Pedro Rivero Mercado hizo de su diario la conciencia de Santa Cruz

 Con el director de EL DEBER muere el testigo de una época, la de los cruceños que transformaron el pueblo en ciudad con el sudor de su frente. Surgió de la pobreza y cuando pudo ayudar no dudó en tender la mano.
Solía pasar unas 10 horas al día en su oficina de EL DEBER. Allí escribía sus obras y los editoriales

Solía pasar unas 10 horas al día en su oficina de EL DEBER. Allí escribía sus obras y los editoriales

PABLO ORTIZ / EL DEBER

Cuando un periodista terminaba de esculpir su nota sobre el papel sábana, comenzaba el ritual. Primero debía arrancar el texto de los rodillos de la máquina de escribir de color negro y después armarse de valor para mostrársela al director. Sentado en su escritorio austero, Pedro Rivero Mercado, detrás de una máquina color verde agua que había perdido la pintura en los extremos del teclado, miraba a través de unos lentes gruesos, de pasta. Tomaba la hoja amarillenta, la leía con atención y luego decía: “Eso que usted escribió no es así. Es de esta manera. Recuérdelo para la próxima”.Pedro Rivero Mercado no corregía, daba lecciones al par de periodistas que trabajaban con él en un periódico moribundo, destinado a ser comido por un monstruo que se llamaba El Mundo. Ante la fuerza del matutino, fundado por los empresarios privados ya habían claudicado El País, La Crónica y Progreso, los tres diarios artesanales que competían con EL DEBER. Las cuentas estaban en rojo, los anunciantes preferían el color de la rotativa de El Mundo al negro mortuorio de EL DEBER.Pero Pedro Rivero Mercado era terco. Quemaba su vista revisando una a una las notas que se publicarían al día siguiente, incluido los necrológicos. A veces, también, tenía que escribir el horóscopo. Eso sí, sabiendo que es más fácil ver la paja en el texto ajeno que la viga en el propio, no publicaba un solo editorial sin que Luis Antelo, su amigo y corrector, lo leyera antes.Así era Pedro Rivero Mercado, el segundo de los cinco hijos de Guillermo Rivero Arriaza y Blanca Elena Mercado; el niño que se crio entre los barrios San Roque y San Francisco; el buen alumno de la escuela Obispo Santistevan que quedó huérfano a los 11 años, cuando su padre, el diputado de la Convención de 1938, no se pudo recuperar de la afección que lo siguió desde La Paz. Así era el adolescente Pedro Rivero Mercado, fundador del satírico El Tijeretazo en el Nacional Florido, el enamorado de Rosa Jordán, a la que le escribía poemas antes de salir bachiller, en 1950, y le mandaba cartas infinitas en su año de ‘exilio’ en Cochabamba, cuando trató de estudiar Medicina.Era el mismo Pedro Rivero Mercado al que Rosa le dio el sí un 21 de febrero de 1953 y que trabajaba como maestro en la escuela nocturna mientras estudiaba Derecho en la Universidad Gabriel René Moreno. Fue el mismo hombre que trabajó en EL DEBER, en 1953; que fue reportero y luego jefe de redacción en Progreso, en 1961; el que fundó y dirigió con otros jóvenes el Diario del Oriente, en 1965, y el que refundó, mantuvo e hizo grande a EL DEBER en su segunda época.También, Pedro Rivero Mercado era el hombre adulto, padre de cinco hijos, que estaba pensando muy en serio aceptar una propuesta que los empresarios creían que no podía rechazar: convertir a EL DEBER en un vespertino, a cambio que El Mundo se lo imprimiese. Sus problemas económicos desaparecerían al mismo tiempo que su independencia.