Santa Cruz, tierra que se ha logrado poblar, pero no desencantar

Que el camba nace donde le da la gana parece estar fuera de toda discusión. Santa Cruz  es la dama que seduce y enamora. Es la tierra que Ñuflo de Chaves quiso desencantar, pero que acabó encantando a los que llegan con sueños para poblarla, para hacerla producir y para convertirse en sus vecinos. Es una metrópoli, sí, lo sabemos, pero es un espacio donde la esencia de ser del cruceño ha logrado asimilar a las variadas culturas de los 8.000 inmigrantes que llegan cada mes, al 30% de su población que nació en otras latitudes del país y del mundo.

imageLa interacción de culturas es habitual en el céntrico mercado Los Pozos



EL DEBER, Santa Cruz, Bolivia

El encanto

“Yo no sé qué tiene Santa Cruz, que al final te quedas aquí”. La frase es del español Óscar Caso, que llegó hace 25 años y que ya no se piensa marchar. Aquí nació su hija. Aquí produce y aquí se siente querido.

“Yo nací en otro lado y esta tierra es todo lo que tengo: mis hijos, mis bienes. Si vuelvo al lugar donde nací, ya nadie me conoce”, dice a su vez el orureño Jesús Cahuana, que lidera a los gremialistas y que es ciudadano de esta tierra desde hace 37 años.

Pertenencia

En Santa Cruz hay una identidad social de pertenencia que incluye a nativos y a migrantes. La muestra de esa realidad se ve en el día a día. Lo mismo se escucha a la banda tocar una chobena en Carnaval que a un grupo de bailarines de caporal danzando en representación de este departamento durante las fiestas de La Paz o de Oruro. La patasca y el fricasé ya son propios. “Todos nos sentimos bien con esta tierra. Es una tendencia colectiva y una manera de pensar común”, afirma la socióloga paceña Elisa Saldías. Para ella, Santa Cruz es un jardín que tiene flores diversas, todas con sus propias características y todas felices de florecer donde están.

Los inmigrantes asimilan la esencia del cruceño: el modo de ser, la alegría, el modo de producción. En eso coinciden el fundador de la Nación Camba, Sergio Antelo; el gerente del Instituto Boliviano de Comercio Exterior, Gary Antonio Rodríguez; el director del Centro para la participación y el Desarrollo Humano Sostenible, Carlos Hugo Molina, y la socióloga Elisa Saldías.

Los que llegaron a Santa Cruz para dedicarse a la agricultura cambiaron el chip y pasaron de la producción para el consumo familiar a la producción industrial, a la exportación. “No hubo un choque de culturas, lo que pasó es que aquí ellos adquirieron una nueva forma de pensar y una nueva forma de vida”, señala Rodríguez, que conoce a gente que está tan arraigada que no piensa en volver a su lugar de origen.

El sello del cruceño se mantiene y se contagia al que llega. La alegría, el optimismo, el ser extrovertido se ve hasta en el modo de vestir que se adquiere al llegar a esta tierra.

Elisa Saldías ve matices en el cruceño de hoy en día. Está el ‘de pura cepa’ que tiene un sentido de pertenencia a una cultura en la que todos se conocían, todos habían crecido juntos y tenían una relación casi familiar. Por otro lado, está el más joven que está ‘globalizado’, que se identifica más con el consumismo, con los bienes suntuosos y que se relacionan a través de las nuevas tecnologías.

Están también los que provienen de los pueblos originarios del oriente, que no se identifican con el de la ciudad, sino con su etnia, pero que también son parte de Santa Cruz de la Sierra. Y están los que llegan del occidente, que son parte de la identidad social de pertenencia, pero que a la vez conservan sus propios rasgos culturales: escuchan música de su tierra, tienen sus danzas típicas, muchos hablan en su lengua materna, pero no están aislados, sino que se han integrado en la urbe.

Visión ampliada

El sello del cruceño tiene que ver con una identidad que tiene apertura, esperanza y optimismo en el futuro, así como una capacidad emprendedora que forma parte de la historia de esta tierra. Santa Cruz vivió durante siglos muy lejos del mundo y construyó su vinculación con el resto del país a puro pulmón, porque así lo decidieron los cruceños. “Arriesga y hace cosas”, dice Gary Antonio Rodríguez y complementa que ahora esa visión emprendedora se amplía con la contribución de los inmigrantes, tanto del resto de Bolivia como del extranjero, ya que estos últimos han contribuido  con inversiones, que se complementaron con el conocimiento de miles de cruceños que se fueron a estudiar a Estados Unidos, a Europa y a otros países, de donde trajeron saberes que enriquecen la producción.

