Ética y poder en el populismo

int-71592Renzo Abruzzese¿Sería posible una política en la que todos mintieran, robaran y mataran? Se pregunta Dussel y llega luego a la conclusión de que esto es imposible en tanto la ética, al subsumirse en las prácticas del poder no pierde su naturaleza normativa; en otras palabras, cuando los parámetros éticos se incorporan en las prácticas de poder, terminan develando las miserias del régimen, ponen en evidencia sus niveles de corrupción y barbarie. La ética es lo único incorruptible en el escenario de la corrupción.Esto sugiere que por la naturaleza trascendente de los criterios éticos no se salva ningún tipo de régimen. Independientemente de su filiación ideológica o de sus componentes culturales, independientemente de la concepción histórica que posee del tiempo que le toca vivir y/o de los fundamentos míticos que articulan su discurso, las normas que imponen los límites éticos del poder, más temprano que tarde, le refregarán en el rostro el tamaño de su inmoralidad, la brutalidad de sus actos (llámense genocidios o masacres) o el cinismo de sus enunciados.Se dice que el liberalismo «vació” las estructuras del poder de todo principio ético y que en razón de ello la medida de todas las cosas terminó siendo el «éxito”. Ser un gobierno o una persona exitosa bastaba para que todas las normas preestablecidas y todos los códigos éticos se difuminaran como por obra de magia.Empero, este temerario postulado del capitalismo victorioso terminó desdiciéndose abrumadoramente. Así, ni el capitalismo se salvó del rigor de los juicios éticos de la sociedad civil y terminó en el banquillo de los acusados cuando muchedumbres de indignados tomaban las ciudades por asalto, sin consigna, ni liderazgo político y menos ideología de por medio. La sociedad le echó en cara al poder establecido que la sumatoria total del «exitoso” modelo histórico (el capitalismo) estaba muy lejos de ser una opción ética para los hombres de la civilización avanzada.Los experimentos socialistas corrieron peor suerte. No solo fracasaron en su intento de construir una sociedad más justa, más ética en todos los sentidos, (encarnada en la categoría de «Hombre Nuevo”), sino que terminaron en monstruosos aparatos de corrupción, multiplicando por millones las diferencias sociales y construyen mecanismos de excusión antes no imaginados ni conocidos.La lógica del partido y del militante se impuso como el baremo de inclusión o y exclusión. Los que quedaron afuera no tenían ni derechos ni nada. La sociedad quedo así divida en dos: el camarada (hermano, compañero, cumpa o correligionario) y el enemigo (reaccionario, derechista, neoliberal, etcétera).La tercera opción, que en términos muy genéricos conocemos como «populista”, (extraña combinación de todos los fracasos juntos) concentra por su propia condición híbrida los elementos antiéticos de ambos.  Como no puede declarase capitalista a secas y tampoco puede declararse socialista a secas, se sitúa en el limbo de las categorías y, en consecuencia, «siente” que le es lícito hacer todo lo que le viene en gana y combinar todo lo que mejor le parece en laberíntico laboratorio de sus construcciones teóricas y prácticas.La precariedad del concepto le permite hacerse la idea de que todo lo que hace es, finalmente, ético, aunque contradiga todas las leyes de la convivencia, la naturaleza y la materia. Por eso es que los regímenes populistas muestran una carga de cinismo tan abrumadoramente notoria.Por eso también  su precipitación al vacío no parece ser la consecuencia del desgaste o los errores políticos, normalmente su deterioro es moral, caen frente a una apelación ética de la sociedad, frente al estío de hombres y mujeres comunes cansadas de las mentiras cínicas, de los discursos modulados, de las millonarias inversiones mediáticas, del precio de los misterios que, como se ha visto en el Fondo Indígena, terminan develados incluso por sus protagonistas.  Hay pues un punto en que la ética asume el papel de verdugo, ése es el momento en que las «reservas morales” que siempre asumieron como suyas los regímenes populistas caen por su propio peso, que es el peso de la corrupción, la mentira y el cinismo.El Día – Santa Cruz