Yo espío, tú me espías

Jesús Ruíz Nestosa

RUIZ La decisión de un joven de cambiar él solo el mundo, en un acto de insensatez similar al de Quijote cuando cargó contra las aspas de un molino, no hizo otra cosa que poner en evidencia una de las actividades más antiguas del mundo: el espionaje que existe desde que los hijos de Adán y Eva se fueron a vivir en casas distintas. De haber tenido Abel un servicio de espionaje es probable que Caín no lo hubiera matado. Al conocer de antemano las intenciones de su hermano, lo hubiera esperado debidamente preparado.

Lo que escandalizó de las revelaciones de Edward Snowden fue descubrir el volumen que alcanzaba ese espionaje gracias a los nuevos sistemas de comunicación, a la celeridad con que miles de hojas de información, pública, privada, viajan de un extremo a otro del planeta nada más que con apretar un botón: “send”, y la trasferencia fue hecha. Pero no solo ha colaborado esta tecnología, sino también, y de manera muy eficiente, las empresas que mueven los hilos de este entramado: Google, Microsoft, Facebook, Outlook, Apple, Skype, como quiera llamársele. De manera directa, nosotros mismos, los usuarios, que hemos puesto todo lo que se refiere a nuestras personas en este entramado a nivel planetario que con precisión se le ha llamado “red”, la red dentro de la cual, en definitiva, estamos todos atrapados.



Sin necesidad de llegar a métodos sofisticados ni a programas especiales como PRISMA, el utilizado por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), desde que hemos recurrido a los medios que nos brindaba la nueva tecnología como la obligada modernización de nuestras vidas, hemos dejado a la intemperie toda nuestra intimidad, como un libro abandonado en el banco de una plaza que cualquiera puede hojear al pasar. De una manera vergonzosa, nuestros datos confidenciales son acumulados, sin que lo autoricemos, sin que nos lleguemos a enterar, siquiera, por agencias que se dedican a venderlos a diferentes empresas comerciales para que nos acosen, hasta ponernos al borde de la locura, con sus campañas publicitarias. O también con su propaganda política.

Acabo de leer que los servicios de espionaje rusos, porque ellos también espían, han llamado a licitación para adquirir máquinas de escribir manuales, pues encuentran el papel más seguro que los kilobytes, los megabytes. Meter la mano en el cajón del escritorio de uno es mucho más complicado y difícil que entrar en el correo electrónico de cualquier ciudadano. Así, hemos llegado al punto de cuestionarnos hasta qué punto las nuevas tecnologías de comunicación nos han hecho más libres, o bien, más vulnerables por parte de ciertos poderes: políticos, económicos, culturales. Viendo ahora la historia a la distancia, tengo mis serias dudas sobre si las famosas “redes sociales” fueron las protagonistas efectivas de las revoluciones relacionadas con la “primavera árabe”. Si no existe un caldo de cultivo previo, no creo que nadie salga a la calle simplemente porque alguien nos esté invitando a través de alguna cuenta electrónica. Si fuera así, cada semana yo recibo dos o tres invitaciones para acudir en auxilio de algún príncipe africano que se encuentra cercado en su reino y necesita de alguien que le ayude a quitar de allí toda su inmensa fortuna de la que recibirá la mitad quien allá vaya.

Las revelaciones hechas por el americano Edward Snowden, un joven que acaba de cumplir los treinta años, son nada más que una confirmación de lo que se tendría que dar por presupuesto. El espionaje es parte de nuestras vidas y lo hace Washington como Pekín, Moscú y Teherán, no seamos ingenuos. Pero tampoco debemos dejarnos engañar por la propaganda, ya que dentro del gigantesco espectáculo mediático que se ha montado en torno a este escándalo hay piezas que no encajan. Me refiero al hecho de que Snowden (al igual que el narcisista Assange) ha buscado asilo justamente en los países en los que sus sistemas de gobierno han hecho tabla rasa de los derechos humanos y de la libertad de expresión, comenzando por el mismo Putin y terminando por Rafael Correa, quien acostumbra asistir a las sesiones del tribunal donde se juzga a los periodistas que le han criticado. No digamos ya de Cuba, en donde en cada manzana existe un comité revolucionario cuyo trabajo es espiar a los vecinos y denunciarlos si se sospecha que tienen una actitud contrarrevolución.

ABC Color – Paraguay