Los policías viven con miedo en pueblos donde hubo linchamientos

Eterazama es algo así como el corazón que late en el amplio pecho de Chapare. “Aquí usted encuentra de todo”, dicen sus habitantes, con un notorio orgullo. Saben que el pueblo es una especie de centro de abasto donde convergen otros pueblos para comprar todo lo que se necesita para vivir lejos de una ciudad capital. Tanto ha progresado este lugar que algunas financieras han puesto sus ojos en la zona para instalar una sucursal, pero lo que impide que se concrete ese ambicioso plan es que no existe la seguridad para combatir un atraco o un asalto porque los cuatro policías apenas tienen para comer y viven escapando de las abejas que producen miel en la casa donde habitan.

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LA VIDA MODESTA DE LOS UNIFORMADOS EN LA CASA DONDE VIVEN ES SU OFICINA



Roberto Navia, EL DEBER, Bolivia

“Los delincuentes son una preocupación”, admite el presidente del Comité Cívico, Valentín Claros, que recuerda que han ocurrido robos de motos y la incursión de delincuentes encapuchados que ingresan en los domicilios.

La inseguridad también ha dado lugar a que ocurra ‘lo otro’, afirma, con una vocecita suave, como contando un secreto. Lo otro no es otra cosa que lo que pasó a comienzos de julio, cuando una multitud hizo ‘justicia’ por mano propia. Juan Martínez S., de 17 años, acusado de robo y de tentativa de asesinato, fue quemado por una turba en la avenida principal de Eterazama bajo las sombras de una noche oscura.

Martínez y su amigo Iber N. Barra (18) fueron capturados por pobladores el viernes 5, después de que supuestamente atracaran e intentaran ahorcar con una cadena a un mototaxista en las afueras del pueblo. “Sé que la multitud se alborotó y quedó fuera de control, cansada de que aquí las autoridades no luchen contra los delincuentes”, sostiene el presidente cívico, que insta a potenciar a los policías y pone en claro que él no estaba la noche en que quemaron vivo a Martínez.

Pero de la antorcha humana en la que se convirtió aquel muchacho, de 17 años, poco se habla entre los habitantes. Linchamiento es una mala palabra, dice un policía que vive, con sus tres compañeros, en una pobreza franciscana, en una casa a medio terminar donde todo lo que tienen (las colchas, la cocina de dos hornallas, la garrafa, un par de sartenes y tres mosquiteros) es donación de vecinos o fueron adquiridos con sus sueldos, que también utilizan para comprar algunas balas y las poleras blancas con las que se camuflan como civiles cuando una turba se enoja e intenta hacer justicia con sus propias manos.

Eterazama pertenece a la tercera sección del municipio de Chapare del departamento de Cochabamba y está a 30 minutos en vehículo desde Villa Tunari,y lo bordeará el tramo I de la carretera que está en construcción y que desembocará en el río Isiboro, la puerta sur del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis).

“Los terrenos en esa zona, por donde pasará la carretera, están subiendo de valor, hay gente que está comprando porque sabe que en ese punto también habrá un polo de desarrollo”, asegura el presidente cívico, que tiene en su escritorio el nuevo plano del pueblo, cuyo diseño representa una hoja de coca.

La prosperidad está tan en subida que en Eterazama ya hay cuatro líneas de mototaxis, cada una con 100 unidades en las calles. Esta movida económica es la que, según el sargento Ángel Cortez,  hace que la urbe, que tiene por lo menos 15.000 habitantes, sea un atractivo para los delincuentes.

Pero este policía admite que él y sus camaradas están entre la espada y la pared porque, por un lado, deben luchar contra los ladrones y, por el otro, contra algunos vecinos que cuando pierden la paciencia se embroncan contra los delincuentes.

