El país que soñamos

Marcelo Ostria Trigo

MARCELO OSTRIA TRIGO OK Todos deseamos fervientemente que en nuestra patria predomine la libertad; que seamos prósperos; que nos proteja una administración de justicia proba e independiente; y que nuestras autoridades sean legítimas y honradas. Este es todavía un sueño incumplido. Tenemos tan arraigada la frustración, que hay una suerte de gozo enfermizo por el maltrato histórico y por nuestros fracasos que celebramos con desfiles vistosos y entusiastas. Son pocos los que se acuerdan de las verdaderas victorias, como la épica batalla de Ingavi de 1841.

Este sentimiento derrotista nos está llevando la resignación, pues hay quienes creen que nada puede hacerse para escapar de un futuro de atraso y de ausencia de libertad. Parecería que solo logramos consolarnos con los males ajenos: terremotos, inundaciones, tornados y otras calamidades, mientras entre nosotros no hay empeño para corregir rumbos y así alcanzar un destino honroso.



Los vaticinios lanzados en arengas populacheras de que nos aguarda un futuro idílico –la meta que se aventuró fue igualar en pocos años el grado de desarrollo de la admirable Suiza–, no alcanzan para superar el descreimiento; menos aún cuando se señala como culpables de todos nuestros males a los ‘otros’, es decir, a los que piensan diferente.

Se vuelve al disparate de que a los que no comparten el determinismo marxista, los arrollará la rueda de la historia. La experiencia, sin embargo, muestra lo contrario: el dirigismo, la planificación central y lo que recientemente se llamó ‘Estado de bienestar’ terminan en fracasos. Sin embargo, vemos atónitos y con indolencia cómo se intenta construir una sociedad parecida a la descrita en la distopía 1984 de George Orwell, con un hermano que nos vigile la vida y que castigue a los capaces de pensar. Ciertamente hay otros caminos para superar este cuadro preocupante. La alternativa es la democracia sin apodos ni añadidos. Esto significa limitar el alcance del ahora todopoderoso Estado, impidiendo que “favorezca a persona o grupo alguno, que establezca la separación y balance de poderes, fundamentalmente dedicado a proteger los derechos individuales, preservar la paz e impartir justicia”. (La arrogancia y el error, C.A. Montaner, 11.07.2013).

Lograr lo anterior significaría que hemos superado nuestros males y que edificamos el futuro con imaginación y esperanza, tomando en cuenta una comprobación histórica: cuando se permite a los ciudadanos desarrollar sus capacidades sin dirigismos, se alcanza prosperidad y paz social.

El Deber – Santa Cruz