Bob Marley: una novela de violencia

Entre Jasón y los Argonautas, el Vellocino de Oro y Hércules y el intento de asesinato de Bob Marley del 3 de diciembre de 1976, cuando siete hombres armados con fusiles automáticos entraron en su mansión en Jamaica, hay un mucha distancia. Aquel 3 de diciembre, Marlon James estaba, sin duda, más cerca de sus tres mitos griegos favoritos que de Marley. Acababa de cumplir seis años, y vivía en un barrio de clase media-alta en Kingston, la capital de Jamaica, totalmente blindado de la violencia política que había puesto al país al borde de la guerra civil.

James leía los cómics que compraba su padre, que era abogado, y luego dibujaba en ellos, y en los libros que había por casa, inspirándose en las novelas de su madre, que era detective. También se fijaba en una enciclopedia que ella tenía, en tres volúmenes, llena de referencias a la mitología griega.

«Dejaban los libros por casa, yo los leía, y dibujaba en ellos. Nunca me dijeron que no lo hiciera», declara en su soleado apartamento en Minneapolis, entre plantas, libros y cantidades enormes de discos y ejemplares sueltos de la revista Men’s Fitness, que enseña, como su nombre sugiere, cómo esculpir un buen cuerpo. Un cartel pegado a la puerta del portal del bloque declara: «Prohibidas las armas dentro del edificio». Mujeres somalíes (Minneapolis es la mayor fuente de reclutas en EEUU para los grupos terroristas Al Shabab y Estado Islámico) pasean junto a blancos pobres, negros estadounidenses e inmigrantes latinos por el hall de la entrada, que tiene un restaurante de comida rápida y está conectado a un hospital. Dos coches de policía con todas las luces encendidas están aparcados junto a la entrada del edificio.



Es como si James, sin quererlo, se hubiera acercado al mundo real de su Jamaica natal en el que Marley escapó vivo de milagro en 1976 mientras él dibujaba cómics basados en mitos griegos. El intento de asesinato es el arranque de la tercera novela de James,Breve historia de siete asesinatos (Malpaso), que le ha convertido en el segundo escritor del Caribe -tras V.S. Naipaul, que lo obtuvo en 1971- en ganar el Premio Booker, el galardón más importante de novela en Gran Bretaña. El libro es una novela coral en la que caben desde agentes de la CIA hasta el camello de Keith Richards, y que se desarrolla en Jamaica y Estados Unidos a lo largo de dos décadas y 800 páginas en las que caben muchísimos más de siete asesinatos, todo entrelazado por lo que el crítico literario del New York Times ha calificado como «un talento prodigioso».

Siempre le preguntan por su fascinación por la violencia. Pero más que violencia, lo que parece que le atrae es la crueldad.
Me interesa en un sentido muy de la novela victoriana del siglo XIX: porque eso es lo que hace a la novela interesante. Quiero que los malos hagan cosas horribles a la gente, y ver cómo la gente sale de esas situaciones. Eso hace a los héroes más heroicos. Pero también es verdad que me fascinan las cosas terribles que las personas se hacen unas a otras, el lado oscuro de las personas, aunque esta novela es la menos cruel de las tres que he escrito. El problema es caer en un exceso de crueldad.

¿En lo morboso?
Lo morboso puede funcionar. El problema es caer en cierta pornografía que haga insensible al público. Si estas todo el día viendo porno te haces insensible. Y lo mismo pasa con la violencia. Es interesante que el Estado Islámico haga vídeos de reclutamiento basados en videojuegos, porque genera la impresión de que puedes matar sin que haya consecuencias. Pero eso no es así. Una muerte no se desvanece.

Como usted dice en Breve historia, «los muertos hablan».
Claro.

Hablando de violencia, ¿cómo es tener a una madre detective?
Nunca se traía trabajo a casa. De hecho, mi hermano y yo seguimos sin saber si tenía pistola, aunque yo creo que no. Mi infancia fue muy normal. Pero lo que sí que aprendí de ella es la importancia de observar, la idea de que hay que observar a alguien o a algo durante años para descubrir cómo es. Eso pasa en los personajes de mis novelas. Hay un nivel superficial. Y otro más profundo: qué quieren los personajes, cuáles son las motivaciones que están detrás de lo que quieren, qué pasa cuando consiguen lo que quieren y cuando no lo consiguen… Escribir una novela es como ser detective: tienes que resolver misterios. Y como lector, también tienes que resolver misterios.