Riesgos

Pero la metrópoli está bajo amenazas. El consumismo, el individualismo y la violencia pueden ensombrecer la esencia que prevalece hasta el momento. ¿Cómo se reflejan estos peligros? En el encierro que deja poca convivencia social, en el aislamiento de los jóvenes sumergidos en las redes sociales y sin interacción, así como en la violencia de la delincuencia que deja miedo en las calles.

En criterio del ex alcalde cruceño Sergio Antelo, cuando una identidad como la cruceña se siente amenazada, se atrinchera y valora más lo que es, lo que permite que las subnaciones como la ‘Nación Camba’ resurjan con más fuerza. “Los estados son creaciones artificiales, los únicos eternos son los pueblos que tienen una tradición de siglos”, asegura.

Santa Cruz es la tierra que se quiso poblar y desencantar. Ahora es la más poblada del país, pero no ha perdido su esencia de alegría, de optimismo y de emprendimiento. Esa es la chispa cruceña que celebra en septiembre y que palpita todo el año 

SERGIO ANTELO: “NO HAY UNA RUPTURA ENTRE LA CULTURA ANTIGUA Y LA MODERNA”

El exalcalde de Santa Cruz y reconocido arquitecto Sergio Antelo ve que hay dos generaciones de cruceños: la suya, con gente que nació y se formó entre los años 50 y 80 y la nueva generación que ve mejor formada, en universidades y que ha incursionado en diferentes campos. Ve que la primera sigue gravitando en el devenir de la sociedad cruceña en todos los ámbitos y que por lo tanto no ha muerto.

Para Antelo, la nueva generación mantiene incólume la vieja cultura cruceña, aunque con los cambios propios de la modernización de la ciudad, que transformaron el nivel de la vida, pero que mantienen la esencia de la cultura camba.

Los jóvenes están más integrados al mundo globalizado, manejan con mayor propiedad las nuevas tecnologías, pero en la sustancia no ve cambios cualitativos importantes. Por el contrario, Antelo evidencia un afán por rescatar el lenguaje y el modo de actuar.

En ese sentido, considera que la inmigración no afectó la esencia. Por el contrario, ha asumido las pautas culturales de la sociedad local. “Los factores exógenos se han incorporado a la cultura camba, que se expresa de diversas maneras”.

Lo que ve como nuevas manifestaciones es la segmentación social, que es nueva, pero en contrapartida ve un resurgimiento de fraternidades y comparsas. Además, cree que no hay ruptura generacional en los cruceños. “Aquí el joven no se va de su casa a los 18 años y eso es una ventaja, porque los jóvenes reciben la influencia de la generación pasada”.

  FRASES

“Yo soy un agradecido con esta tierra hermosa. Quién no se identifica con ella. No solamente el camba es capaz de querer a Santa Cruz, sino también el que llega a aportar con su trabajo”.

Jesús Cahuana

GREMIALISTA ORUREÑO

“Vivo en Santa Cruz desde hace 25 años. Desde que llegué, ha crecido mucho la ciudad. La gente es receptiva. Yo no sé qué tiene que al final terminas quedándote. Nos sentimos queridos acá”.

Óscar Caso

EMPRESARIO Español

“Todos nos sentimos bien con esta tierra. Es una tendencia colectiva. El cruceño tiene rasgos predominantes como la alegría, el ser extrovertido, que se ve hasta en el uso de colores claros”.

Elisa Saldías

SOCIÓLOGA PACEÑA

Ser cruceño el año 2014

CARLOS HUGO MOLINA SAUCEDO

DIRECTOR DEL CEPAD

La construcción del imaginario colectivo de una sociedad es parte de una acción cotidiana y que se enriquece con la mirada larga de la historia y la perspectiva del futuro. Es, en consecuencia, una combinación que tiene en el presente sus manifestaciones externas con razones explicativas. Los primeros pueblos institucionalizaron las funciones del historiador y del bardo. El uno para definir los hitos más significativos de la vida comunitaria, y el otro para que los cuente poéticamente.

