De los Marqueses al Clan Family: Por el sendero de las Maras

   Por Coco CubaLa Paz, 17 abr (ABI).- Qué importa si fue Vallejos, Rubín de Celis, Soria Galvarro o Pérez el que, preso de ira asesina se metió en los salones del CENAFI, en las tradicionales calles paceñas Loayza y Ballivián, aquella noche de carnestolendas de mediados de febrero de 1972 y enterró 16 veces la daga que atenazaba en la mano derecha en el cuerpo de Mirian Marqués, hasta darle muerte.Unos dicen que fugó a Estados Unidos, otros que se escapó a Lima o Buenos Aires, después de apuñalar también a Freddy, el tercero y único sobreviniente de los hermanos «marqueses», que terminó en una sala de terapia intensiva con 5 tajos en la espalda.En el país en que nunca se conocerá a quién hirió en el brazo, casi de muerte, al bolivianista más grande nacido en Venezuela, Antonio José de Sucre, allá por 1829, o a quién gatillo el plomo que segó la vida del ingeniero de origen polaco Jorge Zalesky, que acabó de un disparo el mayor proyecto para fundir metales en Bolivia en los años «40, o quién asesinó al líder de la Falange Socialista Boliviana Oscar Unzaga el 19 de abril de 1959, o, más tarde, con precisión, quién mató al más alto de los dirigentes socialistas del siglo XX boliviano, Marcelo Quiroga Santa Cruz, lo importante es que esa noche de 1972 se produjo una ruptura en la sociedad de La Paz, un quiebre sensible, doloroso.Ese hombre, miembro de los Tigres, de San Pedro, que se ha metido en las sombras de la noche para siempre y de quien ya muy poco se acuerdan, terminó de desenfundar el malforme fenómeno de las pandillas en Bolivia, porque, en esa línea, La Paz equivale al resto del país.Una década antes que oficiales de Policía asaltaran el carro de caudales en Calamarca, en el camino de vincula La Paz y Oruro, los Marqueses, que llegaron a agrupar a más de 1.000 imberbes a principios de los «70, pasaron de «la joda de barrio» al crimen organizado en un tris, tanto así que las dictaduras militares siguientes que rigieron Bolivia los emplearon para patear el culo de los universitarios y jóvenes progresistas de entonces -afines al castrismo cubano y admiradores en el verbo, la música y la cultura del comandante rebelde Ernesto Che Guevara-  que se oponían a que los jefes de uniforme del país cierren los centros de estudios superiores rentados por el Estado.Hasta el momento en que ese hombre se metió en los salones del CENAFI y mató sin parpadear a Mirian Marqués, alta, altísima, para la generación de los «60 y «70, siempre vestida con telas brillosas ajustadas a sus muslos y glúteos prominentes, medias a go -go y minifalda al ombligo, para convertirla en el tiempo póstumo en líder de las chicas malas y símbolo sexual, los jóvenes de aquella época se fajaban a puñetes y patadas, previamente convenidas, solo por defender la divisa de sus pendones barriales o grupales.Esa noche de sombras tenebrosas los grupos y cuerdas de amigos se dieron de bruces con que habían despertado un monstro erguido, como en la mitología griega, del fondo de las aguas del Mar Egeo, enorme, impío, inmisericorde y, lo peor, asesino: las pandillas.Para defenderse unos de otros -los Marqueces utilizaban cadenas para dirimir a su favor las peleas grupales- los grupos de barrio formaron grupos de choque, que se contaminaron con los de mayores propensiones al crimen.Así, en la pacata La Paz, donde se escuchaba discurrir una cafetera de colectivo 16 cada 20 minutos o donde las doñas que limpiaban temprano las aceras de sus casas arropaban a los infaltables «borrachitos», aparecieron como hongos los 508, los Locos del Parque, los Tigres, los Calambeques, los Caidos (no Caídos) y muchos otros grupículos de los que creían que la violencia se atenúa con más violencia.En esa La Paz escindida de la televisión y prendida del radio, que escuchaba el Informal con Raúl Salmón, mucho antes de la comunicación global,  en que se oía de asaltos como de  la muerte de un obispo y que un amigo decía al otro que el coche de éste permanecía indemne en una calle hacía días, en que los robos eran noticiones por poco frecuentes, en que las fiestas juveniles comenzaban empunto las 5 y terminaban apenas pasadas las 8, sin que ninguno de los animados concurrentes haya bebido una gota del alcohol, cada barrio contaba, para bien o para mal, con una pandilla de éstas, algunas motorizadas e intimidantes como los Marqueses, muchos que cuyos miembros prominentes se hallan 10 m bajo tierra hace ya décadas; los más, enfermos mientras pagan la factura de las excentricidades y extremos del trago, cigarrillo y otras yerbas aspiradas y, los menos, mucho menos, caminan las calles para contar a quien quisiera escucharlos cómo se salvaron al retirarse a tiempo «de la joda» de aquellos años agitados y locos.A mediados de febrero último una cámara de seguridad registró a unos jóvenes tomándose, como por entrenamiento y para divertirse, una calle de La Paz de noche y dar una paliza a una pareja de tortolitos. La idea era quitarles algo de sus pertenencias pero también, por sobre todo, pegarles.El hombre recibió una cuera y pudo librarse de ella al poner pies en polvorosa. La mujer, una chiquilla de 18 años, bizarra a todas luces, se enfrentó a los pandilleros. Lo peor es que entre los componentes de la plana mayor del Clan Family se hallaron a dos chicas, Yéssica Suaznábar Portillo y Diviana Alejandra Peredo.Ellas como