En una novela coral, como ésta, ¿tiene la psicología de todos ellos clara cuando se pones a escribir?
De algunos sí, pero no de todos. Los voy descubriendo a medida que escribo.

¿Tienen su propia vida?
Sí. Se convierten en gente, y la gente te sorprende, te decepciona… Dos tercios de lo que escribo en mis libros son cosas que no sabía que iba a escribir, que no había planeado, cuando empecé a redactarlos. No me siento seguro escribiendo hasta que los personajes se adueñan de mis novelas.

Pero usted no empieza a escribir hasta que se ha documentado durante uno o dos años y lo tiene todo muy claro.
Ésa es la paradoja. Necesito tener el argumento,. Y luego mis personajes lo revientan. Mi segunda novela [The book of night women] no iba a ser esa novela. Se iba a desarrollar en un pueblo en 1836, no en una plantación en 1801. La protagonista no iba a ser una esclava, y de hecho ese personaje apenas iba a aparecer en un capítulo, y con otro personaje hablando de ella. Y eso se acabó transformando en una novela de 700 páginas. Cada libro que escribo me enseña a escribir el siguiente. El primero [John Crow’s devil], me hizo escribir el segundo en dialecto. Y el segundo me hizo que escribiera Breve historia de siete asesinatos, que es un libro en el que rompo la estructura clásica de una novela. En vez de hacer algo lineal, con una exposición, un nudo y una resolución, fracturo la narración, porque pongo muchas voces diferentes. Así es como voy tomando cada vez más riesgos, y superando el miedo.

¿Miedo a qué?
A que a mi editor o al público no les guste lo que escribo. Se trata de ir ganando confianza. Hace 10 años no habría sido capaz de escribir Breve historia de siete asesinatos.

James no es ajeno al miedo al rechazo. Un año después del intento de asesinato de Marley, en 1977, se dio cuenta de que era homosexual. «A esa edad, no significaba nada. Era como ser uno de los personajes de X-Men«, dice, en referencia a los superhéroes del cómic: medio humanos, medio mutantes, con habilidades con las que ninguna persona podría soñar. Pero en los ochenta las cosas empezaron a cambiar. La sexualidad de James chocó en la sociedad jamaicana, entonces marcada por la homofobia. Las cosas han cambiadopero aún hay gente que, como él dice, cuelga en su ‘Muro’ de Facebook frases del estilo «¿Pero qué hace este maricón escribiendo de Bob Marley?»Llegó «el miedo a ser diferente, al ostracismo, al rechazo, a estar ‘mal hecho’, a ser marginado». Empezó a viajar a Estados Unidos, y su identidad se complicó. ¿Era africano, caribeño, jamaicano, afroamericano, o, simplemente, negro? Las tensiones raciales-entre minorías y blancos, pero también entre negros de EEUU y negros inmigrantes-le atraparon. Hasta pasados los cuarenta, James no acabó de estar del todo a gusto en su piel, en su sexualidad, y en su identidad.

Dependiendo de los artículos que usted escribe, parece que se ve a sí mismo negro, afroamericano, jamaicano, o, simplemente, escritor, dependiendo del día.
Soy todo eso. Y solo soy un escritor. No son cosas que sean autoexcluyentes. Soy un escritor negro, pero también disfruto cuando creo personajes blancos. El hecho de que sea negro y de que reclame mi negritud no tiene nada que ver con las historias que escribo. Pero hay mucha gente que no lo ve así, que cree que por ser negro tienes que escribir sobre cosas de negros. Es su problema. Yo no puedo comprometer mi condición de escritor por eso. Si un escritor blanco quiere escribir de sagas nórdicas, nadie dice que tiene que haber un componente autobiográfico en eso. Pero si es asiático, negro o latino, sí.