En esa visión de perspectiva, dos han sido las conductas reiteradas desde que el ser humano aprendió a vivir, conscientemente, en comunidad. La búsqueda del mejor espacio de vida, migración diríamos ahora, y la definición de un modo de organizarse socialmente para enfrentar las amenazas externas, de la naturaleza o de los otros. Por eso se formaron tribus, pueblos y ahora, ciudades. Cada espacio se dotó de una manifestación propia en lengua, cultura, modo de producción e identidad, y cuando aprendió a compartirlo, sintió la importancia de relacionarse con los otros. En ese momento, la guerra dejó de ser el instrumento de la política por otros medios, como dijera Clausewitz.

Este resumen simplificado es el camino seguido por esta ciudad migrante orgullosa de parecerse a sí misma, frase de Luis Gutiérrez Dams, y este Departamento construido por la mezcla de las sangres y enriquecido por los que se sumaron a desencantar la tierra. En la construcción permanente, con su combinación natural de ensayo y error, existen todas las condiciones sugeridas por la historia y la geografía para “encarrilar las corrientes comerciales y económicas de la nación, por los senderos trazados e indicados por el dedo de la misma naturaleza”, señalado magistralmente por el Memorándum de 1904 de la Sociedad Geográfica e Histórica, precisamente. Un dato que deja de ser anecdótico es que casi todos los presidentes de esa Sociedad, han sido, también, poetas.

En la ocupación del espacio, la geografía es una oportunidad, una responsabilidad y una definición que las personas podemos modificar en alguna de sus manifestaciones, pero nos haría mucho bien conocer para respetarlas en aquellas que no deben modificarse. Vivir y producir a 400 metros sobre el nivel del mar, rodeados de ríos generosos, de un verde de todos los matices, de un calor lujurioso y de la música que acompaña sonrisas con la suavidad de una flecha, define y alienta un modo de ser.

Asumido así, el resultado es enriquecedor. ¿Un picante de gallina criolla sin chuño? ¿300.000 collas celebrando el 16 de julio en el cambódromo? ¿Comer los domingos la tradicional feijoada? ¿Dejar de ir los sábados a que el cura párroco de la Mamita de Cotoca challe los autos nuevos? ¿Se puede sin whatsapp y Facebook? ¿Sin ISO 9001, sin mejoramiento genético, sin semillas certificadas, sin soberanía alimentaria y comercio exterior? La lista es inconmensurable.

¿Qué es entonces, ser cruceño el año 2014? Es seguir sonriendo, extendiendo la mano, comprender la personalidad de los anillos y los distritos de la ciudad, conocer y amar nuestra geografía, desarrollar turismo interno, ir a los festivales de música barroca chiquitana y a la feria exposición a sorprendernos con el desarrollo de nuestra artesanía y la tecnología mundial, ocupar el espacio de la internet, sembrar patujú y jazmines en plazas, avenidas y patios, contarnos chistes, realizar campañas contra los aburridos, el feminicidio y la exclusión, visitar en la Plazuela Calleja el centro del continente, sabernos parte de algo más grande y vivir con fe…

Sigamos construyendo la geografía de nuestros afectos.

El cruceño inventa su bienestar fuera del cuarto anillo

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Una avenida del barrio Satélite Norte muestra su ‘poderío’ comercial y de medios de transporte

Elena Tórrez saca cuentas y ella misma se sorprende. Hace ya dos años y cuatro meses que no tiene la necesidad de transportarse al centro de la ciudad y asegura que en este lugar, donde vive ahora, está casi todo lo que necesita para no tener apuros en la vida. 

En la zona Satélite Norte está su casa y su fuente de trabajo, la tienda y el mercado donde puede abastecer su canasta alimenticia, la peluquera que le tiñe el cabello y la farmacia para comprar los remedios, por si alguien de la familia necesitara un medicamento de emergencia.

“Quien sale del cuarto anillo descubre una ciudad que no sabía que existía”, asegura ella, que hasta 2012 vivió en el tercer anillo, pero tuvo que vender su casa para salir de un apuro económico y, con el dinero que le sobró, compró otra vivienda más económica en esa ciudadela, de la que ahora es vecina.