En la casa-puesto policial no existe ninguna celda, la única del pueblo se encuentra en la planta baja de la Subalcaldía, como a 500 metros de donde moran los policías. Entonces, cuando detienen a algún ratero o supuesto asesino lo tienen que llevar caminando hasta la celda porque no tienen vehículo, ni siquiera una moto destartalada. Cruzan ese trayecto bajo la presión de las miradas del pueblo, sedientas de justicia.

Aquel mal día de julio, cuando lincharon a Martínez y casi mataron a su amigo Iber N. Barra, este policía dice que intentó disuadir a la turba durante 48 largas horas y que cuando se dio cuenta de que su vida también corría peligro, se fue a su casa-oficina, sacó una polera de su atadijo de ropa y se la colocó encima de su uniforme verde olivo.

Después, cuando la multitud sació su furia tras prender fuego a la humanidad de Juan Martínez, apoyado en un contingente de 15 policías llegados de otros pueblos, rescató al linchado aún vivo y logró subirlo a un vehículo para trasladarlo al hospital de Villa Tunari.

Pero retornar a Eterazama con el uniforme puesto habría sido para  Cortez ingresar a la boca del lobo. Por eso, recuerda que se sacó el uniforme y caminó de puntillas, vestido de civil y sin hacer bulla.

Ahora que la furia ya no está en el ambiente, el policía igual tiene miedo de caminar con el equipo de periodistas de EL DEBER sin que nos acompañe el presidente del Comité Cívico. “Esperémoslo, para evitar que la gente haga comentarios”, pide. Después nos vamos a conocer el lugar desde donde trabaja y vive. “Va a tener cuidado con las abejas”, recomienda. “Hay que hacer de cuenta que uno no las ve”, remata, mientras apunta varios cajones donde ellas hacen miel.

La situación en la que viven los policías de Eterazama no dista de lo que pasa en otros lugares del país. En el linchamiento que ejecutaron pobladores de Ivirgarzama en junio de este año, se supo que los 20 policías también se vistieron de civil y daban vueltas por la plaza, ajenos a lo que ocurría, para no ser identificados. La indefensión de los uniformados también tiene antecedentes en poblaciones como Yapacaní, San Julián u otros pueblos donde los vecinos intentaron tomar acciones por mano propia. 

Fiscalía y puertas cerradas

“Es peligroso investigar, pero a pesar de que se cierran las puertas se lo está haciendo”, dice el fiscal Reynaldo Arguello, que opera desde Villa Tunari, pero que tiene una jurisdicción en toda la provincia Chapare, de la que forma parte Eterazama.

Hace tres meses que está en el cargo y, si bien el linchamiento de julio ha sido una noticia comentada en todo el país, asegura que este tipo de conducta no se debe generalizar porque no es una moneda corriente en la población. “Hay una ola delincuencial y los delitos intrafamiliares ocupan los primeros lugares”, señala, sabiendo que es una de las pocas autoridades que representan al Ministerio Público. “Hay otros dos fiscales en los municipios de Shinaota y Chimoré”. El fiscal dice que las investigaciones sobre el linchamiento están avanzando, pero lamenta que no hayan podido gestionar el examen forense porque los familiares de la víctima han desaparecido, entiende él, por temor a represalias de los pobladores que aún están furiosos y donde los delincuentes, ante la falta de una fuerte presencia policía, tienen sentencia de muerte.

En lo que va del año en el trópico de Cochabamba ocurrieron cuatro muertes por manos de vecinos y las investigaciones no encontraron culpables. Mientras tanto, los policías de esos pueblos sobreviven en la zozobra y por sus propios medios

En detalle 

La carta magna

Fue en 2009 cuando la justicia comunitaria ingresó a formar parte en la CPE, como lo es la jurisdicción ordinaria del país.

No es justicia comunitaria

Los linchamientos no guardan relación con la justicia comunitaria, coinciden diversos analistas, quienes consideran que tomar la justicia por mano propia responde a la universal ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente; o al dicho, el que a hierro mata, a hierro muere. Un asunto consumado ante la no presencia de la institución jurídica en muchas partes de Bolivia.

