El enigma de la desaceleración

Mauricio Ríos García*Mauricio-Rios-GarciaEn los últimos días bastante se ha visto, a través de los medios de comunicación, respecto a la política económica de Bolivia y las causas de la desaceleración, el ajuste de las previsiones de crecimiento y lo que se pretende en función de compensar el desplome petrolero para el corto plazo.Se ha arremetido contra las previsiones relativamente pesimistas de los organismos internacionales, contra la inversión privada y contra el más que previsible agravamiento de la crisis económica internacional en forma de una «deflación importada”.Pero la gran generalidad de analistas económicos críticos podría realmente haber perdido la perspectiva sobre lo que conduce a cualquier economía en el camino del crecimiento sano y sostenido.Nuevamente, y como ya se apuntó al menos desde mediados de 2013, el diagnóstico general del crecimiento es simplemente errado. Efectivamente, Bolivia ha recibido una ingente cantidad de recursos nunca antes vista -por un fenómeno exclusivamente internacional-, pero el problema se encuentra en uno de los medios a los que se ha recurrido para que tengan un fin determinado: la nacionalización del sector de hidrocarburos. Con esta medida el Gobierno se ha apropiado de las rentas, y con ellas ha decidido establecer prioridades para el conjunto de la ciudadanía distintas a las reales, por tanto, alejadas de sus necesidades.Al mismo tiempo, y sobre todo a medida que el sector bancario financiero se ha ido robusteciendo durante los últimos 10 años, el Gobierno ha recurrido a cuanto mecanismo de política económica, y fundamentalmente monetaria, que ha encontrado, para hiperestimular el gasto, el consumo y el endeudamiento, muy por encima de las posibilidades reales de financiarlos.Pero nada de esto hace sostenibles las extravagantes cifras de crecimiento. De hecho, como en realidad menoscaba la capacidad real de generación de riqueza del país, las reajusta siempre a la baja, responsabilizando a la iniciativa privada, sin detenerse a explicar por qué a mayor estímulo monetario hay menor crecimiento.Poca cosa sería que cada centavo que el Gobierno gasta, y por el que se endeuda, es un centavo menos que el empresario puede invertir cualitativamente. El principal problema estriba en que las políticas de inflacionismo impiden el cálculo económico, distorsionan el mecanismo de precios, a través del cual los empresarios se guían para tomar decisiones y, por tanto, terminan descoordinando toda la estructura productiva, produciendo demasiado, por un lado, o demasiado poco, por el otro.Más aún, la cantidad de capital para seguir acometiendo todo proyecto de megalomanía ha terminado siendo escasa. El mercado lo ha terminado detectando por sus propios medios y está actuando, en consecuencia, en el inicio de una fase de liquidación todavía asumible, pero que el Gobierno, en su resistencia a seguir con la misma lógica del mercado -porque resulta impopular-, pretende seguir estimulando con mayores dosis de inflación, mediante agresivas devaluaciones no convencionales y de manera cada vez más recurrente, lo cual sólo agrava la situación: acelera el estallido de una crisis que será más violenta mientras más tiempo se pretenda aplazarla.La euforia alcista y el sobreoptimismo finalmente han terminado, a la vez que el mercado en su conjunto, y con cada vez menores espacios de acción que el Estado impide, se está adaptando a una nueva realidad, está ajustando sus hábitos de consumo, gasto y endeudamiento.Mientras tanto, el Gobierno permanece muy incómodo, sin poder reconocer que la muy rápida desaceleración de la economía constituye una consecuencia más de sus medidas inflacionarias. Incluso empieza a desesperarse en la búsqueda de una compensación de ingresos petroleros que todavía le permita mantener a la población en un apacible  sueño de 10 años, pero que claramente empieza a convertirse ya en una pesadilla.*EconomistaPágina Siete – La Paz