Bolivianos hallan la esclavitud y la libertad en los talleres de Brasil

No todos los migrantes bolivianos se someten. Hay quienes vencieron el temor, regularizaron su situación y ahora están en empresas que les dan mejores condiciones de trabajo. Sin embargo, la mayoría sigue siendo presa fácil del sistema esclavizante.

EL DEBER EN SAN PABLO



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Una estrecha puerta y más de quince escalones semidespintados conducen al taller. Pasar por allí no es más que el preámbulo a la esclavitud disfrazada y que sirve de sostén a cientos de tiendas de marcas reconocidas que, de espaldas a esta realidad, exhiben en las vitrinas sus más novedosos diseños.

El lugar es un cuarto de unos tres por cinco metros cuadrados, con diez máquinas de coser y cinco operarios, todos bolivianos que miran de reojo y desconfianza sin comentar nada. Lucio, el dueño, es otro boliviano que conserva el acento andino; llegó a San Pablo (Brasil) hace siete años y decidió adquirir un taller que le ofrecieron.

Desde afuera todo aparenta ser una simple vivienda rodeada con techos de calamina. Está ubicada en la avenida Cerejeiras de la gran ciudad brasileña. Quien no conoce lo que sucede ahí, ni sospecharía que se esconde un taller ilegal, como otros que están en la vereda del frente y que también parecen cualquier inmueble.

image Un boliviano es dueño de este taller ilegal donde trabajan otros coterráneos en San Pablo. Fotos: Nathalie Iriarte.

Lucio es un hombre sencillo y de pocas palabras. En su taller hay un montón de atadijos de telas embolsadas o en canastillos y que las tiendas ("magazines") le traen ya cortadas de acuerdo al diseño de la temporada para que allí las costuren y hasta les pongan la etiqueta.

Los costureros aguantan el ambiente pesado que se siente en la pieza con techo bajo, donde la resolana invade a través de las ventanas apenas abiertas y una pequeña puerta. Al fondo está el baño y al lado hay otra habitación que sirve de dormitorio de los operarios.

El hombre cuenta que las tiendas le pagan 10 reales por blusa (unos $us 4,5), mientras que estas las venden al consumidor en un monto hasta diez veces mayor. De los 10 reales, uno, dos o en el mejor de los casos 2,5 reales, le llegan a cada trabajador. A cambio, Lucio les da techo, comida y trabajo, pero ellos deben trabajar 15 o más horas. Por ejemplo, un lote de 800 blusas deberá ser entregado en unos 15 días. Se estima que en este tipo de trabajo un ilegal llega a percibir unos 758 reales al mes (cerca de $us 320) o un poco más. Como estos, hay miles de bolivianos en los talleres ilegales, muchos son traídos por los llamados "coyotes" y otros por sus propios familiares. Y es que se genera una especie de círculo vicioso donde, por lo general, el que se convierte en patrón va trayendo a sus allegados.

Cristian, un joven de 19 años hace seis meses dejó El Alto de La Paz y llegó a San Pablo traído por su hermano mayor. Ambos trabajan en un taller de bolivianos. El más joven empezó ganando 400 reales al mes, ahora tiene un ingreso de  1.000 reales y está seguro de que en poco tiempo podrá juntar más dinero. Para él es lo mejor que le ha pasado, porque en El Alto no tenía opción de trabaj. Él no habla de la ilegalidad, pero cuando insistimos en visitar el taller es evasivo, al igual que Lidio Gonzales, un tarijeño de 44 años, que dice tener un taller legal, pero también evita a la prensa.

Pascual Chambi, de 68 años, hace dos años que decidió dejar su vida hecha en La Paz, para seguir a su familia que migró a San Pablo. Pese a su edad, no le quedó otra que sumarse a la costura en el taller donde trabajan sus hijos. “Más o menos bien”, dice en voz baja cuando se le pregunta por el trabajo que hace y solo atina a decir que es cansador, sin dar más detalles.

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La otra realidad

Hace 14 años que Marina Coca (32) dejó Cochabamba y migró a San Pablo; al principio fue una simple costurera ilegal como muchos coterráneos, pero con el tiempo obtuvo sus papeles y encontró trabajo en la industria textilera DL (en alusión al propietario Dann Leonard), ubicada al norte de la ciudad de San Pablo. Allí trabajan unos 200 extranjeros, el 99% es boliviano.

