Corrupción en el corazón

Editorial – La Nación (Buenos Aires)CFKLa muerte del fiscal Nisman revela la profundidad de la crisis institucional que viene padeciendo nuestro país«Oíd, mortales.» La mano derecha sobre el pecho, del lado del corazón. Los aplaudidores repiten el exótico gesto de la Presidenta, importado del Norte, adonde ella aconseja mirar. Quizá sea para congraciarse con el juez Griesa, mostrando «voluntad de cumplir» con el título 36 del código federal de su país, que lo hace obligatorio. El gesto unísono y emotivo, ¿es una forma solidaria de expresar el grito sagrado o es el juramento colectivo de no ceder ante las acusaciones de corrupción?Blindaje al vicepresidente de la Nación, aunque ya tenga más manchas que Rolando. Silencio para no explicar la escala en las islas Seychelles o el destino de los fondos de Santa Cruz. Mutismo ante Sueños Compartidos, las importaciones de gas, las licitaciones amañadas. Telón a la contabilidad de Aerolíneas Argentinas. Muralla a las tragamonedas de Palermo y «barrera» a los números del Fútbol para Todos. Hermetismo sobre los terrenos fiscales de El Calafate. Boca cerrada sobre los subsidios de la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario (Oncca) y mordaza para los subsidios al transporte. Careta para no hablar del general Milani y nariz de Pinocho para hablar del seudoempresario Báez. Falsos pañuelos blancos para cubrir falsas reparaciones por derechos humanos.Cedines negros para blanquear dinero en efectivo. Declaraciones juradas inconsistentes. Hoteles vacíos ocupados por espectros adinerados. Empresas fantasma, sociedades ficticias, domicilios inexistentes y directorios de paja, pero incombustibles. Aviones, barcos y automóviles para mover valijas repletas y nunca detectadas. Esterilización asistida de los organismos de control y utilización dirigida de los organismos de fiscalización. Una sola respuesta: «Son negocios entre privados».Presencias que no son tales a la hora de repudiar ataques fundamentalistas contra la libertad de expresión, y «plantado» de pistas políticas para desviar la atención de la muerte del hombre que investigaba el porqué de otras 85 muertes impunes desde hace más de dos décadas. Funcionarios que están donde no deben y ministros eternamente ausentes. Presidentes que se erigen en detectives y en comentaristas de recortes de prensa, y militantes a los que el viento siempre amontona del lado del poder, sin cuestionar ni lo más mínimo. Escuchas telefónicas que, como en el caso Nisman, desnudan cuán cerca del infarto se ha puesto al corazón de la República.Como Proteo, la corrupción política tiene múltiples formas, aunque siempre implica un desvío en el uso de facultades públicas para beneficio particular. El primer puesto lo tiene el soborno o cohecho: «retornos» en billetes o a cuentas del exterior, pagos a falsos contratistas y consultoras, comisiones a intermediarios, regalos, viajes, tarjetas, facilidades a parientes. El soborno retribuye el tráfico de influencias, las contrataciones arregladas, la información privilegiada. También es un reconocimiento por subsidios, excepciones y permisos, cuando no existe un régimen de acceso abierto y se resuelve según «oportunidad, mérito o conveniencia». Sobre todo, por conveniencia.En el ámbito judicial, los servicios de inteligencia saben inclinar la balanza de Temis con pesadas carpetas («carpetazos») para domesticar a los díscolos e independientes. Algunos jueces y fiscales han sufrido hechos de inseguridad inusuales, que podrían configurar formas extorsivas para inducirlos al prevaricato.En los casos más extremos, la corrupción política se confunde con hechos criminales, como el tráfico de drogas, el contrabando, la prostitución y la trata de personas. La vinculación con el crimen organizado combina los guantes blancos con armamento pesado. El narcotráfico, en particular, prospera cuando la corrupción se ha banalizado y las puertas se han abierto en los tres poderes del Estado. Es el camino al «narco-Estado».La corrupción de quienes están más lejos de las funciones ejecutivas se caracteriza por la minuciosa