La gran pieza de artillería contra el comunismo

Carlos-Alberto-MontanerCarlos Alberto MontanerEn marzo de 1976 el Premio Nobel de Literatura Aleksandr Solzhenitsyn aterrizaba en España. Pasó aquí diez días, dos de ellos en Madrid. El día 20 visitó el plató de «Directísimo» para ser entrevistado por el periodista José María Iñigo, que también le había llevado a ver una corrida de toros a la Plaza de las Ventas. Solzhenitsyn no tuvo dudas en afirmar que prefería el franquismo al comunismo. Sabía de lo que hablaba, había estado preso en un gulag, un campo de concentración ruso, durante ocho años y luego desterrado.En el año 1980 el escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner publicó el libro De la literatura considerada como una forma de urticaria (Playor), una polémica, apasionada y apasionante visión de las letras y la cultura de España y América Latina. En este libro hay un capítulo dedicado a los «Disidentes»; el primero de ellos, a Solzhenitsyn. A continuación reproducimos parte de ese texto, una lección magistral sobre el modus operandi del cominismo y sus consecuencias.I¿Por qué Solzhenitsyn?Reflexionemos un instante: ¿por qué la Unión Soviética paga el terrible descrédito de expulsar a Solzhenitsyn? ¿Existía la más remota posibilidad de que el régimen o el sistema se perjudicasen con las publicaciones en el extranjero del escritor ruso? Supongamos que, efectivamente, sus obras servían de propaganda anticomunista: ¿no es infinitamente más negativo acosarlo primero y luego desterrarlo? ¿No es esa la más formidable campaña anticomunista?¿Son tan torpes realmente los marxistas, o será para que responden a las inexorables consecuencias de la lógica interna del sistema?Los tiros van por esta última hipótesis. Hay sistemas que no pueden aceptar que se denuncien sus contradicciones y señalen sus defectos. ¿Por qué los comunistas o los fascistas se sienten precisados a silenciar a los disidentes? ¿Qué fuerza interna lo obliga perseguir a los «herejes», aplastarlos y esconder sus cadáveres bajo la alfombra?¿Por qué Rusia deporta a Solzhenitsyn y Cuba humilla y doblega a Padilla? ¿Por qué la Inquisición católica -cuando el cristianismo era cosa de este mundo- aterroriza a Galileo y la protestante incinera a Servet? No se trata, simplemente, de la brutalidad del sistema. La brutalidad es sólo la herramienta -utilizada, a veces, con una vergonzosa mala conciencia- que las urgencias íntimas del sistema. Lo que está incurablemente enfermo es el sistema mismo, es decir, su aberrada dialéctica interna. Hoy es Solzhenitsyn, ayer fue Mayakovsky.El comunismo y el fascismo postulan una interpretación total del hombre. Son ideologías absolutas. Cosmovisiones exclusivas y excluyentes montadas sobre ciertas creencias que no pueden ponerse en duda so pena de desarticular toda la armazón teórica. Estas creencias -todo el cuerpo doctrinal- pretenden derivarse científicamente del análisis correcto de la realidad, y no dejan, por lo tanto, margen al error. Note el lector -esos hipotéticos y escasos lectores con quienes gusta monologar todo escritor- dónde comienza a trabarse el mecanismo y por qué luego no permite otra opción que la fuerza bruta: marxistas y fascistas han descubierto la Verdad, con mayúscula.Pero luego se percatan de que las cosas no ocurren de acuerdo con los libros. Pese a Santo Tomás -es decir, pese a Aristóteles-, la Tierra sí gira alrededor del Sol, y cuando Copérnico y Galileo lo señalan, los inquisidores, acosados por la evidencia, no ven otra salida que amenazar al segundo con asarlo a la brasa si no se retracta. Cuando Solzhenitsyn muestra que en la patria de los trabajadores se mata y tortura con más rigor que en la propia época del Zar, cuando anota las tremendas contradicciones del sistema, cuando mide la distancia sideral entre la teoría y la práctica comunista, ocho policías lo montan en un avión -no podían, dada su fama, barrer el cadáver bajo la alfombra- y lo expulsan del país. Había pisado la zona prohibida, la franja intocable de las ideologías absolutas, delincuentes que cuando son sorprendidos en los lugares de las contradicciones matan para poder escapar. La realidad tiene que adaptarse los presupuestos teóricos, y si un espíritu observador nota alguna incongruencia, hay que liquidarlo en el acto. Sobre esta inversión monstruosa de la secuencia observación-análisis esta montada la necesidad del terror.En los sistemas totalitarios hay que impedir, por todos los medios, que asomen las contradicciones. Por una parte, una espesa cortina de propaganda: los obreros son felices y bien remunerados; los niños, radiantes y saludables; las autoridades, eficientes y corteses; las fábricas producen a pasto y el sistema demuestra, a cada minuto, sus infalibles bondades. El sistema se autoverifica constantemente. Por la otra -mal «necesario»- aplasta a la oposición, se desmiente e insulta a los inconformes, se les silencia y se les humilla. Porque, claro, no sólo no tienen razón, sino además son agentes del enemigo, saboteadores a sueldo, locos que deben ingresar en manicomios y mentes sucias enfermas. ¿No es obvio que la demencial propaganda a favor de las virtudes del sistema, y la implacable persecución del que las niegue, demuestra el desesperado esfuerzo por ocultar el divorcio entre la realidad y la teoría?¿A qué viene ese incesante, monótono martilleo en los logros del sistema? ¿Por qué el cine, las artes plásticas, la educación, la literatura, tienen que dedicarse a verificar los textos sagrados?¿Por qué esa pasión neurótica? Pues, precisamente, porque hay que ocultar el fracaso, aunque sea matando.IISolzhenitsyn en EuropaSus ojitos profundos, la gesticulación exagerada, la cabellera larga y despoblada, acentuaron el signo religioso en su discurso. Se ha dicho: Solzhenitsyn es un místico. Un apóstol con trompeta y carro de fuego. Es Jeremías, que nos viene con la muy factible historia de que el lobo está cerca. Y está tan cerca que los italianos y los franceses a lo mejor tienen que contar con él para gobernar.Solzhenitsyn se ha convertido en el cañón Berta de las democracias europeas. La gran pieza de artillería contra el comunismo. Hace una semanas, en Francia, electrizó a los televidentes con una emocionara comparecencia. Después le tocó el turno a España. Llegó cargado de arrugas, de penas, de fuego patriótico, y les contó a los españoles de viva voz, débilmente traducido por un murmullo indigno de su pasión, la tragedia inmensa de su país. No convenció. Los árboles antifranquistas impidieron que se viera el bosque. Fue un error afirmar que los españoles, comparados con los rusos, no saben lo que es una dictadura. Aunque sea cierto, esto jamás aceptarán los españoles por una simple y biológica razón de que la única muela que puede doler es la propia.No existe mayor dolor que el propio, puesto que el ajeno es siempre figurado, simulado, distante. Pura imaginación. Al español convencido de que el franquismo ha sido una horrenda pesadilla de palo y tentetieso, no le cabe en la cabeza que Franco era una monja clarisa comprado con Stalin. Y si no le cabe en la cabeza, lo político es no compararlos porque las comparaciones -como decían nuestras abuelas- son odiosas. Y más si se compara con metros de alambres de púas y el peso de grilletes. No hay grillete mayor que el que lastima mi tobillo.Libertad Digital – Madrid