Los “Indignados” y la crisis del populismo

Juan Francisco Gonzales Urgel

BUBY Asistimos casi incrédulos a la llamada “primavera árabe” que echara al traste rancias dictaduras como las de Omar Gadafi en Libia y Mubarak en Egipto. Una lucha sin cuartel se libra en Siria; la inconformidad gana las calles de Turquía, Grecia, Portugal y cruza el océano para llegar a Chile, Paraguay, Costa Rica y Brasil.

Sobre esta ola de descontentos, se han ensayado diversos análisis entre los que resaltan aquellos que atribuyen el movimiento a las clases medias y los sectores empresariales quienes –supuestamente temerosos de perder su condición de tales- interpelan a los Estados para no perder sus privilegios.



Pocos reconocen las señales de crisis del populismo y una irrupción contra los mitos que penalizan la economía de mercado en favor del capitalismo de Estado. El populismo promueve los modelos rentistas sobre la idea de que el Estado posee recursos suficientes para lograrlo todo y a corto plazo con la inyección de dinero público; repartiendo bonos y canonjías sin exigir nada a cambio; amén de obras y programas que no obedecen a planes de desarrollo social sostenible, sino a la búsqueda de dividendos políticos sin criterios de competitividad y costos de mercado.

Las clases medias y los sectores empresariales no surgen por efecto de bonificaciones estatales. Se desarrollan a lo largo del tiempo, superando dificultades y acumulando no sólo recursos económicos y financieros para la reinversión, sino también experiencias. Las clases medias y empresariales que emergen de una sociedad respetuosa de un mercado descentralizado con seguridad jurídica y reglas claras que permitan una tasa de ganancia que premie el esfuerzo creativo, no necesitan de los favores del Estado, ni “indignarse” por los cambios o avatares políticos hacia las “izquierdas” o las “derechas”.

El Estado sí debe garantizar el acceso de los individuos a las oportunidades, recursos y servicios que otorgan la Ciencia, la Tecnología y la Cultura de la vida moderna para que puedan superarse por sí mismos. Debe permitir a los ciudadanos la libertad de construir instituciones fuertes –respetando el marco político, económico, jurídico, y educativo- que impidan a los gobernantes causar daños irreparables a la sociedad en el ejercicio de sus funciones.

Las enormes diferencias entre las sociedades cuyos “indignados” protagonizan esta ola de descontentos indican que la situación no proviene únicamente de demandas individuales o sectoriales. La disponibilidad de información irrestricta circulando en las redes sociales, al alcance de todos, ha permitido que, ora por asociación comparativa, ora por reflexión, la ciudadanía advierta claramente las consecuencias funestas del populismo que asume como instrumentos el asistencialismo y el “bonismo” rentista.

Ya no puede ocultarse que la Venezuela chavista de los petrodólares languidece por insuficiencia de recursos; la Cuba revolucionaria no se alimenta con las peroratas antiimperialistas; Nicaragua no puede vivir sin las dádivas venezolanas; Ecuador basa su sistema financiero en el dólar norteamericano y los mercados capitalistas; en Brasil está aún fresco el “mensalâo” de los amigos cercanos a Lula, y a todos sin excepción -de una u otra forma- el populismo les está pasando factura. Una realidad que compara el discurso con la acción y los resultados de ésta.

La otrora “mala memoria” de los pueblos es ahora compensada por la información. Una sociedad mejor informada es una sociedad más cuestionadora. Algo que varios regímenes de gobierno parecen haber previsto, habida cuenta de que han identificado a la libertad de expresión e información como sus principales enemigos y adversarios.