Los límites morales del poder

RENZORenzo AbruzzeseSin duda, el escándalo que agobia al Gobierno de Evo Morales es el peor que tiene que afrontar de manera seria y sistemática desde el inicio de su gestión. Se produce en un momento en que el conjunto de regímenes de corte populista ha hecho crisis y, en términos generales, todo indica que la marea populista está en retirada. Ese es el escenario de fondo que hizo posible la crisis nacional y que no habría que perder de vista.Lo primero que resalta del complejo conjunto de factores en juego en el caso boliviano es que se presenta como la resultante de una sumatoria de eventos marcados por la corrupción, el abuso de poder y una proporción extremadamente baja de honestidad con el pueblo. Es posible que cualquier otra denuncia al margen de la que involucra a la señora Zapata y al presidente hubiera desatado un tsunami de las mismas proporciones.El escándalo del Fondo Indígena instaló en la opinión pública la percepción de que la voracidad de los nuevos detentadores del poder (o, por lo menos, de muchos de ellos) había incursionado a lo largo y ancho del aparato del Estado, en todos los lugares, en todas las instituciones, y que empezábamos a ver solo la punta del ovillo; se sumó la anecdótica historia personal del presidente, que no es de incumbencia pública, pero sirvió para desatar el filón emocional de la sociedad; no solo era corrupción simple y llana, era además una transgresión a los valores más sagrados de la cultura boliviana: la familia, la pareja, el hijo.De pronto las redes sociales parecían señalar que el régimen del MAS había alcanzado sus propios límites de resistencia a la transgresión y que era absolutamente legítimo preguntarse cuánta corrupción puede soportar un Estado, y en correlato, cuánto de corrupción estatal puede aguantar una sociedad moderna. Lo sucedido en Bolivia, Argentina, Venezuela y Brasil sugiere que tiene un límite y que ese límite está determinado por la moral de un pueblo, por los criterios éticos que lo rigen y que, además, no pueden vetarse, enjuiciarse, encarcelarse, amordazarse y menos eliminarse. El poder encontró, con la crisis que atraviesa el Gobierno, la línea divisoria entre lo que es capaz de soportar un pueblo y lo que puede, con certeza, volcarlo contra la corrupción, la inmoralidad y la soberbia.El Deber – Santa Cruz