Santos y el drama de Fausto

Álvaro Riveros Tejada

Riveros Cuando Wolfgang von Goethe presentó su poema dramático “Fausto”, una de las obras cumbres de la literatura universal, estaba recreando la leyenda clásica alemana de un Dr. Johann Fausten, que desde el siglo XV cautivó la atención de los lectores con un tópico que trataba sobre temas delicados para la moral de la época y que invitaba al morbo del público a deleitarse, al narrar cómo este teólogo y practicante de magia negra invoca al Diablo para tratar de someterlo a sus órdenes, entonces se le aparece Mefistófeles, demonio súbdito, quien le ofrece los placeres de la vida mediante un pacto en el que accede vender al Diablo su alma, a cambio de juventud hasta que muera. El Demonio no le permite nunca llegar al arrepentimiento, amenazándolo y atemorizándolo, por lo que, después del tiempo pactado, Fausto muere de una manera violenta y es llevado al infierno.

Este breve introito es para ilustrar lo que sucedió este pasado fin de semana en Colombia, nada más ni menos que con un Santos que, obcecado por la tentación de perennizarse en el poder, no tuvo el menor reparo en pactar con la izquierda enemiga que tanto combatió, dejando en la estacada a su mentor y a sus más estrechos colaboradores de las fuerzas armadas que lo secundaron en sus lances contra la guerrilla de las FARC, cuando fungía como ministro de defensa de Álvaro Uribe, desde donde les infligió la baja de sus más connotados dirigentes.



Aún recordamos el mensaje directo que el presidente Juan Manuel Santos envió a la guerrilla durante su visita a los soldados y policías que participaron en la operación Odiseo, con la cual se dio muerte al comandante "Alfonso Cano", cuando expresó: "Ningún cabecilla de las FARC estará seguro en ningún rincón del territorio", y acto seguido invitó a la desmovilización a los guerrilleros a quienes les dijo que ese era el camino o de lo contrario les esperaba una tumba o la cárcel. A dos años y medio de ese luctuoso acontecimiento, vimos atónitos al mandatario abrazarse con el hermano del malogrado comandante guerrillero y confesar que fue él quien ordenó la muerte de Cano, como si de una tarea administrativa regular se tratara.

Si esa actitud maquiavélica fue suficiente para conseguir la paz que tanto proclama, suponemos que es un argumento muy frágil, ya que él llega a este segundo periodo con unas limitaciones muy grandes en cuanto a legitimidad política se trata y no cuenta con un cheque en blanco para negociar con sus antiguos enemigos y hoy aliados electorales. Baste preguntarse cómo estos señores se van a reinsertar en la sociedad colombiana, toda vez que existen delitos de lesa humanidad muy difíciles de conmutar. A no ser que al igual que en España, después de la dictadura franquista, hagan funcionar en Colombia la justicia de tránsito que optó por la amnesia. Mientras tanto, seguirá pendiendo sobre Santos el drama de Fausto.

El Día – Santa Cruz