Elena Tórrez no miente cuando dice que existe otra Santa Cruz que se construye de sol a sol tras las fronteras del cuarto anillo. Por donde se vaya, las calles y avenidas llevan a escenarios donde conviven mundos paralelos, socioeconómicamente opuestos y en el que cada uno inventa técnicas para enfrentar la vida. Mientras los condominios privados se protegen de la delincuencia con sus muros altos con cercas eléctricas; en barrios populosos, como El Retoño, los vecinos no descartan aplicar un estado de sitio controlado por los mismos vivientes para combatir a los malhechores; y en el colegio del barrio Libertad los profesores se arman de valor para ahuyentar a los pandilleros que, en algunas jornadas, los invaden para pintarrajear las paredes y asustar a los estudiantes. La portera Angélica Domínguez muestra las paredes y los pupitres despiadadamente maltratados con inscripciones que revelan que las pandillas barriales estuvieron ahí. Y el contraste también lo muestra ella, cuando orgullosa nos lleva a la granja en la que los niños aprenden a producir los alimentos, los que están protegidos por una cerca construida con botellas de plástico y que atrae la mirada de la gente que pasa por la zona.

El lugar de los toritos

En los barrios más alejados es donde está el punto final de la historia de los micros. En el barrio El Retoño, Horacio mira a su alrededor y dice que ahí solo existen los trufis y las mototaxis. Estos medios de transporte ‘salvan’ a los vecinos porque los micros ya no llegan, los taxis aparecen de vez en cuando, bajo el pretexto de que temen entrar a barrios de la periferia o porque cobran un ojo de la cara por su servicio y la clientela aminora. “Por una carrera hasta el centro de la ciudad suelen cobrar Bs 40. Y eso es mucho dinero”, reniega doña Vania Galarza, que vive en El Recreo, un barrio que está a un costado de Normandía.

Los conductores de trufis y de motos están organizados en sindicatos. Ellos, de acuerdo al tramo del viaje, imponen sus tarifas, que van desde los cinco hasta los 10 bolivianos, también organizan sus horarios de trabajo bajo el riesgo de enfrentarse cara a cara con la delincuencia. “Yo una vez bajé a un delincuente a patadas de mi moto”, dice Sergio, que se gana la vida manejando una motocicleta china. “Rara vez se ve a un policía”, se queja.

Torito es el nombre que la gente le ha puesto a esos vehículos de tres ruedas que han proliferado en los barrios que están fuera del sexto anillo y que transportan pasajeros y carga que no sea voluminosa.

Efraín Flores compró su motocicleta en $us 4.000. Con esta herramienta de trabajo recorre la avenida Virgen de Luján y sus alrededores. El vehículo, explica, tiene cuatro velocidades, consume poco combustible y en una jornada de 18 horas gana por lo menos Bs 100. La existencia de este exsoldador ha cambiado desde que está al frente de un manubrio, porque ahora dice que ve la vida de los demás mucho más de cerca que cuando estaba metido en una empresa. “La gente me cuenta de todo mientras los transporto, incluso hasta sus pecados”, bromea.

El pavimento no llegó

Lorgio Sandóval, otro conductor de un torito, quiere que Santa Cruz sepa que el asfalto no está en todas partes, como algunos pueden pensar, que en los barrios alejados las calles son todavía de tierra y que el alumbrado público escasea igual que la presencia policial.

La gente de a pie tiene sentimientos encontrados sobre el servicio de transporte público. Reniegan de que los conductores pongan sus tarifas sin que autoridad alguna los controle. Pero también los defienden porque si no fuera por los trufis y por las mototaxis o los toritos no tendrían en qué movilizarse. “Incluso trabajan de madrugada”, asegura Modesta Rodríguez, desde su casa de El Quior, donde vive con sus siete hijos y varias veces ha tenido que salir muy temprano a buscar una moto para llegar a la posta sanitaria. 

Lujo

Pero no solo las motos o lo trufis se ven en el horizonte que está alejado del centro de la ciudad. También hay vehículos último modelo que circulan con los vidrios cerrados entre las calles de los barrios populares para evitar que se les meta el polvo. Fuera del cuarto anillo abundan también las casas de dos plantas, igual que los condominios cerrados, con paradas de radiotaxis en la puerta y guardias de seguridad cuidando el perímetro.

