Nietzsche, el nihilismo y nosotros

Pedro ShimosepedroshimoseEl nihilismo nació en Rusia. La voz ‘nihilismo’ (del latín nihil, nada) la inventó el escritor Iván Turguéniev, en su novela Padres e hijos (1862), para describir a los jóvenes rebeldes de la Rusia de los zares. Sin embargo, el nihilismo como “doctrina que afirma el pesimismo absoluto a cualquier realidad posible, negando, por lo tanto, los valores morales de cualquier tipo” –los cristianos, sobre todo– fue fundado por Chernishevski, Dobroliúbov y Písarev, escritores que, desde la crítica literaria, ponían en solfa al régimen zarista. Chernishevski publicó, en 1888, la novela ¿Qué hacer?, título que copió Lenin en uno de sus más famosos panfletos. Los nihilistas hablaban de proceso de cambio y consideraban más importante la acción que la palabra (¡y sus teóricos eran escritores!) para la creación de una nueva sociedad que aseguraría la felicidad de las masas, previa destrucción de la vieja sociedad, por supuesto. (Facta, non verba, diría después Mussolini; “Hechos y no palabras”, repetiría Paz Estenssoro, para consumo nacional).Lo fundamental era matar a Dios en la conciencia de la humanidad. “Dios ha muerto” había inscrito Robespierre (el francés, no el katarista) en el pórtico del templo de la Razón (la diosa de la Revolución Francesa, no el periódico). Este acto voluntario (‘intencionalidad de conciencia’), ya había aparecido en la novela Los hermanos Karamazov (1879-1880) cuando Dostoievski le hace decir a uno de sus personajes “Muerto Dios, todo está permitido”. La transgresión de valores –más conocida como ‘inversión de valores’– se vislumbraba años antes de que Nietzsche, Spengler y Max Scheler profundizaran en el tema. El filósofo boliviano Roberto Prudencio (1908-1975), discípulo de Scheler, le dedicó a la crisis de los valores uno de sus mejores ensayos.Fue Nietzsche quien popularizó el nihilismo en el ámbito filosófico: Gott is tot (La gaya ciencia / La ciencia jovial (1882, cap. III). Hay que aclarar, con Albert Camus, que Nietzsche no concibió el proyecto de matar a Dios; lo encontró muerto en el alma de su época. (El hombre rebelde /1951, cap. II). En 1938, Camus ya había escrito Calígula, drama en el que plasma la figura simbólica de un político nihilista. “Cuando los fines son grandes –escribió Nietzsche para desgracia suya– la humanidad utiliza otra medida y no juzga ya el crimen como tal, aunque emplee los medios más espantosos”, escribió Camus mientras pensaba en Hitler y Stalin. Como hoy, cuando pensamos en los terroristas del Daesh, más conocido como Estado Islámico. // Madrid, 20.03.2015.El Deber – Santa Cruz