Candelaria dejó de ser una población fronteriza tranquila

Doña Angélica recuerda con nostalgia sus años mozos. Ahora está preocupada por los asesinatos de jóvenes

Angélica Kunh toma chimarrón mientras relata cómo era la vida en esta población años atrás

Angélica Kunh toma chimarrón mientras relata cómo era la vida en esta población años atrás

Angélica Kunh Menacho (82) es una de las lugareñas más antiguas de Candelaria (San Matías), una población ubicada a 800 km al este de la capital cruceña, donde nació el 14 de abril de 1934.



Sentada, apoyándose en un bastón y tomando mate, doña Angélica rememora sus años mozos, cuando la tranquilidad reinaba en esta zona fronteriza.

Hoy son otros tiempos, el lugar, por ser frontera con Brasil, suele ser utilizado por narcos para traficar droga y también por ladrones de vehículos.

“Antes nadie mataba a otra persona, ahora matan seguido. Eso me duele en el alma. Muchos jóvenes mueren, más que los viejos, incluso están matando mujeres por malos negocios”, dice esta anciana, que acaba de perder a un nieto.

Descendiente de alemanes
Cuenta que su abuelo, Wálter Kunh, junto con otros jóvenes, salió de Alemania huyendo de la guerra, para echar raíces en esta tierra lejana de Sudamérica.

En esta zona fronteriza vivían bolivianos, brasileños, paraguayos, alemanes y ‘gringos’ que se enamoraron de valientes paiquitas (mujeres indígenas), trabajaron la tierra, se dedicaron a la ganadería, al tejido, a la molienda y otras actividades.

“Yo nací cuando la Guerra del Chaco casi había terminado. Mi padre, Federico, no fue a la guerra, era pacifista. Recuerdo que teníamos harto ganado, pero todo se perdió porque no se supo cuidar esa riqueza”, dice doña Angélica.

Comenta que cuando era joven montaba a caballo y mula en pelo, usaba ropa de vaquera, sombrero de palma hecho en la zona, ordeñaba sentada sobre el promontorio de barro del corral, enlazaba animales y cultivaba la tierra.

El 26 de octubre de 1952 se casó con Carlos Net Silva, profesor, hijo de un ciudadano alemán. La pareja tuvo varios hijos, Wilma, Betty, Carlos, Ángela, Teresa, Guillermina, Dely y Ney. Este último abogado.
Don Carlos dejó la enseñanza para dedicarse a la agricultura. Construyeron su vivienda en un lugar rodeado de vegetación, con árboles frondosos y gigantes.
Herramienta en manos, el jefe del hogar construyó un camino con dirección al cementerio.

“Es mi camino al paraíso”, le repetía a su esposa.
Cuando murió, un día en que descansaba en su hamaca, doña Angélica dice que se fue por el camino que él construyó, rumbo al paraíso.
La vida en Candelaria era sencilla, pero también dura. Abundaban mosquitos, lagartos, víboras, pirañas, tucanguiras (hormigas), tigres y otras fieras.

Para salir de allí, los pobladores debían viajar a caballo, en mula o en carretón tirado por bueyes. “En época de lluvia se tardaba hasta una semana en llegar a San Matías, íbamos a negociar queso, harina de yuca, maíz, empanizao, miel y azúcar”, recuerda.

La partera del lugar se encargaba de ayudar a traer a los niños al mundo. “Cuando ella no estaba, los maridos cortaban el cordón. Recuerdo a Pablito, un niño que se ahogó en una laguna y que enterramos en una loma. Le prendíamos vela, nos hacía milagros.

En esos tiempos los hombres eran valientes. Don Juan se peleó con un tigre, le clavó un cuchillo, haciendo que lo soltara, pero él, accidentalmente se le cayó y murió. Era otra época”, añade

Fuente: eldeber.com.bo