A diferencia de otros talleres, esta es una empresa legal donde el pago no se hace por prenda, sino por producción diaria. Marina es encargada de una unidad de la empresa en la que  trabajan 30 bolivianos, con un promedio de 30 años de edad, el más joven es Luzber, de 17 años. Pero Marina también tiene su propio taller con 50 operarios, ella pone la mano de obra y la empresa la infraestructura.

En cada unidad se producen unas 400 prendas por día y si el trabajador cumple con la producción que está prevista en una planilla, recibe su pago total. Ingresan a las 7:00 y salen a las 18:00, con derecho a dos horas de almuerzo y descanso.

No es la única boliviana que logró ubicarse bien. Silverio Q. también llegó hace 14 años y luego de acogerse a la amnistía para la legalización de migrantes, se capacitó en diseño y confección en San Pablo y ahora dirige una unidad de la industria DL donde trabajan bolivianos y tiene otra donde la mano de obra es propia, pero la infraestructura es de la empresa.

Dos mundos diferentes

Un trabajador con experiencia en costura gana entre 1.000 y 1.200 reales en un taller clandestino, pero para llegar a ese monto debe cumplir con más de las ocho horas permitidas por la Ley del Trabajo. Por lo general, el dueño del taller le da comida y techo a él y a sus hijos, si los tuviese, en el mismo lugar (en condiciones de hacinamiento) a cambio de horas extras. Así, el operario termina trabajando más de 14 horas al día. Solo gasta en ropa y cosas para su aseo personal, el resto lo guarda. Logra ahorrar a un costo elevado para su bienestar.

En un taller legal el piso (pago mínimo) para un trabajador con experiencia es de 933 reales al mes (casi $us 400) y puede llegar a ganar unos 1.400. Según la ley, quienes ganan por debajo de los 1.700 reales están exentos de pagar impuestos al Estado. Sin embargo, del total ganado, un 11% se va a un fondo de jubilación para el trabajador.

También tiene aguinaldo y vacaciones ("ferias2). Si bien la ley no permite que la empresa le dé vivienda al trabajador, porque sería visto como parte de un sistema "esclavizador", hay brasileños que a modo de ayudar, les facilitan un lugar donde vivir, pero fuera de la empresa. Otros migrantes prefieren alquilar un cuarto en unos 350 a 400 reales, mientras que su alimentación puede significar unos 250 reales al mes, tomando en cuenta que en su empresa les dan comida. Ser legal también les permite acceder a créditos 

Más detalles de esta actividad  

Seguridad laboral

En los talleres ilegales no hay normas de seguridad. Por ejemplo, se pudo apreciar mujeres trabajando de sandalias, mientras que en los talleres legales todos los operarios tienen que ponerse zapatillas deportivas para evitar heridas en caso de que se caiga alguna tijera u otro implemento.

Ambientes amplios

Mientras un taller clandestino está montado en una pieza de cualquier vivienda, existen talleres legales donde todos los ambientes cuentan con acondicionadores de aire, extintores de fuego y barbijos.

Se duplicaron los costos

Bolivianos que son propietarios de talleres de costura coinciden en que el costo para montar uno de estos negocios se duplicó en la última década. Antes se podía abrir uno con 15.000 reales.

Operativos contra ilegales

El 30 de julio, el Ministerio de Trabajo de Brasil rescató a 28 trabajadores bolivianos explotados. La Embajada de Bolivia estima que hay cerca de 100.000 bolivianos en esa situación.

imageEllos optaron por la legalidad  

Mercedes Alcón – Boliviana

Llegó cuando tenía 18 años

“Vine con muchos sueños de estudiar Medicina, pero aquí me formé en Teología mientras trabajé en costura. Desde hace seis meses trabajo en la empresa DL y gano 1.330 reales al mes. Mis tres hijos son brasileños y permanezco en este trabajo porque nos pagan puntual y eso nos da mayor seguridad que en otros lados”.

Andrés Tintaya – Paceño

Volveré a Bolivia por mi familia

“Ya llevo siete años en San Pablo, al principio tenía problemas con mis documentos, pero gracias al acuerdo entre Bolivia y Brasil me acogí a la amnistía. Cerré mi taller y me vine a trabajar en esta empresa. Estoy bien, pero no pienso quedarme en Brasil, en Bolivia está mi madre y mi hija, siempre pido vacaciones por 30 días y viajo”.