sus pares pandilleros, Adrián Gabriel Villafán y Yamil Andrés Chipana, golpearon sin piedad a la muchacha.Azorado, el país, 0,3% de cuya población consume drogas, según datos de la Organización Mundial de la Salud, y que en las últimas décadas ha visto impotente y también indiferente la efusión de la criminalidad desde los vertederos del consumo de bebidas alcohólicas, el uso no regulado de las armas de fuego, y la drogadicción, vio cómo Villafane y Chipana pateaban, cual pusilánimes, en el piso a muchacha.A ella le quebraron el brazo y también a él.Bolivia se ha puesto en 45 años en el mismo trance que le gatilló, a comienzos de 1972, el fenómeno del pandillaje, incubado en  grupos y cuerdas de amigos, patente ahora en el ominoso Clan Family, grupículo liderado por jóvenes vagabundos que son sostenidos por sus padres, incluso para librarlos de la socialización que implica la cárcel.En un país en que se ha detectado ya una proclividad al uso de armas de fuego y dueño de una tasa de homicidios menor respecto del tamaño de su población, 10,8 por cada 100.000 habitantes, más alta sin embargo que Perú, Ecuador, Argentina y Chile y por debajo de Honduras, El Salvador, Venezuela, Guatemala, Colombia y Brasil, el Clan Family, formado en la mayor de los casos por adolescentes sin brújula moral y alucinados por la filmografía occidental de la materia, vino a disparar las alarmas.Las redes sociales viralizaron la agresión y la Policía no tuvo otra que salir a cazarlos en sus guaridas.»En Bolivia hay una percepción de inseguridad ciudadana vinculada a las pandillas mucho mayor que a la de otros países», afirmó el ministro de Gobierno, Carlos Romero, en la reciente Cumbre sobre Inseguridad Ciudadana a principios de la semana pasada en La Paz.Mientras el criminólogo Gustavo Camacho piensa que la matriz del problema es «el destete sicológico»; es decir el problegómeno que estriba en los sótanos de una adolescencia muy espinada y empinada también en el momento de la separación de los padres y la familia y la búsqueda de líderes barriales, Romero ha puesto los catalejos en el «problema de las pandillas que merece una atención especial en nuestro caso».Es que al ominoso Clan Family, convertido en una caja de Pandora, le han hallado vinculaciones con tratantes de blancas, droga y varias formas de delito organizado.Villafane que, enmanilllado y filmado en vivo, se dio el lujo de agredir de palabra al mismísimo Romero en plena presentación pública del criminal, y especialmente Suasnábar, cuyo hermano, el Borolas, sentenciado por asesinato, fue puesto en libertad en menos de un año y se escapó a España,  se las traen en firme en un país  en que se han registrado 31.200 casos de violencia doméstica en 2105 y 11.778 casos de delitos contra la propiedad ese mismo año.En los linderos de que el fenómeno boliviano de las pandillas comience a transitar por el camino de las temidas Maras centroamericanas, que obvian incluso al Estado, y hasta superan su fuerza legítima, Camacho, uno de los más entendidos en la materia recomienda, en la línea del presidente Evo Morales, generar más y mejores espacios de recreación.Profesor de la materia de Criminología en la universidad pública de La Paz, Camacho urge «crear sistemas de control familiar» y propiamente al Estado «controlar las actividades de recreación» pública.Se trata de sistemas de control familiar. «El padre, la madre son los más responsables pero, paradójicamente, los últimos que saben lo que hacen de malo sus hijos. Por lo tanto deben tejerse redes de información cruzada, de familia a familia» insta.Y al Estado, controlar las fiestas y propiciar el despliegue de más deportes.En lo que respecta al Estado, «hay que crear mejores actividades de recreación, contralando  el esparcimiento y también el Estado debe participar en la recreación de toda naturaleza de actividades deportivas», afirmó en declaraciones telefónicas a la ABI.Los brotes de criminalidad en Bolivia han sido contenidos en alguna pequeña forma  por las 11.000 cámaras de vigilancia instalas en las calles del país que, a su vez, ha conocido 6.500 denuncias de delitos contra las personas el año pasado, cuando 3.827 vehículos fueron robados de las calles y la Policía anotó 1.903 delitos contra la vida de las personas.En la VI Cumbre de Seguridad Ciudadana se presentó el pasado lunes  un proyecto de ley para endurecer las penas en los casos de delitos que cometen las pandillas juveniles, según el viceministro de Seguridad Ciudadana, Juan Carlos Aparicio.Al asegurar que en Bolivia se conoce actualmente de 269 pandillas que agrupan a unos 3.000 jóvenes inclinados a la mal vivencia, Romero dijo  que el Clan Family, punta del aisberg de las nuevas formas de crimen en Bolivia, nuclea a «jóvenes, menores de edad que estén involucrados en hechos de mucha violencia física y lo hacen no por una necesidad económica sino una organización de una padilla integrada por diez personas».Morales por su parte ha responsabilizado incluso «al exceso de riqueza», 20 años después de que amigos de los hijos de la embajadora del Estados Unidos en La Paz, Dona Rinac, se divirtieran en las bocacalles paceñas jugando a la ruleta con sus autos, es decir a cualquier cuenta salir disparados sin miras ni compasión y embestir al coche que, inocente y desapercibido, estuviere transitando de bajado o subida por las avenidas de 2 carriles de Obrajes y Calacoto.