Los cementerios tienen una característica en estas zonas de Santa Cruz. Por lo general no están amurallados y están poco poblados porque nacieron ante la necesidad de los nuevos asentamientos humanos. En el cementerio Los Cusis, Claudia Hoffman acaba de enterrar a su bebé, de un año y medio. Es el segundo hijo que ella pierde sin que los médicos respondan a su pregunta: ¿por qué se mueren mis hijos? Pero una nueva esperanza tiene en su vientre. Está embarazada, de ocho meses, y desde el barrio Nazareth, donde vive, tiene planes para proteger con su vida a su ser querido que viene en camino y que criará lejos del centro de la ciudad 

900 la cantidad Son los barrios que existen en Santa Cruz, según una fuente de la Federación de Juntas Vecinales. en las afueras

70% Es el porcentaje de barrios que se estima existe fuera del cuarto anillo de Santa Cruz

  Protagonista

Raquel Mojica

Profesora

En busca del trufi

Todas las mañana sale de su casa, a las 6:30, camina una cuadra para esperar que pase el trufi y se dirige al colegio donde da clases como maestra. A veces tiene la suerte de coincidir en su horario de salida con algún vecino que tiene movilidad, para que la acerque y así no solo ganar tiempo, sino también ahorrar el pasaje que paga al transporte público. Ella vive con su mamá, que se encuentra en una silla de ruedas.

Isaac Araúz

médico naturista

lucha por la tranquilidad

Su casa es la casa de los que buscan la tranquilidad, pero irónicamente se encuentra a media cuadra de locales donde la rocola ametralla con su música y alto volumen. A pesar de eso, ha conseguido que el ruido no se interne en su vivienda, donde recibe a pacientes que acuden a él para curarse de alguna enfermedad. En su casa también ha construido varios cuartos que alquila.

Alejandrina Ruiz

ama de casa

un guardia no hay en casa

La vida le ha dado varias bofetadas. Una de ellas es que hace poco, por garantizar a un amigo, perdió su casa y ahora vive en otra que es de madera. Ahí está su cocina, su dormitorio y su salida de descanso. Ella ha dado a luz cuatro descendientes, pero solo dos han vivido. Su esposo es guardia de seguridad en una empresa e irónicamente, cuando sale a trabajar, la deja desprotegida.

René Mejía

Comerciante

organización

Vivir lejos del centro de la ciudad es una bendición. A mí me va bien. Aquí he puesto un negocio y no me quejo de la clientela. Los que fían son bien cumplidos. Pagan sus deudas a tiempo. Hemos aprendido a vivir en comunidad. Sabemos que estamos lejos de las autoridades y por eso nos hemos organizado para que la delincuencia no nos lastime la vida ni la de nuestros hijos.

La periferia exporta del centro las luces y sombras de la diversión

En el barrio Libertad (noreste de la ciudad) hay un colegio con el mismo nombre con una infraestructura precaria, con baños sin conexión sanitaria. Según los niños, la mayor riqueza que tienen es la cancha de fútbol donde los estudiantes juegan a convertirse en estrellas de fútbol.

La cancha es una llanura espléndida, donde la muchachada hace ejercicios y corre tras la pelota durante el recreo. Algo parecido ocurre en otros barrios donde hay canchitas deportivas y plazas para que niños y adultos se entretengan. En el último asentamiento humano de la zona sur de la ciudad, a un costado de las Lomas de Arena, familias enteras se reúnen para disfrutar de un campeonato de fútbol. Los espectadores se sientan a los costados de la cancha, algunos se llevan sus asientos y otros se acomodan encima de las piedras y se protegen del sol bajo árboles y arbustos.

La diversión también se da en otros escenarios que no son los deportivos. Al igual que en barrios que están antes del cuarto anillo, en los que están en la vereda del frente, desde al cuarto anillo hacia afuera, las rocolas alegran a unos y atormentan a otros.

En la avenida Che Guevara y sexto anillo, por ejemplo, en menos de 100 metros existen por lo menos 10 de estos negocios que abren de lunes a lunes y que desde horas de la tarde reciben a su clientela. Los vecinos, como Manuel, están por vender sus casas y dispuestos incluso a comprarse otra en el octavo anillo, donde la bulla infernal de las rocolas no le afecten sus horas de sueño.  

Cuando cae la noche, caminar solo no es recomendable y hay que hacerlo entre dos o entre más.  Ahora que son las 23:00 en el barrio Las Piedades, José, mecánico de profesión, 28 años y casado con una costurera, sentado en un sillón de plástico que compró en el mercadito de El Retoño, dice que el tramo peligroso está entre su casa y las 10 cuadras que se deben caminar hasta la parada del trufi. A veces él tiene que salir de madrugada porque no le queda otra. Si tiene suerte, no se topará con ningún pandillero en ese largo camino.