisma de la iglesia anglicana con Roma, por el matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena, no solo marcaron y marcan la génesis y el devenir de los principales sucesos políticos que derivaron de éstos. De ahí que, sin mayor abundamiento en estos hechos, procuraré analizar el significado que tuvo el último encuentro de Roma.

Razones valederas para una renuncia

Se han vertido innúmeras especulaciones sobre las causas que llevaron al Papa Benedicto XVI a abdicar a su cargo, y que lo llevaron a afirmar: “Dios pareció dormir estos últimos años”. Sin embargo, las razones, por más graves que estas fueran, no solo pasan por la pedofilia, los matrimonios gay, o las finanzas mal llevadas del Banco del Vaticano, y tampoco por ese informe de 300 páginas, que tres cardenales octogenarios elevaron a conocimiento de Benedicto, sobre las peores prácticas que ocurren en la curia vaticana; que son de perfecto conocimiento del actual Pontífice y que la iglesia supo absolver sin inmutarse y muy hábilmente desde hace dos mil años. En nuestro modesto entender, una de las razones más fehacientes e irrefutables radica en la actual situación de las iglesias cristianas en el mundo, frente a la excesiva proliferación del islamismo y, en especial, del fundamentalismo musulmán, representado por el Hishbola, Hamas, Al Qaeda etc.

Al margen de la amenaza que este crecimiento étnico representa para los países europeos, en su gran mayoría cristianos, sabemos que el objetivo central de los fundamentalistas musulmanes radica en la eliminación del Estado de Israel como tal y por ende, el fin del judaísmo y también del cristianismo.

El estado judío, amalgamado con los más importantes sectores de poder de los EE.UU., ha manejado tras bambalinas, con admirable habilidad, su propia guerra santa. Sin disparar un solo tiro ha logrado derrotar y desquiciar a cinco de sus más poderosos enemigos: Egipto, Siria, Iraq, Libia y Líbano que en cruentas guerras intestinas se han destruido y ha perdido todo su potencial bélico, quedando tan solo Irán, como su único contendor y en torno al cual, por obvias razones geopolíticas, se han unido casi todos los musulmanes, especialmente los fundamentalistas, con el apoyo de China y Rusia. De ahí se explica la pertinaz actitud de ambas potencias, de usar su derecho a veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, para evitar una intervención en el conflicto sirio, como se hizo en Libia, y así permitir la catástrofe que está desangrando ese país. De ello podemos inferir que, en ese ajedrez político tan inhumanamente frio, el actual problema de Corea del Norte obedece a un ardid chino-ruso dirigido a abrirle un frente a los EE.UU. que distraiga su atención hacia la defensa de sus aliados del Asia y debilite sus fuerzas en el Medio Oriente.

Francisco y el Papa negro

Pese a las múltiples suposiciones formuladas sobre el acaecimiento del Obispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio al trono de San Pedro, consideramos útil formular una, que a nuestro entender está muy cerca de la verdad y que caracterizó a dicho advenimiento.

Pese al hermetismo que caracteriza al cónclave cardenalicio que elige al Santo Padre, se ha filtrado que en el Conclave que eligió a Benedicto XVI Joseph Ratzinger, uno de los cardenales que tuvo una nutrida votación, antes que salga la “fumata bianca”, fue precisamente Bergoglio. Empero, al tercer escrutinio, éste habría decidido ceder sus votos a Ratzinger, actitud que le fue reconocida por éste cuando Bergoglio, de retorno a Buenos Aires, renunció al arzobispado por haber cumplido 75 años de edad, dicha dimisión fue desestimada por el Papa y, por el contrario, ascendió a Bergoglio a Provincial de la Orden Jesuita en Buenos Aires, presintiendo quizás su futuro alejamiento y considerando a este hombre, como a su legítimo sucesor.

Los recientes acontecimientos se han encargado de darnos la razón ya que, desde su llegada al Vaticano, el Santo Padre ha visitado en más de dos oportunidades a Ratzinger y todos los actos simbólicos y atrayentes de humildad y justicia que ha venido realizando parecieran ser inspirados en ese su brillante antecesor que, por su edad y salud, se vio muy inhibido a hacerlos él mismo.

