El día que Dilma dijo no a Evo

Daniel A. Pasquier Rivero

daniel-pasquier La salida del senador Roger Pinto de la Embajada del Brasil, en La Paz, y su aparición en Corumbá, ciudad fronteriza del Brasil, marca un hito en las relaciones del gobierno del presidente Evo Morales con la comunidad internacional. Una vez más, horas de silencio, para armar la estrategia, y salir después con todo a reclamar los primeros planos de los medios de comunicación mundiales.

¿Bolivia está abusando de la confianza del Brasil? No es la primera vez que Evo pone tensión en esa amistosa relación, conseguida gracias al esfuerzo y la constancia durante años de varios gobiernos, en ambos lados. Además de compartir una extensa frontera, que facilitó un buen intercambio comercial favorable a Brasil, la diplomacia tuvo en el horizonte a largo plazo la provisión de gas boliviano al núcleo industrial del Brasil, Sao Paulo. Así se llegó a concretar la explotación de gas boliviano para la exportación mediante ducto directo desde Santa Cruz hasta la red en territorio brasilero. Brasil se la había jugado, capitales, recursos humanos, tecnología, apoyo a Bolivia en los foros políticos y financieros internacionales, para ver de pronto a Evo entrar con tropas militares a las oficinas de Petrobrás, su empresa insignia, prácticamente a patadas. La opinión pública en el país vecino se volcó en contra. Se había mellado el orgullo, que no es poco, del pueblo brasilero.



Si hubo respuesta entonces, fue tibia. Inacio (Lula) da Silva en el poder parece ser la explicación. Comparte con el mandatario boliviano la pertenencia al Foro de Sao Paulo, que aglutinó en su momento a las izquierdas, moderadas y radicales, en desbandada después de la caída del muro de Berlín. La lealtad a la ideología estaba por delante del sentimiento patriótico, en ambos casos, como se fue haciendo cada vez más patente en años posteriores. ¡Patria o Muerte!, vino a uniformar a los políticos alineados con el socialismo siglo XXI, con un lenguaje y un accionar calcado en cada uno de los países militantes. Lula hizo tragarse su orgullo a los brasileros, y aguantar. Pero quedó la duda, ¿es todo compañerismo ideológico, o hay algo más detrás en esa relación? H. Vacaflor lo expresa de otra manera, ¿“qué pecados comparten”?

Con esos antecedentes, y la seguridad consiguiente, Evo ha pedido el trofeo: que le entreguen a Pinto. La actitud no deja de tener su tono teatral, o imperial: en el foro romano, con un movimiento de dedo pulgar, el emperador decidía la suerte del gladiador. Vida o muerte, a merced de una formula tan simple. No importaba que se haya portado valiente, audaz, diestro en la lucha, ni que se haya granjeado la simpatía del pueblo. Quedaba a la voluntad del soberano la vida tanto del desdichado como la del héroe.

La salida sin de Pinto sin salvoconducto, requerido por Brasil desde que le concedió “asilo” en razón de persecución política en Bolivia, es, sin duda, un desafío. Evo lo sabe y así lo siente. Pero habían esperado pacientemente durante 15 meses la anuencia positiva de Palacio Quemado. Al parecer todo fueron fuegos de artificio, hasta convencer a las autoridades del país asilante que no había voluntad de entregarlo bajo ninguna circunstancia. Fue un ir y venir de funcionarios, hasta del más alto rango, sin fruto alguno. En La Paz estuvo el mismo ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, y tuvo que volverse con las manos vacías. ¿Hasta cuándo aceptarían esta situación? En mente estaba el caso del Cardenal Josep Mindzenti refugiado en la Embajada de EEUU en Varsovia, durante la Guerra Fría, que se extendió por 15 años. ¿Acaso es un contexto similar?, si entre estos dos países se repiten mutuamente respeto, solidaridad y hasta relaciones fraternas; no es aceptable.

Un funcionario de la Embajada con el coraje suficiente para ser fiel a sus convicciones en favor de los derechos humanos, del respeto a la vida, bastó para definir la partida. El senador Pinto lo describe con maestría en su carta al país, desde el exilio, “entendí que el tiempo había llegado”, y se aferró a su chance, jugándose la vida pues tal osadía no estaba exenta de peligro. Él sabía, sin embargo, desde el fondo de su conciencia religiosa, que “aún el más absoluto de los poderes, tiene límites” y que “el bien finalmente se impone”. Los detalles de la travesía han sido ampliamente publicitados, y ha dejado patente que los reclamos del político boliviano han encontrado amplio eco en los más altos círculos políticos del Brasil. No está solo.

El gobierno de Bolivia instruye a Interpol la captura del “delincuente” fugado. Las expresiones sin miramientos legales ni humanitarios de todas las autoridades bolivianas al referirse a este y otros casos, no deja lugar a duda sobre cuanta independencia goza el poder judicial, cuando le mandan los acusados hasta con sentencia expresada públicamente y comunicada por todos los medios. La paradoja es que este comportamiento del gobierno pone al descubierto ante los ojos del mundo que en Bolivia hay solo una fachada de administración de justicia, y que en realidad los hechos reflejan el ejercicio autoritario del poder.

Dilma Rouseff le dice a Evo, no. La presidenta del Brasil, a pesar de la difícil y delicada posición, parece inclinarse a favor de la tradición en las relaciones internacionales de su país: favorecer el asilo o brindar la protección necesaria a quien juzga ser un perseguido político. Ha conocido, y sufrido en carne propia lo que es el ejercicio despótico del poder sobre la espalda, sea militar o civil. En sus propias palabras, es “el infierno”. Ojalá no haya marcha atrás; algo que parece inconcebible en este momento. Y no solamente por el senador Pinto, sino por los cientos de compatriotas que residen allí, temporalmente, mientras se restituye el Estado de Derecho en esta parte de Latinoamérica. No ha de ser casual que la ONU haya querido recordar en este momento que Bolivia, después de Cuba, es el país con mayor número de perseguidos políticos.