La nación del MAS

Renzo Abruzzese*RENZOLuego de casi diez años de estadía en el poder, el MAS-IPSP muestra claros signos de una alteración en la perspectiva estatal con la que asumió el poder. El primer gobierno de Evo Morales, al menos en sus inicios, se encargó de dar claras señas del carácter que le imprimiría a su proyecto estatal, consagrado con la aprobación de la nueva Constitución Política del Estado.  Pronto el conjunto de la sociedad comprendería que no era un gobierno más, contenía intrínsecamente un modelo estatal alternativo, decidido a cambiar el curso de la historia y los contenidos finales del Estado que, para pesar de unos y solaz de otros, no había hecho mucho en el interregno democrático abierto en 1982.Se trataba, sin duda, de un gobierno cuya concepción estatal era diferente y, en consecuencia, cada momento en que decidía exponer sus proyecciones (como en la épica demolición de una iglesia católica en la ciudad de El Alto, a despecho incluso de sus propios feligreses aymaras) dejaba en el imaginario social la clara impresión de que las cosas habían cambiado.La disputa por la existencia del mestizaje, la proyectada alteración de los nombres icónicos de plazas y calles, y el progresivo copamiento de los aparatos administrativos, por encima de cualquier criterio meritocrático, cerraban el círculo de su representación real y simbólica.Sería ingenuo suponer que los acontecimientos, que se sucedían con absoluta rigurosidad y detalle, eran ejecutados de forma espontánea. Su concreción obedecía a una estrategia obvia, dejando al descubierto un cuidadoso planeamiento y una lógica subyacente coherente y bien definida. En otras palabras, los primeros años del MAS en el poder estuvieron orientados a construir la imagen de una nación diferente: el Estado indianizado de García Linera.Una larga tradición nacionalista precedió el ascenso del MAS, la misma naturaleza democrática de su victoria electoral implicaba, de alguna manera, esa herencia nacida, sin duda, en el proceso revolucionario del 52, la Participación Popular y su efecto democratizador de la política y, finalmente, la crisis estatal general del 2000, dirigida por El Mallku, Felipe Quispe.Evo Morales emerge desde un nacionalismo cuyo proyecto modernizador había agotado todas sus posibilidades, tanto como del deterioro de los mecanismos democráticos que, a pesar de todo, derivaron en una democracia pactada bajo un liderazgo desgastado y recurrente. El MAS lo único que hace es imaginar una nación diferente, en eso consistía su ventaja comparativa frente a los partidos tradicionales, era -a trocha y mocha- un nacionalista incomprensible para la clase política de aquel momento-.Gellner (citado por Anderson) sostiene que los nacionalismos no constituyen el «despertar de los pueblos”; los nacionalismos «inventan naciones donde no existen” y al hacerlo instalan en la dinámica de los procesos «comunidades verdaderas”. Evo Morales era el símbolo de aquellas comunidades que, más allá de los discursos y los eslogan, nunca hicieron parte del verdadero país. Su poder residió en darle vida a lo que, por efectos de exclusión, existió en el limbo de la historia desde la fundación de la República.El MAS-IPSP reinventa las comunidades en el imaginario colectivo bajo el rótulo de «pueblos originario-campesinos”, independientemente de su peso específico en la estructura de poder, en la cultura boliviana o en la estructura demográfica de la nación. No interesaba si uno de ellos  contaba con sólo unas decenas de sobrevivientes -como los Araona, por ejemplo-, su sola presencia simbólica hacia Estado. Tampoco requería que la sociedad sea pensada bajo límites geográficos, y dado que estos –siguiendo a  Anderson- son flexibles y perduran como trazos mutables, y de hecho desconocidos, (pues nadie sabe dónde comienzan o terminan realmente) el territorio del MAS son en realidad 36 territorios.A despecho de todo esto cabe preguntarse si esta nación imaginada en el proyecto masista tiene o tuvo alguna vez viabilidad histórica o si es, en realidad, un intento fallido, un espejismo en el que los sujetos históricos regresan una y otra vez a la tradición del occidente moderno, a los valores de la Revolución Francesa, a la desprestigiada modernidad y al capitalismo victorioso, a pesar de su mala reputación.*SociólogoPágina Siete – La Paz