Igualmente, dichas características dieron pábulo a conjeturas que generalmente menudean cuando existe un cambio de Papa. Por ejemplo, en las profecías del obispo benedictino irlandés Malaquías, quien viviera hacia mediados del Siglo XII, se cita un listado de 111 nombres, calificativos o lemas que designan a un número igual de papas que reinaron desde el año 1143 hasta el que sería el último Papa de la Iglesia Católica, señalando con bastante precisión, los apodos y las propiedades personales de cada uno de ellos, o de elementos relacionados con su origen o función, al igual que circunstancias políticas, sociales o militares que aparecen durante su pontificado. Es así que, para el Papa que vendría después de Benedicto XVI, si bien él le atribuye el nombre de “Pedro II”, del que afirma: “que conducirá su grey por muchas tribulaciones y su reinado coincidirá con el acabose de la ciudad de las siete colinas (Roma) que será destruida y el terrible juez juzgara a su pueblo”, coincide con las profecías de Nostradamus cuando predice la llegada de un Papa negro, después de Benedicto XVI. Pues aunque Francisco no sea un Pontífice de color, pertenece a la orden de los jesuitas, que suele usar el término “Papa negro” para identificar a su superior. No en vano él mismo Francisco, en una alocución criptica y seráfica, en su presentación expresó: “Vengo del fin del mundo” ¿Casualidad?

Los Jesuitas y el Papado

Desde la fundación de la Compañía de Jesús hasta el año 2013, ningún jesuita se convirtió en Papa, considerados grandes consejeros e influyentes miembros de la curia romana desde los siglos XVI y XVII hasta el pontificado de Juan Pablo II donde se cimentó y aumentó la influencia de la orden de los Legionarios de Cristo y el Opus Dei.

San Ignacio de Loyola, el fundador, quiso que sus miembros estuviesen siempre preparados para ser enviados con la mayor celeridad, allí donde fueran requeridos por la misión de la Iglesia, como una suerte de fuerzas especiales que, en el ámbito militar se conocen como comandos. Ceñidos siempre, y dentro de la más estricta observancia a sus tres votos normativos de su vida religiosa: Obediencia, pobreza y castidad, a más de un cuarto voto, que es la obediencia al Santo Padre, bajo el sugerente lema: “Militar para Dios bajo la bandera de la Cruz y servir sólo al Señor y a la iglesia, su esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la Tierra” A estos votos, un grupo de siete jesuitas liderados por Ignacio, sumaron otro solemne, que fue el de peregrinar a Jerusalén”. Ello ocurrió en la capilla de los Mártires en París, situada en la colina de Montmartre, un 15 de agosto de 1534. Siempre rescatando el objetivo específico de las antiguas cruzadas, que fue el de restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa. El mismísimo Napoleón, en sus memorias, escribiría: “Los jesuitas son una organización Militar, no una orden religiosa”.

En puertas del Armagedón

De no primar la actitud y el aspecto grotesco y bufo del líder norcoreano y de toda la escenografía bélica de sus eventuales combatientes, el mundo estaría hoy, quizás más alarmado que en la crisis de los misiles de 1962. Sin embargo, en un lunático de esa naturaleza es muy fácil que se replique la famosa metáfora del peligro que conlleva un mono con navaja. Tal actitud nos recuerda los desplantes del finado micomandante venezolano, cuando se daba a la tarea de maldecir, desde sus vísceras, al estado judío, epítetos que curiosamente se le revirtieron de forma trágicamente dolorosa.

Los judíos no necesitan la Cristiandad para definir sus orígenes. Pero los cristianos necesitamos a los judíos para definir el nuestro, y los musulmanes necesitan de la eliminación de ambos para ampliar su hegemonía, al menos así lo entienden los fanáticos impulsores de la Yihad (Guerra santa) o el decreto religioso de guerra basado en el llamado del Corán para extender la ley de Dios. No lo consideran de la misma forma los musulmanes menos radicales y occidentalizados, como los de Arabia Saudita y los emiratos árabes.

Al margen de nuestras diferencias, por un simple instinto de conservación, todas estas fuerzas (del bien) se enfrentarán tarde o temprano a aquellas (del mal) en un escenario que podría ser el Valle de Mejido y en el marco de una nueva y original Cruzada.