Los sótanos del turismo barato

Los relatos de empleados de la cadena GPS en la condena por explotación laboral al hotelero Ferré



El hotelero Fernando Ferré, en los Juzgados de Ibiza. / Sergio G. Canizares (EFE)



“¿Qué significa ser explotada?” repreguntó Karolina, de 33 años, camarera de pisos en hoteles turísticos baratos en Ibiza. Es de Polonia y una de los cientos de trabajadores del Este de Europa ocupados durante años en la cadena Grupo Playa Sol (GPS) de Fernando Ferré, condenado por fraude fiscal y explotación laboral. “Trabajé todas las horas, nueve y diez durante cinco meses, sin un día libre, seguridad social o paga de vacaciones. Viví con diez empleados en una habitación. Al acabar la temporada no me dieron finiquito ni tuve paro”.

Con Ferré “se hacía de todo”, a tres euros la hora o menos. “En invierno fui pintora, limpiadora y albañil en los hoteles”, recordó esta mujer polaca, madre de dos hijos, pareja de un camarero natural de Rumanía. Ella y muchos otros empleados del llamado hotelero pirata o míster pagaré dejaron la empresa GPS pero regresaron al grupo que tuvo 72 hoteles y 1200 trabajadores. “¿Por qué lo hice? En mi país cobraría tres veces menos”.

“Lo que quería y tenía que hacer era trabajar. Me dieron un contrato en una lengua que no comprendí y mi jornada era a veces de 11 horas”, narró al juez, Alexandra, profesora eslovaca, de 44 años, que se empleó como camarera. El escándalo que desveló al gigante de la economía sumergida en el turismo se cerró el lunes 31 de marzo al empezar el juicio, sin sesiones de contraste y prueba de las denuncias.

De rodillas en el chalé de Ferré

A Chian Seng, de 58 años y de China, cocinero de hotel que residía con su mujer en el chalé del empresario se le conoce por Pepito. Su habitáculo era de seis metros cuadrados con parte del techo a 1,30 metros. Tenían que agacharse, ir de rodillas o en cuclillas, para llegar hasta la cama.

“Totalmente contrario a la dignidad humana”, determinó la Inspección de Trabajo. El fiscal Pedro Horrach denunció que los empleados de GPS se alojaban “sin los mínimos requisitos de habitabilidad, salubridad, ventilación, iluminación, prevención de incendios y confortabilidad”. Pero el cocinero Pepito contestó al fiscal que tenía “mucho aprecio” a Ferré porque “le ha tratado muy bien”. El abogado de Comisiones, Juan Calatayud, insistió “¿Tiene contrato? ¿Se lo dieron escrito en checo?” Pepito confesó: “No lo sé, no sé leer”.

La cadena GPS solicitaba una foto de cuerpo entero a quien pedía trabajo desde el extranjero. Ferré, a veces, iba al aeropuerto a esperar a mujeres inmigrantes. En 2010, tres quedaron hospedadas en su casa. Inspección laboral reseñó que “algunas trabajadoras eran coaccionadas a mantener relaciones de índole sexual con el hotelero, ya que tenían miedo a que las despidieran si se negaban a aceptar sus proposiciones”.

Emilia, eslovaca, de 25 años, residía en la misma planta del chalé con Ferre pero “no tenía relación con él”. Michalea, checa, de 30 años, pagó 400 euros de dádiva para ser contratada, quedó en casa del empresario. “Me dijo que me pagaría para salir con él, y no me sentí bien”. El fiscal sostiene que Ferré se “aprovechó del estado de necesidad” de inmigrantes, “gravemente perjudicados” porque “carecían de mejor medio para ganarse la vida en sus países” y se veían obligados a aceptar condiciones “muy por debajo de lo legal”.

El relato de dos decenas de testigos y de las acusaciones de Anticorrupción, Hacienda y Comisiones fue aceptado por el empresario Ferré, que asume una pena de siete años de cárcel (de los 81 que le pidió el fiscal) y 22 millones de multa por delitos fiscales y contra los derechos de los trabajadores.

“No conocí a esa gente que se quejó. Debían estar en hoteles mayores con plantilla extranjera y contratos en su país” dijo el sevillano José, de 48 años y treinta de antigüedad. A punto de reabrir, este viernes hay trajín en las tripas de los 40 hoteles que quedan de GPS, en manos del juez. Es la operación de limpieza y maquillaje. “Los tres dueños sucesivos nos han tratado igual. Nos apretaron con la crisis. Somos 80 de plantilla para 600 plazas”.

Una versión distinta está en el sumario. “Era como vivir en la mierda, con un solo servicio, atascado, para ocho personas. Quedé impresionada y me fui», afirmó una recepcionista Lucía, de Eslovaquia, de 34 años. La camarera Mika, de Hungría, relató que las empleadas “dormían juntas en sótano con un baño para todas”. Allí, dice Katia, de Eslovenia “la mucha humedad afectó mi salud”. Hadjú, trabajadora húngara, confesó que cobró a un euro y medio las muchas horas extras en la lavandería.

Las plantas ocultas de esos hoteles antiguos son un laberinto de pasillos, trastos y habitáculos sin ventilación. Carmen, andaluza, veterana en uno de sus 18 hoteles de GPS al lado de la ciudad de Ibiza asegura que es mentira lo que se ha dicho y sentenciado.”Ferré era como todos los hoteleros. Dio trabajo, apretó mucho y a veces nos pagó con un pagaré”.

En la otra punta de la isla, Edgard, de 53 años, de Ecuador, repara maquinaria de hotel en un edificio envejecido. Lleva una década en el grupo: “No vi lo que se dice, las habitaciones repletas de trabajadores y misérrimas pagas. Esto pudo darse con rumanos y polacos, quizá”. En verano él aún pernocta en el hotel. “Ahora somos fijos pero no tengo queja del pasado”.

Hay operarios, in situ, que ignoran o marcan distancias con los episodios de explotación. Con el mono de faena, Habib, magrebí de 47 años, observa: “No sé nada. No conozco al empresario y hace años que trabajo en estos apartamentos. Duermo en mi casa con mi familia”, concretó.

“No se ha trabajado con una pistola en la cabeza, los que denunciaron se podían ir. No estaban atados. Tenían la estancia y la comida pagadas”, repite R. trabajador de GPS, andaluz de 33 años. “Es verdad, unos y otros no cobraban igual. Yo percibo 1.400 euros, en blanco. Ferré me pagaba y trataba bien”. R. reclamó anonimato y asumió que “con la crisis la gente tiene miedo al despido. No ponga mi nombre ni el sindicato, que me marcaría”. Aprecia que Ferré le saludase.

Manolo, camarero, delegado sindical, de Sevilla, con 47 años y 30 de antigüedad en un hotel pequeño matizó “lo que se cuenta solo lo sé de oídas y no puedo dar detalles. Venía mucho personal de otros países y los sueldos eran diferentes. No cobraba en negro”.

Fuente: elpais.com