“Rosa me dijo que no lo aceptara, que no los iba a aguantar ni un mes. Ahí solicitamos un crédito a un banco muy cruceño y nos lo negaron porque ellos eran accionistas de El Mundo. Fue el Banco de Cochabamba que nos hizo el préstamo a sola firma.Desde ese momento hice un trato con Rosa: nunca enterarme de la situación económica del periódico”, contó sentado en un sillón de cuero en una oficina amplia, en la que había un escritorio tan grande como una mesa familiar, en la que no había un solo centímetro cuadrado libre de papeles, libros o fotos familiares.Era marzo de 2000 y EL DEBER era ya un monstruo con 300 trabajadores. Él ya era un mecenas laureado, un escritor de poemas y estaba a punto de convertirse en novelista, pero no había roto su trato con Rosa, todavía no sabía cuál era la situación económica de su empresa. De eso, de cuidar el dinero, se encargaban las mujeres de la familia, mientras que los varones cuidaban la redacción.Un innovadorRosa Jordán supo leer a Pedro Rivero Mercado incluso antes de casarse con él. Por eso sabía que no servía para médico, que lo suyo eran las letras. “En el colegio ganaba concursos de poemas, dirigía periódicos, me dedicaba poesías. Por eso creo que él escogió bien su profesión, que hizo bien al estudiar Derecho y dedicarse al periodismo”, contó.Pedro Rivero Mercado nunca le escapó al trabajo.Así lo recuerda su hermano Marcelo, su yunta en una niñez difícil en la que no bastaba con ir a hacer las compras, sino también había que cocinar para toda la familia, una herejía en la sociedad machista de la primera mitad del siglo XX.Cuando comenzó a dirigir EL DEBER, Pedro Rivero Mercado combinaba su negocio con otros tres trabajos: era secretario de la Federación Médica, funcionario de la Cámara Junior y secretario privado de Ramón Darío Gutiérrez, fundador de San Aurelio y el hombre más acaudalado de Santa Cruz por ese entonces. Lo recuerda Elvio Montero, su fotógrafo y escudero de esas andanzas. “Comenzaba a trabajar a los cinco de la mañana para don Ramón Darío Gutiérrez, un viejo frega’o, pero lindo. A las diez ya estaba en EL DEBER, que funcionaba en la esquina de la Bolívar y Beni”.Elvio lo describe como un tipo estricto, “como debe ser todo hombre que quiera triunfar en la vida” y fue testigo del nacimiento de Sociales. Eran épocas de vacas flacas. La publicidad se escurría hacia El Mundo y Pedro Rivero Mercado decidió festejar su cumpleaños. Organizó un almuerzo en el jardín botánico e invitó a toda la sociedad cruceña de ese tiempo, a sus amigos. No faltó nadie.Elvio Montero fotografió a cada grupo de gente y al día siguiente se publicó una página solo de fotografías con un montón de pequeños rostros en cada una de ellas. El periódico comenzó a venderse más y las páginas de Sociales se convirtieron en dos, luego en cuatro y después en ocho. También Elvio Montero fue testigo cómo Pedro Rivero Mercado aprovechó la euforia de los juegos Odesur de 1978 para una nueva sección, Deportes. La dirigiría su hijo, Pedro Fernando (Choco), que acababa de volver de estudiar de Argentina.A cargo de la redacción ya estaba Willy (Guillermo), su primogénito, que junto a Jorge Arancibia eran encargados de cazar noticias. En Sociales quedó María del Rosario (China), la mayor de sus hijas, mientras Sonia (Negra) vivía colgada del teléfono, hablando con gerentes de empresas que preferían publicar en El Mundo, para convencerlos de apostar por EL DEBER. Juan Carlos (Cacho), el surrapo, todavía era un alumno del colegio Marista y pronto partiría a EEUU para graduarse de ingeniero. Ni así fugaría del negocio familiar. Volvió en los 90 y comandó las transformaciones del diario tradicional a uno acorde con el fin de siglo.Ya para ese momento Pedro Rivero Mercado era parte de la historia. EL DEBER no era un periódico que