CRISIS JUDICIAL

Para los analistas de los Derechos Humanos los linchamientos son la respuesta extrema a una galopante crisis del sistema judicial y del estado de indefensión en que sienten que se encuentran los ciudadanos frente al aumento de la inseguridad existente. 

LOS DRAMAS 

LA FURIA DE LA MANO EN EL ÚLTIMO TIEMPO

1.  El 2008, tres personas que supuestamente robaron barras de aluminio en un pueblo de Chapare fueron ahogadas, estranguladas y enterradas en una fosa. La noticia se conoció en los medios de comunicación, pero no se supo sobre posteriores investigaciones.

2.  En abril de 2012, algunos pobladores de Entre Ríos sorprendieron a un hombre supuestamente robando una moto dentro de una vivienda particular. Lo golpearon y lo quemaron. La tarde del 3 de abril, Gregorio Mamani, un llantero de San Germán, de 31 años, fue acusado de robo de motocicletas en Chapare y la provincia Ichilo. Fue llevado a Entre Ríos, para ser ajusticiado por la multitud que lo atrapó a la altura del km 6 de la comunidad de Yapacaní, donde fue sentenciado en público.

3.  En junio de este año, en Ivirgarzama, detuvieron y prendieron fuego a seis presuntos delincuentes, uno de ellos murió y dos se encuentran internados en un hospital de Cochabamba.

4.  En Chapare, desde 2009  se registraron seis linchamientos. Han muerto 16 personas en los últimos cinco años, según reportes de prensa.

5. En uno de los episodios ocurridos aquel 2009, está  lo de los tres presuntos delincuentes que fueron arrebatados de los policías y luego ‘ajusticiados’ por la población civil.

6. Los familiares de los linchados no solo se quedan con el dolor por la muerte del ser querido, sino que suelen sentirse acosados por los vecinos de los pueblos donde ocurrieron los linchamientos.

“Yo vi cuando a mi hermano lo quemaron vivo en la plaza del pueblo”

Mi hermano Roberto Aguilar Antezana tenía 28 años cuando lo quemaron vivo, la tarde del 2 de junio, en la plaza de Ivirgarzama.

El 1 de junio él estaba trabajando tranquilo cortando madera en Puerto Villarroel, antes de acudir en busca de unos hermanos y primos a los que un grupo de gente los acusaba de haber robado una vagoneta.

Yo lo vi todo, estaba a metros de él, cuando gritaba, cuando se revolcaba en el suelo como un loco adolorido esperando que alguien le apague el fuego de su cuerpo. Yo miraba y no podía hacer nada porque la turba amenazaba con hacerme lo mismo. Eran como 500 y estaban perdidos por la ira. Fue un hombre el que trajo una botella con gasolina y cuando roció el combustible en el cuerpo de mi hermano, cuya cabeza estaba cubierta y sus manos atadas con una soga, se puso más bravo cuando se dio cuenta de que no tenía fósforo.  Algunas mujeres trataban de impedir el linchamiento; incluso cuando el hombre consiguió encendedor, lograron quitárselo de las manos, pero no pudieron impedir lo peor. A las tres de la tarde mi hermanito, al que le sacaron su ropa y lo dejaron en calzoncillos, empezó a quemarse durante 20 minutos. De pronto unas mujeres se sacaron sus blusas y con ellas apagaron el fuego. Pero la gente se oponía a que lo llevemos al hospital. Recién a las 18:30 lo vio un doctor. En el hospital, de tanto dolor, se cayó de la cama y murió a las tres de la madrugada. Enterados, los que lo mataron no querían que saquemos el cuerpo, que lo traigamos a la casa para velarlo. Lo sacamos a escondidas de la morgue y todo el día nos llamaban a nuestros teléfonos, nos decían que iban a venir a hacer estragos en el velorio y que si lo enterrábamos en el cementerio de Bulo Bulo, iban a profanar la tumba.