Una ira desbordante

RCORTEZRoger Cortez HurtadoSi lo que transmiten los hombres que encabezan el Estado en nuestro país pudiese contenerse en un solo y único sentimiento, éste es, sin vacilación alguna, una rabia descomunal y estrepitosa.Reconozcamos que la marea de ira se extiende universalmente, hasta casi convertirse en la divisa de la época, reflejándose en el auge de atrocidades, del encumbramiento de personajes a lo Trump y el engorde de las multitudes que los celebran y apoyan. Pero la que manifiestan nuestros gobernantes destaca, inconfundible, con fulgor propio.Se hizo célebre, desde que fueron catapultados al poder, la propensión del máximo jefe, del vice, de algunos de los ministros y otros a estallar en llamas verbales para subrayar su reprobación o desprecio; pero, desde el crepúsculo del 21 de febrero recién pasado, cuando quedó claro que la derrota se había abatido sobre su plan de reelección continua, en cuotas, la furia ha pasado a ser el estado de ánimo dominante, según se filtra en gran parte de sus declaraciones y expresiones públicas.El crecimiento de la indignación palaciega –contra lo que amos y cortesanos juzgan como ingratitud y simple estupidez de esa mayoría que no los respaldó- supera ahora la dimensión de las palabras y se traduce en acciones destinadas a dejar claro su enojo, y asegurar el pavor que tendríamos que sentir todos quienes lo provocamos o avivamos.Para que no quede duda de su humor, han movilizado a un batallón de fiscales y jueces, convenientemente respaldados por ministros, gerentes estatales y sus decisiones administrativas, para caer en picada sobre el objeto de la bronca, y dejarlo mudo de espanto, cuando no para aprehenderlo y sepultarlo en un calabozo.La explosión emocional de los jefes no ha detenido, sin embargo, ni siquiera el estado de efervescencia interna, provocado por la comprobación de que la invulnerabilidad electoral no es absoluta. Los murmullos y cálculos de la atizada tensión interna han obligado a que el Presidente, en persona intervenga directamente, en calidad de profeta de la ley, proclamando la legitimidad de un referendo de desquite, y enfatizando su contrariedad con los que se muestran más cautos.El protagonismo presidencial en esta materia hace astillas la leyenda previa, que trataba de mostrarlo como alguien sometido a la implacable decisión de unas sacras organizaciones sociales que le imponían el sacrificio de buscar la reelección. La verdad se desnuda completamente cuando él aparece como primer abogado de su causa, encabezando a una legión de dirigentes, altos funcionarios, jefes y oficiales que, escudados tras su sombra, tratan de postergar el momento en que deban rendir cuentas por injustificadas contrataciones directas y por excepción, por   abusos, sobreprecios, transferencias de cuentas institucionales a cuentas personales, desfalcos y malversaciones.La táctica de enseñar los dientes y sembrar el pánico no hará renacer la confianza y el crédito perdidos, verdaderos causantes de la caída del 21 de febrero, así como no aplacarán la cadena de protestas. Ha causado más bien una nueva víctima, que era la desfalleciente esperanza en una reforma de la justicia, ahora completamente envilecida en «cumbres”, donde lo único que se empina es la impostura.La decepción colectiva al comprobar que no habrá ningún cambio auténtico en el aparato de subasta, que es la administración de justicia, pasará una factura enorme a la dirigencia política responsable de tal frustración, porque, con mayor o menor claridad, es de conocimiento ampliamente asumido que entregar la selección de jueces al Legislativo y/o el Ejecutivo petrificará la subordinación de la justicia a los poderosos, con o sin elecciones.Los que acaban engañándose, cuando gritan enardecidos que perdieron «por causa de una mentira”, están acelerando las condiciones para que la exhibición de su cólera alimente el crecimiento de una indignación más discreta, pero definitivamente más justa y terrible que se acumula incesante ante la comprobación de que el desesperado designio de mantenerse en el poder opaca, hasta el ahogo, la atención de los principales y reales problemas del país.Página Siete – La Paz