se editaba en dos cuartos, sino en un edificio de cinco pisos. Ahí sintió que era momento de devolver. Financió discos, compró cuadros, construyó y equipó bibliotecas en barrios cruceños y de El Alto, editó libros ajenos y aceptó ser embajador de Bolivia en la Unesco. Fue a principios de siglo y se sentía en la necesidad de mostrar Bolivia en París. Quería llevarse el Carnaval de Oruro, una diablada a las calles de la vieja capital del mundo. Cuando las fraternidades no se pusieron de acuerdo, decidió llevarse a Santa Cruz a la Unesco.Primero dejó escuchar las cuerdas de Piraí Vaca, luego dejó ver las obras colorinchis de Ejti Stih y Mamani Mamani. Invitó un bufé de majadito intercultural, con charque de llama, y a las cenas se ‘colaban’ los mendigos de la ciudad luz. La Quincena de Bolivia en París terminó mostrando que Bolivia tenía alta costura con las creaciones de Tery y Keni Gutiérrez desfiladas por Las Magníficas al son de la música misional encarnada en la Orquesta y Coro de Urubichá. Los jóvenes guarayos le tenían una sorpresa.Cuando acabó la música solemne, sumaron un tambor chiquitano a los instrumentos europeos y sonó ¡Ay!, Surazo, el carnaval de Percy Ávila y a Pedro Rivero Mercado le picaron los pies. Abandonó la solemnidad, recordó la fiesta del 17 de agosto de 1948 en la que enamoró a Rosa Jordán y la invitó a bailar. Allí, en el escenario enorme, tan alto como un edificio de tres pisos, Pedro y Rosa llevaron el Carnaval cruceño a París. Así, solemne e impredecible a la vez, era Pedro Rivero, el hombre que hizo grande al diario que se transformaría en la conciencia de los cruceñosCronología193119 de octubreNació Pedro Rivero Mercado, el segundo de cinco hijos del matrimonio entre Guillermo Rivero Arriaza y Blanca Elena Mercado.194817 de agostoPedro Rivero Mercado conoce a Rosa Jordán Amelunge en un cumpleaños. Solo se separarían un año, cuando Pedro Rivero Jordán se fue a Cochabamba para estudiar Medicina.1950NoviembreSe gradúa como bachiller del Colegio Nacional Florida. Allí dirigía el periódico El Tijeretazo.195321 de febreroSe casa con Rosa Jordán y comienza a estudiar Derecho en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. De su matrimonio nacerían luego Guillermo Edmundo (Willy), Pedro Fernando (Choco), María del Rosario (China), Sonia Teresa (Negra) y Juan Carlos (Cacho).196511 de febreroAsume la dirección de EL DEBER, tarea que lo mantuvo ocupado hasta su muerte, la madrugada del 13 de junio de 2016.1984En versoYa había publicado Una vez al año, pero se lanza en solitario con Las cien mejores poesías de Gustavo Adolfo Baca. Le seguirían Las bienandanzas de un Quijote cruceño (1985), Las tres perfectas solteras (1987), Pataperreando (1988), Por hacer macanas (1990), Más allá del fin de los siglos (1995), Las palomas contra las escopetas (1988).198721 de febreroEl Gobierno de la Nación le impone la máxima condecoración, medalla El Cóndor de Los Andes. Entre más de un centenar de otras distinciones, se destacan: Medalla al Mérito Municipal (1991), Premio periodismo y Cultura (1994), Bandera de Oro del Senado Nacional (1986), Premio Nacional de Cultura 1996 (1996), Premio Nacional de Periodismo (1995). Doctor Honoris Causa de Utepsa (2003) y Grand Prix Humanitaire de France- Medalla de Oro (2004).2000En versoCon el nuevo siglo se estrenó como novelista. Editó Los gorriones del barrio. Tenía 69 años y el temor de no terminar su segunda novela. Escribió cinco más: Que Dios lo tenga donde no estorbe (2003), Empate a tres (2005); El ingenioso hidalgo don Quijote de La Guardia (2007), Retrato de un canalla (2008) y Dos mujeres (2010).