El cuartel no es visto como una solución para las pandillas urbanas

Pablo Ortiz – [email protected], educadores y expandilleros creen que puede agravar el problema. Ven que las Fuerzas Armadas no están preparadas para recibir a los jóvenes. Plantean mejorar la educación y, sobre todo, dar oportunidades en los barrios

en la poza de san joaquín los sueños de cruz santa es que se vuelva un nuevo parque el arenal Este grupo de jóvenes dejaron la pandilla BDR Bola 8 para formar un grupo de hip hop

La poza del barrio San Joaquín es un ojo de agua irritado por restos de basura. Está escondida entre las calles del noveno anillo de la zona norte de la ciudad. Ahí, bajo la sombra de un árbol, sentado en el tanque de una taza de baño que alguien abandonó en la orilla, Carlos Alberto, beatbox de Cruz Santa, filosofa: “Son hartos muchachos puej los que están en las pandillas. Son hartos, pa’ qué. Si los meten al cuartel, de allá van a salir uno experto, más perfeccionado, con más experiencia en armas, en batallas, pero con el rencor ahí adentro”.

Hace tres años, la decena de muchachos que hoy se reúnen a rapear al borde de la poza eran parte de la Bola 8 BDR, una de las pandillas más grandes de Santa Cruz, y supieron salirse de ella para formar Cruz Santa, una crew de hip hop que espera firmar en estos días su primer contrato profesional para presentarse el 1 de mayo en Cochabamba.Para ellos, la opción del cuartel para los pandilleros es un error. Creen que agravará el problema, que después de estar recluidos volverán a las calles y enseñarán tácticas militares a las pandillas y que el ejercicio físico no exorcizará el rencor que los chicos de los barrios periféricos llevan dentro.La decisión, sin embargo, ya está tomada. Surgió como una idea a principios de semana en la VI Cumbre de Seguridad Ciudadana y para el jueves ya estaba asumida por el Alto Mando Militar. Lo único que falta es saber desde qué edad los jóvenes con problemas de pandilla podrán ser recluidos en el servicio militar.“Yo no nací para estar encerrado en un lugar y que alguien me esté mandando y diciéndome qué tengo que hacer. Siempre fui Kevin y no me gustan ni los apodos. Ahora me siento bien fuera de las pandillas, haciendo música”, cuenta otro Cruz Santa.RazonamientosSegún datos del Ministerio de Gobierno, en todo el país existen 269 pandillas con 7.731 miembros. De esas, 69 están en Santa Cruz. La cifra parece conservadora. En 2009, la Fundación Sepa realizó un estudio en Santa Cruz y contó 170 grupos pandilleros con 6.663 miembros, distribuidos en todos los distritos de la ciudad.Algunas pandillas, una docena, eran multidistritales y estaban metidas en actividades ilícitas que pueden derivar en crimen organizado. Migración, pobreza, desigualdad y deserción escolar eran su caldo de cultivo. Además, en cada uno de los distritos, la cantidad de bares, discotecas y lugares de expendio de bebidas alcohólicas siempre era mayor a la cantidad de campos deportivos, establecimientos educativos y religiosos. La mayoría no contaba con una licencia de funcionamiento. Ese panorama general no se ha modificado.Muchos de estos jóvenes que crecen entre pandillas, rocolas y karaokes, comete delitos y termina en manos de Mario Mazzoleni, director del centro Fortaleza, el más antiguo lugar de detención de adolescentes en conflicto con la ley. Cuando se le consulta si la solución para las pandillas es mandar a los jóvenes al cuartel, Mazzoleni no duda: “No es la solución -dice-. La Solución es a través de la educación, de dar oportunidades y crear actividades educativas en los barrios. Esta propuesta no es una solución positiva ni para los chicos ni para los militares”.Mazzoleni explica que ni los pandilleros ni los militares se han elegido mutuamente, que cuando los jóvenes con problemas de conducta y adicciones se nieguen a realizar alguna