La polarización de Colombia

María Anastasia O´Grady

MaryAnastasiaO'Grady El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, obtuvo fácilmente la victoria el domingo en su campaña para tener un segundo mandato con 51% de los votos frente a 45% de su rival, Óscar Iván Zuluaga. La carrera electoral fue ampliamente vista como un referéndum nacional sobre las conversaciones de paz que el mandatario ha mantenido por casi tres años con el grupo narcoterrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En un discurso ante sus seguidores en Bogotá el domingo por la noche, el presidente se comprometió una vez más a utilizar las negociaciones para poner fin a más de medio siglo de violencia de la guerrilla en el país.

Un acuerdo de paz, dijo Santos, significaría un cierre para todos. Pero como lo demostró la campaña, en lugar de unificar a los colombianos, las conversaciones en La Habana han polarizado al país. Los partidarios de Zuluaga no confían en las FARC, que aún tienen que detener sus ataques contra la población civil. Tampoco confían en que Santos interponga la justicia y la paz duradera por encima de sus propias ambiciones para llegar a un acuerdo. El margen de 900.000 votos de la victoria de Santos tampoco inspira confianza sobre un consenso nacional. Según informes de prensa, alrededor de 48% de los 33 millones de colombianos registrados para votar participó en las elecciones.



A Zuluaga le fue bien en las zonas del país que fueron pacificadas durante el gobierno del ex presidente Álvaro Uribe, como el Eje Cafetero y el departamento del Meta. En los departamentos rurales donde Uribe no derrotó a las FARC y sus primos terroristas más pequeños, el ELN, y donde Santos no ha hecho ningún avance militar mayor en cuatro años, los votantes desesperados parecieron depositar sus esperanzas en el plan del presidente. Los terroristas también tienen una gran influencia en algunos de estos departamentos porque el cultivo de coca es importante para la economía local. Sin embargo, como informó el diario colombiano El Tiempo, la carrera fue ganada en Bogotá y en la Costa Atlántica.

En la campaña de la segunda vuelta, Santos subió el volumen de su retórica sobre el perdón hacia los asesinos de las FARC con el fin de atraer a los votantes que en la primera vuelta se quedaron en casa o prefirieron votar por candidatos de izquierda. En Bogotá, donde Santos aseguró tres veces los votos que obtuvo en la primera vuelta, el mandatario cortejó al alcalde de la ciudad, que era un confidente cercano del difunto Hugo Chávez. Muchos de los partidarios del presidente en la capital parecen pertenecer a la creciente clase media urbana y ser demasiado jóvenes para conocer el terror que las FARC impusieron en su ciudad antes de los éxitos militares de Uribe. Estar a favor de la paz, como Santos se describió a sí mismo, parece genial. Esto puede sonar vagamente familiar a los observadores de la política exterior del presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

A Santos también le fue bien en la Costa Atlántica, que es conocida por sus maquinarias políticas y la cual registró una alta tasa de abstención en la votación de mayo. El Tiempo lo puso de esta manera: "En esta región, la que funcionó fue la maquinaria de los partidos de la Unidad Nacional, especialmente el liberalismo, que se quedó guardada en la primera vuelta".

La noche del domingo, el ex presidente Uribe acusó a Santos de abusar del poder de la presidencia para obtener una ventaja entre los votantes. Uribe, quien ahora es senador, se comprometió a luchar desde el Congreso. Debido a que Santos enmarca cada vez más el conflicto como un desacuerdo político entre dos fuerzas moralmente equivalentes con el fin de justificar las concesiones a la guerrilla, espere a que Uribe defienda a las víctimas del terror y a que la brecha nacional se amplíe.

The Wall Street Journal