José Luis Bolívar Aparicio*
Me doy cuenta de que son cadáveres, un intenso olor a cal llega como un baho del cielo. Nos acercamos al borde del hoyo, es una masa informe que apelmaza la noche. Están en un trágico abandono, cayeron con los miembros en posiciones absurdas, entiesados en el gesto que les dio la ametralladora o la granada. No ha habido tiempo de enterrarlos, se les ha recogido del campo, desengarzándolos de las alambradas, sacándolos de los zanjones, juntando los miembros dispersos sin saber si corresponde a uno o a varios y se les ha llevado al boquete que abrió Rocholl cerca de Boquerón. En donde todos los cuerpos harán sus postreros movimientos por el talud abajo, hasta el fondo, de donde tal parece que se alzan los brazos, como ramas retorcidas, al cielo. La muerte reciente es desgarradora, quiebra mi ánimo y Rodríguez, aquel estudiante de Encarnación está horrorizado.
¿A los héroes los entierran aquí?
Es el estracto del relato de un oficial paraguayo que ingresó al Fortín Boquerón el 29 de Septiembre de 1932 cuando los hechos fueron distorcionados y las intenciones confundidas, pero como en la matemática, pese a la alteración de los factores, el producto fue y será eternamente el mismo. En Boquerón, durante 21 días, un puñado de hombres bolivianos encabezados por un indómito Tcnl. Marzana iban a escribir en la historia universal, las páginas más gloriosas del heroísmo humano llevado casi al extremo.
La Guerra del Chaco fue un error de concepciones, desde su ideario, hasta su final en 1935. Equivocaciones continuas, muchas de ellas involuntarias pero que cobraron sus facturas, muchas las seguimos pagando, y que en su mayoría fueron pagas con la sangre de miles de bolivianos que fueron al sudeste da la patria como moneda corriente.
Bolivia, desde su concepción y nacimiento nunca había llegado a encontrarse a sí misma, su identidad se había bloqueado en su intento por hallarse, con un eterno compromiso a la falsa ideología traída siempre desde afuera, con herencia primero colonial y luego de un arraigo cultural basado en la ideología que lo de afuera siempre era mejor.
Todo ello llevó a un entendimiento centralista, enfocando los esfuerzos de convivencia y confort en las pequeñas ciudades, dejando al área rural desprotegida y desatendida, sin dedicarse a construir las vías de comunicación que les permitiera a todos llegar a cualquier rincón de la inmensa extensión territorial y así poder también descubrir nuestra diversidad humana y natural. En su fundación, Bolivia ocupaba un territorio muy extenso, con más de dos millones de kilómetros. No haber sabido cuidar sus fronteras correctamente fue un suicidio a largo plazo que terminó en lo que hoy ocupa la Patria, menos de la mitad de terreno con la que había sido creada pese incluso al pedido del Marsical Sucre, que hoy por hoy suena a un lamento, premonitorio para aquel entonces.
Así fue que perdimos el Litoral, y posteriormente el Acre y estas dos desmembraciones, dejaron cicatrices profundas en el nacionalismo de los bolivianos, propiciando una suerte de sentimiento de desventura y desazón que para muchos necesariamente debía arrancarse de raíz, si es que queríamos sobrevivir como Estado.
Cuando los primeros escarceos aproximaron en la zona del Chacho, fue un presidente que optó por la bandera de la paz. Siles puso los paños fríos necesarios y evitó que la sangre llegara al río.
Sin embargo, un profeta de otro tipo de acciones tomaría la posta en 1932, era un hombre adusto, colérico, lleno de malestares físicos y mentales debido a una casi eterna enfermedad estomacal que lo acompañaría hasta su muerte, pero dueño de una mentalidad exquisita, que le permitía un discurso claro, fuerte y directo, como suele ser el preferido de las audiencias deseosas de que la ira y la violencia arreglen los problemas incapaces de solucionarse por sí mismos.
