El cruceño reduce su espacio y libertad en busca de más seguridad

Cansados del miedo a los delincuentes, los vecinos buscan formas para convertir sus residencias en fortines. Hay quienes se deshacen de la comodidad de un patio cómodo y optan por una casa pequeña, pero más segura. Las cámaras de vigilancia tranquilizan

Doña Detty mira la pantalla de un monitor que le devuelve imágenes de la cámara instalada fuera de su casa. Foto: Clovis De La Jaille



Roberto Navia – [email protected]

En el centro de la ciudad o en la periferia, en una calle sin tráfico o en una avenida atorada de motorizados, en una casa de lujo o en una vivienda modesta la historia es la misma: la gente tiene miedo a la inseguridad ciudadana y para disminuir ese sufrimiento, es capaz de reducir sus espacios y ser su propio carcelero en una especie de búnker que la gente se construye para alejar lo más que pueda el acecho de un malhechor.

EL DEBER recorrió cinco zonas urbanas de la ciudad, partió del casco viejo y avanzó por el norte y por el sur, por el este y el oeste. En total, 24 barrios donde el pavimento convive con las calles de tierra, los edificios con las casas de una planta y los condominios cerrados con los barrios populares donde los vecinos también inventan formas para resistir a la delincuencia.

Gudmar Santos Mendoza, el esposo de Sandra Ramírez Olguín, la mujer asesinada por la mano criminal de un desconocido en julio pasado, revela las estrategias que los vecinos de su barrio han ingeniado para cuidarse, porque después de aquel hecho de sangre, nada fue igual en el barrio Porvenir de la Villa Primero de Mayo.

“Lo que estamos haciendo los vecinos es encerrarnos temprano en casa y no salir mucho de noche. Y si hay que salir por emergencia, lo hacemos acompañados entre varios”, dice este hombre que intenta recuperarse de la pérdida de su esposa embarazada y del recién nacido que no logró sobrevivir.

“Cuando vemos a una persona que está parada de manera sospechosa en alguna esquina, nos ponemos en alerta”, dice Alberto Rojas, un vecino de la zona que cree que poner más atención puede ayudar a evitar futuros problemas.

En otra zona de la ciudad, en la avenida Tres Pasos al Frente, doña Detty Arteaga viuda de Yucra tiene las cosas en orden. Y estar en orden, para ella, significa sentirse segura. Por eso, en dos esquinas de su fachada tiene cámaras de vigilancia y en su puerta, que se abre desde su sala, hay un timbre con cámara incorporada que le permite saber quién es la persona que toca el timbre. Adentro, al frente de su living, hay un televisor de 29 pulgadas que está eternamente encendido. Y ella lo mira mientras ceba mate, desayuna o almuerza. El monitor no le devuelve una película de televisión, sino imágenes de la acera y la avenida en la que está su casa. “No solo me siento segura, sino también libre y me distraigo”, dice, y asegura que en la noche no se le corta el espectáculo porque sus cámaras tienen luces infrarojas que le permiten monitorizar hasta altas horas de la noche o de la madrugada porque su televisor nunca se apaga.

Para sentirse más segura, también hizo instalar una cámara en su sala, por lo que desde el dormitorio puede estar atenta al ingreso de cualquier intruso. Ella ha convertido su casa en una fortaleza.

La inversión en este tipo de instrumentos de seguridad es superior a los $us 400, dependiendo de la cantidad de cámaras y calidad de las mismas que se desea instalar. Doña Detty dice que ha gastado alrededor de $us 2000 y cree que ha sido el dinero mejor invertido en su vida, porque sentirse segura no tiene precio. Además de las cámaras tiene machetes, que “por suerte”, dice, no ha tenido la necesidad de utilizar aún.

El presidente de la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve), Abad Lino, coincide en que la gente vive sin tranquilidad y que busca la forma de defenderse como puede.

Ante ello, dice que en los barrios se organizaron en brigadas vecinales, que consiste en que la gente, de manera voluntaria realiza rondas en las calles, se turnan cada cierto tiempo y cuando observan algo sospechoso dan parte a la Policía.

“Esto se está dando mucho en los distritos 5, 8 y 12, entre otros, especialmente en los barrios periféricos”, explica el dirigente. En algunas zonas de la Villa Primero de Mayo, por ejemplo, vecinos como Lucas Rojas, dice que por ahora el patrullaje solo se lo hace de noche, porque de día tienen que salir al trabajo, a conseguir el sustento diario. “El pan lo tenemos asegurado, pero la vida no”, lamenta, como si dormir tranquilo fuera un asunto lejano.

En varias esquinas de Santa Cruz se observan letreros que publicitan cercas eléctricas y con alambres de púas para ser colocadas en las paredes y fachadas de las viviendas. En la urbanización El Quior vive Francisco Claros. Él está juntando dinero desde hace tres años para levantar la altura de su barda y después para alambrarla. “Si bien eso no garantiza 100% que un ladrón no se vaya a meter, un muro más alto da tranquilidad”, sostiene desde su casa, donde cuatro perros a los que él los llama sus ‘leones guardianes’, duermen bajo un árbol. “Mis perros descansan de día y patrullan de noche”, dice con una sonrisa discreta.

Según el presidente de la Fejuve, en los 15 distritos municipales de Santa Cruz hay más de 900 barrios, de los cuales el 30% se encuentra en la zona central de la ciudad y el 70% en la periferia.

En uno de ellos, en un barrio abierto y ubicado en el octavo anillo vivía Jhonny M. Era una casa construida en un terreno de 450 metros cuadrados que había heredado de su mamá y que, con un dolor en el alma, vendió para irse a vivir en un condominio cerrado cuyo lote no supera los 250 metros cuadrados. “He cambiado la libertad por la comodidad”, dice en broma y también en serio, porque antes tenía el suficiente espacio para hacer un churrasco, para corretear con sus hijos, para tender su estera y descansar bajo varios árboles de pomelo. “Ahora, en el condominio, tengo que pagar el mantenimiento del jardín y por la seguridad, además de pedir permiso cuando quiero hacer una fiestita”, explica con pesar, este hombre que vive en uno de los ocho condominios cerrados que existen en la zona de la avenida Virgen de Cotoca.

En el lado sur de la ciudad, en barrios como Arcoíris y en los que están en las inmediaciones de la refinería de Palmasola, por ejemplo, hay vecinos que ahorran dinero para tomar las medidas, porque están en juego sus vidas. “Optan por colocar verjas altas, alambrado con corriente eléctrica y los que más tienen, trasladarse a una urbanización cerrada.

La libertad de locomoción también sufre cambios. La familia Roca, que vive en la zona de El Recreo, ha tomado la decisión de que su hija de 17 años no salga sola en la noche y cuando tiene que ir a alguna fiesta, son los mismos padres que la llevan y la recogen a la una de la mañana como máximo, justo después de que hayan servido la comida en la fiesta.

La familia Oropeza, que vive en la zona norte de la ciudad, decidió no salir a eventos sociales los viernes para no dejar la casa sola.

El presidente de la Asociación de Suboficiales, Clases y Policías (Anssclapol), Omar Huayllani, afirma que el trabajo de los policías siempre ha sido riesgoso, pero explica que antes se podía identificar zonas más riesgosas, mientras que ahora toda la ciudad es peligrosa, desde el centro hasta la periferia y que las medidas que pueda tomar un vecino siempre serán útiles

Fuente: eldeber.com.bo