Wálter Chávez: Un personaje de novela

FERMOLFernando MolinaEgocéntrico, malicioso, excéntrico, siempre militó bajo una bandera: la de Maquiavelo. Tenía vocación de eminencia gris. Y es que algunos aman el poder de hacer, otros el de regir el pensamiento; otros, finalmente, el de comprar cosas y personas. Chávez amaba el poder de manipular y de desnudar. Como a Nietzsche, le gustaba derribar ídolos. Como Beria, quería ver a los grandes y a los importantes chapoteando en el fango. No era un esclavo de otros, tampoco de eso que llamamos escrúpulos. Era libre en un sentido algo demoníaco.Se vendía al mejor postor, pero el mejor postor era siempre él. Si algunos gustan de animar a otros a crear o ayudar, él disfrutaba auspiciado la destrucción. Era el superhombre: un agente de la frivolidad política situada más allá del bien o el mal. No es que si le fallaban unos principios tuviera otros, sino que sus principios no pertenecían al mundo normal. En su mundo, ser cabrón era virtuoso. Siempre sabía con qué herir profundamente a una persona. Rara vez se resistía a hacerlo. Amaba más a los perros y los gallos que a la gente. Le gustaba ganar dinero sin sacrificio, pero podía vivir con dos pesos.Era físicamente cobarde, pero de un valor suicida a la hora de prescindir de la opinión de los demás. Era izquierdista, pero por odio a la burguesía que menospreciaba antes que por algún conocimiento de la ideología que apreciaba. No sabía nada de marxismo. No admiraba al Che, porque era un perdedor. Fue un romántico, implacable con la miseria de los demás y de la sociedad. Radicalmente inadaptado a la vida, de muchacho tuvo dos opciones: pegarse un tiro o ir a la guerra. Puesto que no lo movía la convicción, sino el odio, en la guerra se hizo mercenario. Peleó contra todos, para subrayar que no peleaba por nadie más que por él mismo.Solo tenía una debilidad: la bautade. Era capaz de inmolarse por la oportunidad de decir y publicar una frase ingeniosa. Tal era su vanidad de hombre sin atributos físicos ni elegancia. Fue todo menos una persona ordinaria o mediocre.Primero fue mi amigo, luego mi enemigo (una de las dos personas que he odiado en la vida), luego me desentendí de él, finalmente di con pensarlo como el personaje de novela que había leído. Hablo de él como de Corso, el personaje de Pérez Reverte (El Club Dumas) con el que Chávez se identificaba. Por supuesto, no deseo que le pase nada malo.