utilización de todas las prerrogativas disponibles, comenzando por el nepotismo: cargos para parientes y amigos. Viajes, viáticos y asesores. Vales y reintegros. Caja chica y caja grande. Permisos para estacionar, credenciales lustrosas, accesos gratuitos e invitaciones preferentes. Alguna pensión graciable y, eventualmente, un registro de la propiedad automotor. Muchos diputados y senadores continuarán siéndolo, aunque no lo sean, con la críptica aclaración «M.C.» (Mandato Cumplido), que bien podría servir en algunos casos para abrir algunas puertas en los años de retiro.»Oíd, mortales»: la corrupción pudre, desintegra, deshace las instituciones nacionales. La corrupción deshilacha la bandera, apaga su sol, destiñe su cielo y mata a los fiscales que la investigan. La corrupción separa las manos fraternas del escudo para que algunos las metan en bolsillos de otros.Sin instituciones desaparece el Estado y subsisten sólo los funcionarios. Una falsa carcasa autoritaria, un poder sin normas, voluble, que subasta su imperio al mejor postor. Privatizado, sin marco regulatorio. Poder desnudo de bien común, sin proyecto de Nación, desprovisto de calidad institucional y de «servidores públicos» que se enorgullezcan de serlo.La maestra, el juez y el policía, antiguos símbolos del Estado honorable y contenedor, como la Bandera, el Himno y el Escudo, han caído en el respeto público como parte de la decadencia general. Es el tiempo de exaltar las barras bravas, de tomar comisarías y de liberar de prisión al «Vatayón Militante».La corrupción hace impredecible el futuro, pues cualquier norma puede cambiarse; cualquier decisión, acomodarse a las demandas del dinero. Es el ámbito de la anomia, del descreimiento y del puro presente: ¡sálvese quien pueda! o ¿a quién hay que pagar?En ese escenario: ¿quién se presenta en una licitación sin arreglar primero?, ¿quién pide un crédito blando si no está dispuesto a agradecerlo?, ¿quién libera un contenedor sin actuar como una «persona práctica»?, ¿quién logra descongelar un precio sin compartir el beneficio?, ¿quién se atreve a rechazar un socio experto en mercados regulados?, ¿quién puede ser descortés con consultoras «sugeridas»?, ¿quién exporta a Venezuela sin pasar por la embajada paralela?, ¿quién recibe generosa pauta publicitaria sin alinearse con el modelo?, ¿quién se postula a un empleo si no es amigo, pariente o militante?, ¿quién solicita un plan o un subsidio sin ponerse la pechera?, ¿quién quiere pagar impuestos si «los de arriba» roban impunemente?»Oíd, mortales»: el poder no es eterno y la corrupción huele como la podredumbre en Dinamarca. Cuanto mayor su pestilencia, más necesario es perpetuarse en el poder. Al ex presidente Menem no le bastaron los jueces de la servilleta cuando terminó su mandato y debió blindarse como senador kirchnerista.Los juramentados de la mano al pecho buscan perfeccionar el blindaje para una transición segura. Desembarco en las áreas más importantes del Estado con designaciones masivas y pases a planta permanente. Blindaje judicial mediante la reforma procesal penal, la designación de fiscales, la manipulación de jueces electorales, el manejo de las subrogancias, el control del Consejo de la Magistratura, y el descabezamiento de la ex SIDE para mejorar el chantaje y el espionaje.Mayor persecución a los medios de prensa independientes, presión sobre anunciantes y avisadores, acomodamiento de frecuencias radiales, transferencias de titularidades. Denuncias, allanamientos y cortinas de humo para disimular los escándalos del poder y las rutas del dinero que alguna vez fue público.»Oíd, mortales.» Es necesario recrear un Estado fuerte, gestionado por servidores públicos, imparciales y probos, que depongan sus intereses particulares a la vigencia del bien común. Hay muchas formas de recuperar las instituciones y reconstruir la confianza en sus funcionarios. Esto se resolverá en las próximas elecciones. ¿»Nunca más» a la corrupción? Será posible si los nuevos gobernantes pueden mostrar manos limpias y un corazón transparente, sin pactos de «omertà» que los obliguen a silenciar el pasado.