¿Kamikazes del islam?

MANFREDManfredo KempffEstoy convencido de que llamar kamikazes a los terroristas de Al Quaeda o del llamado califato islámico (ISIS) es una ofensa para el pueblo japonés. Quienes se hacen volar con bombas en medio de multitudes, llevando a la tumba a personas inocentes e indefensas, son terroristas y nada más. Suicidarse por un enfermizo fanatismo religioso, masacrando a quienes no profesan sus creencias, no es igual a ofrendar la vida en combate.Mientras los terroristas musulmanes dejan tendales de muertos y heridos en las calles, aeropuertos, metros y demás lugares donde hay gente desprevenida, los kamikazes japoneses entregaban su existencia en lucha contra sus enemigos, por la honra del emperador y por salvar sus hogares de los bombardeos aliados. Sus cazas, cargados de bombas, atacaban a los portaaviones desde el aire y eran recibidos por cientos de baterías antiaéreas que, las más de las veces, los derribaban al mar antes de alcanzar sus objetivos.Nueva York, Madrid, París y últimamente Bruselas han sabido del salvajismo de Al Qaeda y del ISIS. Y padecen todos los días históricas ciudades de Irak, Siria, Marruecos, Túnez, donde los terroristas quieren dejar su sello de muerte ahuyentando a los occidentales que van a disfrutar de la proverbial hospitalidad árabe. Los hoteles y balnearios donde acuden los turistas son barridos con metralla y bombas por estos sujetos desquiciados a quienes llaman equivocadamente kamikazes.Los kamikazes aparecieron al final de la guerra en el Pacífico, cuando los estadounidenses habían liquidado a la Armada Imperial y se aproximaban, luchando sangrientamente, islote por islote, a la isla mayor. El kamikaze o ‘viento divino’ fue un código ético como el bushido, un sacrificio para lavar el honor. Así como quien se sentía deshonrado entre los samuráis se abría el vientre como una penitencia haciéndose el harakiri, en la guerra contra EEUU, cuando los nipones se vieron en franca derrota, optaron por sacrificar sus vidas para tratar de salvar a su patria. Fue un acto sublime, de entrega, aunque totalmente incomprensible y censurable para la cultura occidental.Por lo anterior, no es posible comparar a un guerrero kamikaze con un yihadista islámico, que alegando una Guerra Santa por Alá, ocasiona el terrorismo más cobarde y bárbaro. La ‘teocracia totalitaria’ que sustentan los radicales musulmanes no tiene punto de comparación con las razones que tuvieron los nipones en su inmolación, que, repetimos, tampoco compartimos.El Deber – Santa Cruz