La principal idea del Dr. Salamanca se basaba en un principio bíblico que pregonaba el que cuando un hombre ha pecado contra Dios y contra sí mismo, debe buscar la salvación en la redención, de manera que su sangre y dolor limpien sus faltas a modo de penitencia y sea digno del cielo eterno. Bolivia había pecado de una y mil maneras y sus faltas la habían condenado al fracaso. Necesitaba de una victoria bélica, por tanto, que lavase con la sangre de sus muertos sus culpas y en la victoria pueda levantarse para poder mirar al futuro y a sus vecinos con otra faz para avizorar mejores días.
”Hay que pisar fuerte en el Chaco“ fue su lema, y tras la caída de Laguna Chuquisaca, (Pitiantuta para los paraguayos), encontró el detonante ideal para levantar a la nación en armas y poder llevar a cabo su plan.
Bolivia partió al Chaco nuevamente cometiendo un error fatal como le había sucedido antes. Su intención fue buena, pero no estaba preparada para semejante campaña, por tres razones fundamentales.
La primera, no tenía la menor idea de con quién y en donde iba a luchar. A más de dos mil kilómetros, la tierra del Chaco Boreal era un veradero misterio. Un desierto boscoso, donde hasta el aire tiene espinas y la carencia de agua la transforma en el mismo infierno, era un terreno absolutamente impensado para el 95% de los hombres que se jugarían la vida en ese teatro de operaciones. Por el contrario, era el terreno natural de la vida diaria de quien iba a ser el contrincante, que de paso era un hombre aguerrido como pocos, y que en la Guerra de la Triple Alianza ya había mostrado al mundo de lo que estaba hecho y era capaz de hacer.
La segunda, no tenía ni los medios ni las vías de comunicación para transportar y mantener equipados y bien alimentados a los próximos tres Ejércitos que iban a luchar. Muchas veces los hombres llegaban al teatro de operaciones luego de marchas forzadas tan dolorosas y cruentas, que antes de siquiera haber disparado un tiro, muchos de los soldados ya habían sido derrotados por la naturaleza.
Y por último un Comando que nunca tuvo la idea clara, por lo menos, no hasta la última fase de la contienda, cuando el poder político dejó de meter las manos y solo los militares que ya tenían experiencia de combate pudieron hacerse cargo como debían de la conducción, además en un terreno mucho más familiar para el soladado boliviano.
Así y todo, en la primera gran batalla que le tocó librar a nuestras fuerzas, el soldado boliviano dio muestras también de su estirpe y determinación. Tras la toma, ordenada desde La Paz de Boquerón, la misión fue clara y concisa. Boquerón no debe caer mientras haya un hombre vivo, y Marzana se tomó dicha encomienda muy a pecho. 600 hombres resistieron a casi 15.000 paraguayos, durante 21 jornadas, de la manera más heroica que se pueda uno imaginar.
Cuando ya no quedaba más por hacer, el 29 de septiembre, Marzana pidió negociar una capitulación honrosa ante la imposibilidad de seguir combatiendo. Las banderas blancas de los bolivianos les dieron a entender a los pilas que se rendían, y estos que se hallaban a menos de 40 metros ingresaron al fortín casi caminando, para encontrarse con fantasmas que a duras penas podían sostenerse en pie.
La incredulidad hizo que busquen al resto de la tropa que nunca apareció, y terminaron por rendir homenaje a estos personajes que hasta el día de hoy nos siguen llenando los ojos de lagrimas y el pecho de orgullo, para hacernos entender a los bolivianos, que a pesar de los errores que podamos haber cometido, algunos repitiéndolos casi de manera disciplinada,, a la hora de jugarnos la existencia por la Patria, somos capaces de dar la vida y mucho más porque somos todos, bien paridos en esta tierra bendita.
Honor y Gloria a los Héroes de Boquerón
*Es paceño, stronguista y liberal