Dilma bis

Álvaro Vargas LlosaALVARO-VARGAS-LLOSASe emplea demasiado el cliché, en elecciones reñidas, de que «hay dos países». Pero a veces es cierto.En Brasil, los hay también, sólo que la división no es entre un país pobre -digamos, el del nordeste- y otro rico o acomodado -el del sur-, sino entre quienes temen perder lo que ganaron desde 2003 si cambian de gobierno y quienes temen que lo perderán precisamente por no cambiar de gobierno.Dilma ha sobrevivido a cuatro amenazas de gravedad: las revueltas callejeras de la clase media emergente de 2011, el ciclón “Marina” de septiembre de 2014 y, en octubre, tanto el escándalo de corrupción de Petrobras como la resurrecta candidatura de Aécio Neves. También ha sobrevivido a un índice de aprobación de 43%, peligrosamente bajo para quien aspiraba a seguir en el poder. ¿Por qué pudo lograr esto en un país cuya economía no crece desde hace cuatro años, donde la inflación, lejos de los niveles venezolanos y argentinos, supera largamente a la del resto de América Latina y donde el partido de gobierno parece haber renunciado a toda pretensión de prestigio ético? Por una sencilla razón: porque son más, todavía, quienes temen al pasado que quienes temen al futuro. No muchos más, pero sí más. A eso se debe que Dilma obtuviera la victoria en Minas Gerais, el estado “predictor” del país, por una mínima diferencia y a que Aécio, a pesar de doblar el voto de la Presidenta en Sao Paulo, no lograra llegar a Planalto.En ese sentido, Joao Santana, el estratega “petista”, lo vio claro: revivir -políticamente hablando- a Fernando Henrique Cardoso, era la clave de todo. Sólo una minoría (grande, pero insuficiente) tiene claro en Brasil que la bonanza de los años del PT, que gobierna desde 2003, fue posible por aquellas reformas y que esa misma bonanza, que ya se está encogiendo, desaparecerá si se persiste en mantener el modelo actual. Por tanto, convertir a Aécio en una reencarnación de los años 90 -tiempos duros para los brasileños- era la única forma de evitar que Dilma fuese comparada con los buenos años del PT, de los que su administración está lejos en resultados. Un Lula da Silva mucho más activo en la segunda vuelta que en la primera se encargó de impedir que la comparación entre ella y él debilitara a la mandataria actual.¿Ha sacado Dilma alguna conclusión profunda sobre los riesgos que ha corrido desde 2011 y lo cerca que estuvo de perder el fervor de los suyos? No está nada claro porque ha denunciado en su rival, sistemáticamente, todo aquello que supondría, precisamente, una renovación del modelo y ha reafirmado con denuedo su convicción en lo que viene haciendo desde hace cuatro años. De paso, ha fortalecido mucho las corrientes más ideológicas y las tendencias más populistas del “petismo”, que representan el voto impenitente (entre un cuarto y un tercio del padrón electoral). No se ve a Dilma liderando en los próximos cuatro años un cambio de modelo… que para colmo pondría en peligro una base social considerable que depende de la redistribución.Cuatro gobiernos consecutivos son muchos. La hegemonía política debilita las instituciones y fomenta la corrupción. Desde hace algunos años el dominio “petista” tiene ese efecto, que ya hemos visto en otras partes.¿Poseerá Dilma la suficiente clarividencia para entender que su mejor legado dependerá de hacer en gran parte lo que Aécio hubiese querido hacer? Nada, sobre el papel, apunta en esa dirección: supondría cambiar de programa, de aliados y de lealtades. Mucho cambio para una mujer tan segura de sí misma.Pero el mundo tiene algunos políticos sorprendentes. Y Brasil necesita a gritos una sorpresa.La Tercera – Chile