Ama Sua, ama Llunku, amárrame el zapato

ALVARO-RIVEROS-OKÁlvaro Riveros TejadaUna señal inequívoca de la soberbia que suele caracterizar a los autócratas es su proclividad de envilecer al prójimo, disfrutando su poder para degradarlo  en lo posible, hasta el pelaje de un animal. Un ejemplo de este mal comportamiento nos reseña el librito sobre los “Dichos y Hechos” del ex presidente Mariano Melgarejo que, cuando se hallaba en su estado natural de beodez,  se solazaba en humillar a su ministro Muñoz gritándole “muerto el perro” y éste se arrojaba al piso en posición fetal, simulando los estertores de un can agonizante.Un video, viralmente expuesto en las redes sociales muestra a S. E. instruyendo a un oficial de su seguridad que le amarre los huatos de su zapato, orden que fue ágilmente cumplida por el solícito funcionario, causando la ácida crítica de millones de televidentes que no se convencían de ver a Evo Morales, otrora el sencillo líder indígena del jersey rayado, que impresionó al rey de España, a  los españoles y los europeos por su llaneza y humildad, ahora convertido en un virtual monarca.Lo sorprendente de esta ocurrencia, que a todas luces parece una nimiedad, es  su significado. Desde tiempos inmemoriales: muchas  religiones, conductas y costumbres han estigmatizado las partes bajas del cuerpo humano que van de la cintura hasta los pies. En el mundo musulmán y en el árabe particularmente, mostrarle a alguien la suela de un zapato es considerado un insulto. No en vano es estrictamente obligatorio entrar descalzo a rezar en una mezquita. Hasta la reina británica Isabel II, durante su visita a un templo islámico tuvo que hacerlo empero, en su caso especial se le permitió no quitarse las pantys. Asimismo, cuando el ex embajador de EE.UU. ante la ONU, Bill Richardson, durante una entrevista que sostuvo con Saddam Hussein, le mostró sin querer la suela de su zapato, el iraquí dio por finalizada la audiencia y abandonó la sala.Algo similar ocurre en la religión judeocristiana cuando leemos en la Biblia el pasaje donde Dios hablándole a Moisés le dijo: “No te acerques aquí. Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” o el pasaje de Juan el Bautista cuando responde al pueblo que creía que él era el Cristo: “Yo os bautizo con agua; pero el que viene es más poderoso que yo; a quien no soy digno de desatar los huatos de sus sandalias…”De ahí que, aunque parezca un absurdo, no es lo mismo ir en busca de ayuda u ordenar a un dependiente que le arregle el nudo de la corbata o le cosa un botón de la camisa, a que le cosa un botón de la bragueta o le amarre los huatos del zapato, salvo que el afán de temerosa zalamería induzca al siervo subyugado a brincar sobre el amo para cumplir dicha tarea. En tal caso es recomendable recordarle las sabias sentencias: Ama sua, ama llunku, amárrame el zapato.