actividad, pueden ser víctimas de violaciones de derechos a través de violencia física o sicológica. “Los jóvenes no son el problema de la sociedad -añade-, la corrupción y el narcotráfico que alientan a los jóvenes a las pandillas sí lo son”.Miguel Ángel Tórrez, un educador que trabaja en la Fundación Vive, que trata con menores de edad en situación de calle, sí cree que el cuartel puede ayudar. Él mismo quiso ser militar hace 30 años y cree que los uniformados de hoy no son los mismos que los de hace décadas, que les pueden inculcar autoestima, enseñarles alguna profesión técnica, nivelarlos en matemática y física y acompañarlos. Eso sí, para lograrlo, Tórrez cree que las FFAA deberían crear un programa terapéutico (por las adicciones) y un programa de acompañamiento para cuando los jóvenes dejen los cuarteles. Hasta el momento, ningún funcionario gubernamental ha dicho algo al respecto.El pedagogo Álvaro Puente tiene claro que el Ejército no es el ámbito adecuado para manejar estos problemas y que tampoco el encierro, el control y la vigilancia son métodos educativos. Mazzoleni se suma a la exhortación. “El cuartel no es una rutina educativa que se aplica con respeto ni con amor. Son órdenes, disciplina y nada más”. Puente añade que hay que ofrecer actividades extraordinarias en los barrios, hay que atender a los barrios a nivel humano.El problema en casa“En las pandillas hay que ganarse el respeto siendo rudo. El hip-hop es paz, unión y amistad. Todos somos hermanos”, dice Chino Parche, el único de los Cruz Santa que hizo la premilitar. Allí, en el cuartel, aprendió el amor a la patria, a la tierra y a la bandera. No mucho más. Cuando terminó la ‘premi’, la calle, la poza y la pandilla, aún estaban allí, intactas. “El problema es la incomprensión familiar”, dice Neys, otro MC de Cruz Santa, y desata algo en Carlos Alberto. “La mayoría de los muchachos que buscan las pandillas es porque no tienen quién los controle en sus casas. El egoísmo de los padres -y de las madres también- hacen que busquen otra pareja, que se separen.Los niños quedan ahí -dice el mayor de los Cruz Santa-, ellos hacen sus vidas y no les importa los niños. A los 10 y 12 años los niños ya saben, buscan a un amigo, nace la camaradería, se dan la mano y ahí comienza la pandilla. Si uno no tiene para comer, el otro le pasa. La pandilla reemplaza a la familia. Ahí hay apoyo y amistad, pero es el egoísmo de los padres el que nos lleva a encerrarnos en ese mundo”.Ese egoísmo tiene cifras en el aula de Mirna Yucra. Hasta un tercio de sus alumnos de secundaria en un colegio de la Pampa de la Isla vive solo y trabaja por las tardes para ganarse el pan, el techo y el derecho a estudiar. Ella, además de profesora, tiene un título en Sociología y ha visto cómo cada año el interés de sus alumnos en hacer el servicio militar se desvanece. Ya no los atrae ni la ‘premi’.En su opinión, en los barrios, lo que se necesitan son oportunidades. Para ella, cada chico tiene un potencial enorme y hay que descubrirlo y alentarlo. Asegura que sus alumnos tienen ideas impresionantes de empresas, pero pocas oportunidades de hacerlas realidad. En todo caso, en su opinión, más que un servicio militar, a los jóvenes de las pandillas podría servirles un servicio civil, a la sociedad, a su barrio. Ella imagina programas de construcción y limpieza de áreas verdes acompañados de enseñanzas, lejos de las armas y la instrucción militar que los puede hacer mucho más hábiles para delinquir.Los Cruz Santa sueñan con lo mismo. En este ojo de agua irritado del San Joaquín, los raperos ven un futuro parque El Arenal, con un centro cultural emergiendo del barbecho. Sueñan con un estudio de grabación dónde registrar sus canciones y con concursos de rap interbarriales. La realidad, como todo en el noveno anillo, es yerma, cruel, baldíaFuente: eldeber.com.bo